Terminal Río Tuy: El laberinto sucursal del hampa

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La siguiente crónica está recreada con sucesos reales

Desde su creación en 2011, en el terminal Río Tuy, ubicado debajo de las Torres de El Silencio y Tribunales penales, se registran de cuatro a cinco robos diarios. Pasajeros y conductores son víctimas de las fechorías del hampa, quienes roban a diestra y siniestra, con armas de fuego y cuchillos a plena luz del día.

La situación ha llegado ante los organismos de seguridad, El Gobierno del Distrito Capital-Alcaldía de Caracas, quienes tomaron como medida desplegar un grupo de agentes de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) para que inspeccione los andenes, pero lamentablemente estos sólo están de figura decorativa.

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Ya casi anochecía en la ciudad de Caracas, la más violenta del mundo, cuando Julián salía de su clase de Comunicación no Verbal, en su casa de estudios, la Universidad Católica Santa Rosa (UCSAR), luego de que el profesor dijera- “Muchachos hoy no tendremos clases porque no funciona el video beam, nos vemos la semana que viene con las exposiciones”.

Julián revisó su celular y visualizó que eran las 5:50pm, como su compañera de clases, Eugenia, no asistió a clases ese día, se dispuso a salir solo. Hizo su cola a las afueras de la universidad, como era costumbre cada vez que bajaba sin compañía a Capitolio.  Mientras bajaba en la camionetica, pensó- “Oye todavía es temprano, mejor me voy por el terminal Rio Tuy, así en un solo viaje llego a mi casa”– así que decidió no trasladarse en El Metro de Caracas, sino en la línea Sureste que cubre la ruta del municipio Baruta, donde reside.

Rápidamente se baja de la camioneta en Capitolio, espera que el semáforo cambie a rojo y cruza la avenida, luego baja hasta la altura de Plaza Caracas y visualiza la soledad casi absoluta del lugar. –“Esta vaina está demasiado sola, la pinga mejor camino rápido”-pensó.

Aceleró el paso y al final del interminable pasillo, llegó a una de las entradas de las Torres de El Silencio y observó algunos comerciantes informales que vendían frutas. – “¡FRESAA, FRESAA, FRESAAA a mil el kilo, llévatela compa, mira que están regaladas!”– comentó el buhonero. A lo que Julián hizo caso omiso por bajar desesperadamente las interminables escaleras del terminal, revisó su celular, que marcaba las 6:20pm, nuevamente lo guardó en el bolsillo de su pantalón y continuó su camino, sin saber que a menos de 100 metros dos choros lo esperaban.

Al llegar al último tramo de escaleras un hombre de unos 30 años, vestido con ropas andrajosas y de aspecto criminal, le salió al encuentro, junto a otro individuo de unos 45 años, cabello canoso y estatura promedio, que al verlo en la calle, cualquiera pensaría que viene de trabajar.

El primer tipo lo jala por el cuello de la camisa y le dice- “Epale pajarito, tú no te mueves de ahí, así que te bajas con todo: billetera y teléfono”-. Automáticamente, Julián se sacude adquiere valor y se les enfrenta- “déjate de vainas ¡A mí no me roba quien quiere, sino quien puede!”. Al instante el otro sujeto sube y forcejea con él, mientras el otro aprovecha para registrarle los bolsillos y sacarle el celular, un chicharrón que había comparado dos años antes cuando también lo habían robado.

Julián estaba fuera de sí y el mayor de los choros le dice– “¡Ahora dame la billetera, pero rapidito”! –a lo que él responde– “No te voy a dar un coño, anda a trabajar”. El otro delincuente se sulfura – “¡No quiero comiquitas, dame la billetera!”-grita agresivamente. Sorpresivamente Julián piensa en el riesgo que supone para su vida y le tira la billetera al piso– “¿La quieres? ¡Agárrala becerro!”-el criminal lo empuja furiosamenteCon que tú, te la tiras de arrecho, bueno aquí tienes para que seas serio” y de una le arrebata el bolso, donde tenía su cuaderno, audífonos, llaves de su casa y demás pertenencias.

En fracción de segundos, los choros corren rápidamente por uno de los túneles del terminal, él los persigue y ellos le vociferan- “¡vete antes de que te quiebre aquí mismo!”, él retrocede y luego el otro sujeto le dice– “corre rapidito, que ahorita te lo devolvemos allá arriba”-. La rabia, tristeza y frustración de Julián aflora y recorre ofuscado uno de los pasillos de aquel laberinto, sucursal del hampa. Encuentra a un vigilante de uno de los locales comerciales y le comenta: – “Señor me acaban de robar aquí mismito, ¿no hay policías cerca?”-el vigilante le contesta– “Mira chamo, hace rato había dos por allá arriba, búscalos a ver”.

-Gracias- le dice mientras corre nuevamente y sale a la sede del Consejo Nacional Electoral (CNE) donde encuentra a un Guardia Nacional y le pregunta– “Buenas noches, me robaron ahorita, ¿no hay policías por aquí?”. A lo que el guardia contesta– “Mira chamo a esta hora no creo, pero camina derecho y al final debe haber un grupo”. Llega hasta donde le indicaron y consigue un grupo más grande de Guardias Nacionales, de nuevo les pregunta– “¿no hay policías cerca?, me acaban de robar”-uno le responde– “¿tú me estás viendo a mí? ¿Ves que soy policía?”. Julián responde – “no claro que no”. – “Entonces para que me preguntas, esa no es función mía, ni modo, no eres el único”.

Julián se va resignado, con el consuelo de que “no es el único” y piensa– “que increíble la gestión de quienes supuestamente nos resguardan”. Nuevamente, retorna desorientado hacia Plaza Caracas y cae en cuenta de que está solo, vestido con un jean azul, una franela gris y sus zapatos beige, pero sin teléfono, ni dinero para regresar a su casa, vislumbra el cielo oscuro de su ciudad natal, que hoy, por cuarta vez, le recuerda lo insegura que puede llegar a ser. Inmediatamente, se le ocurre hacer algo sumamente vergonzoso: pedir dinero.

Al regresarse, pasa por un restaurant chino y le pregunta al dueño– “Señor, por favor tendrá 100 bolos que me regale para el pasaje, es que me robaron”-el chino lo ignora y simula no entender el español. Luego se topa otra vez con el vigilante y le dice- “Men te comenté que me robaron, por favor, tendrás 100 bolos que me regales para los pasajes”-a lo que este contesta- “No joda chamo, si yo también estoy sin real”.  

Cansado de toda la travesía que ha pasado, Julián se dirige a la parada de autobuses de Baruta y sin pena alguna le pregunta al chofer– “¿me puede dar la cola, es que me dejaron sin nada”. El conductor le dice– “móntate chamo, todos los días es la misma vaina”. Con toda la vergüenza del mundo, camina con desgano y se sienta al final de la buseta, pero en su interior analiza– “Qué ilógico que pase pena yo, cuando los criminales sonríen sueltos en la calle”.

Durante su recorrido, no deja de preguntarse por qué tiene que pasar nuevamente por esta situación tan desagradable. Al llegar a Baruta, cruza los dedos para encontrase con algún conocido que le pague el pasaje del jeep que sube hasta su barrio, llega hasta la cola, pero lamentablemente sus esperanzas se desvanecen y debe subir a pie a hasta su residencia, camina durante media hora, hasta tocar la puerta de su casa y sentir el calor indescriptible de su gente, su familia, su verdadero hogar.

Según un informe elaborado por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, Caracas es la ciudad más violenta del mundo, con 119 homicidios dolosos por cada 100 mil habitantes, la mayoría queda sin resolverse a pesar de ser denunciados.

Sergio Carrascal
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