La antipolítica, o un chantaje mal montado

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Quienes ejercen el oficio de la política hoy en Venezuela han quedado a cara descubierta. Es verdad que el grupete que dice gobernar se mostró desnudo en sus desmanes, abusos, tropelías, incapacidades, ineficiencias, bajezas y desidias, pero también lo es que la oposición oficial también se develó sumisa, ingenua, cómplice, ciega, sorda y –sobre todo- divorciada de la gente.

Con el chantaje de la polarización el país se ha enrumbado por el abismo de los extremos y ha tenido que tragar grueso, y muchas veces ayudado por antivomitivos, para acompañar decisiones, imposiciones y consensos, alejados de los intereses de la nación.

No es cierto que si se le permite a otros ejercer la política, en razón de valores y principios distintos al cálculo inmediatista de una candidatura, todo se va al garete; porque aunque ya hemos aprendido que siempre se puede estar peor, la debacle que hoy vivimos es de tal magnitud que se podría correr el riesgo.

En un país donde hay que sentarse a “negociar” con el gobierno que cumpla con la Constitución. En un país donde uno de los principales referentes de la oposición se atreve a acusar a sus compañeros –sin advertir nombres ni responsabilidades concretas, donde se estructura una plataforma electoral de unidad y a las horas de ganar, cada cual se presenta como fracción parlamentaria, pues ya todo está perdido, lo conducente es reiniciar.

Los sectores que se autopromocionan como contrarios al templete que dice gobernar aseguran que aglutinan a más de 80% de la ciudadanía. A finales de octubre dijeron en una multitudinaria concentración que “partida ganada no se tranca. Que juego ganado no se bota (…) que solo se pedía un poco de paciencia”, pero poco más de un mes después, salieron a decir que “no venimos a pedirle paciencia a nadie”.

La incoherencia, la guerrillas intestinas por un botín que contaron antes de tenerlo en sus manos nos han traído hasta este desaguisado de desilusión y desesperanza. Ahora, con justa razón, ese 80% de descontento ahora es compartido entre el templete y los propios grupos que dicen adversarlo.

Se ha vuelto a echar mano del chantaje y la manipulación. En tono de regaño, con voz de autoritas nadando en erudición, se plantean argumentos pueriles, se acreditan éxitos rebuscados y por supuesto, se aferran a una estructura que rozo la gloria, pero que por un conjunto de pésimas decisiones, pasó de la cima a la sima.

El derrumbe es penoso. No se trata de hacer leña del árbol caído. Es imprescindible, en el marco de esta debacle entre los referentes opositores, que se plantee la reconstrucción. “Que se vayan todos” no es un grito soso, es un clamor.

Puede que algunos insistan en el chantaje mal montado de vociferar que se pregona el advenimiento de la antipolítica. En su momento, el país también les pasará factura.

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