Serán como las hallacas, decían
Bajo la lluvia de confeti y champán, las Águilas del Zulia volaron como monarcas del béisbol venezolano, tras 17 años sin experimentar el júbilo de saberse triunfantes. Ante sus similares de plumas rojas, brindaron un grato espectáculo que sorprendió al público marabino y a los seguidores de la pelota criolla.
Como en toda celebración, entre las manos de los campeones danzaban las botellas chorreantes, los vasos cerveceros, el micrófono del sonido interno y el trofeo del certamen. Pero en esta ocasión, una manualidad en forma de hallaca se coló en la tarima y robó la atención de las cámaras. ¿Qué podría significar esta curiosa figura? Era más que obvio.
Si hay un dicho conocido dentro de la jerga del fanático venezolano, es aquel que compara a los equipos, que en teoría lucen más débiles, con este típico plato navideño, pues se supone que éstos deberían durar hasta que finalice diciembre.
Peculiarmente, tal cachivache era alusivo a esta expresión, que montones pronunciaron con el nombre de los rapaces por haber sido últimos en la zafra anterior. Fue así, con una hallaca enorme entre garras, como los aguiluchos se mofaron de aquellos que no apostaron en sus capacidades.
Ganaron un campeonato más que merecido, luchado y planificado por la organización entera. Muchos factores se conjugaron para convertirlos en el equipo más consistente y atinado del circuito.
En primera instancia, la gerencia acertó al firmar a gente de la casa para el cuerpo técnico. La escogencia de ex peloteros de la organización como Lipso Nava, Wilson Álvarez y Lino Connell, fue fundamental para devolverle el ánimo y el sentimiento zuliano a un equipo con la identidad extraviada.
La excelente importación y los cambios de temporada muerta fueron puntos claves de la victoria. Con el Regreso del Año, Jesús Flores; el seguro infielder, Jonathan Herrera; los colombianos Giovanny Urshela y Reynaldo Rodríguez; y prometedores novatos como Eleardo Cabrera y Bryant Flete, los emplumados consiguieron el mejor arranque en la historia del club, al culminar octubre con 15 lauros y tan solo 5 caídas.
Luego, con las adiciones de figuras importantes como José Pirela, Freddy Galvis y el regreso del siempre rendidor Alex Romero, se convirtieron en serios candidatos a llegar a la etapa decisiva. Y si parecía poco, refuerzos como Jordany Valdespín, Ronny Cedeño y Endy Chávez, se encargaron de blindar un lineup que sólo perdió 2 juegos en toda la postemporada. Sin su contribución, los aliados no hubiesen llegado a la etapa decisiva, al menos no con tanta facilidad.
Claro está, que una actuación tan impecable no hubiese sido alcanzada sin un pitcheo dominante. Si algo ha quedado demostrado en esta liga, es que el cuerpo de lanzadores debe ser eficaz para poder aspirar a la consagración.
Nava, por cierto Manager del Año, supo manejar a sus serpentineros de forma impecable, con Arcenio León, Silvino Bracho y Leonel Campos como piezas estelares. Fue tan buena la labor del estratega junto al “Intocable” Álvarez, que antiguas glorias como Francisco Buttó y Yorman Bazardo, por momentos lograron evocar sus épocas doradas.
De hecho, fue asombroso que después de haber traspasado a dos lanzadores grandes ligas como Diego Moreno y Alex Torres, el Zulia pudo lograr la cuarta mejor efectividad de la ronda regular, que luego fue la más destacada en los playoffs, también con la ayuda de refuerzos como el casi más valioso Mitch Lively o Wilfredo Ledezma.
En sí, el trabajo en conjunto funcionó. Los cambios dentro y fuera del terreno se hicieron sentir. Suena repetitivo pero es lo verídico, Zulia estudió a sus rivales y jugó pelota caribe. Jugadas de bateo y corrido, toque de bola, y defensivas especiales se ejecutan a la perfección cuando hay química, y de esta hay por montones en la cueva marabina. El equipo evolucionó como el juego mismo, tanto que hasta los numeritos tomaron fuerza en las decisiones de Nava y sus coaches.
La suerte de campeón poco a poco los fue arropando y nadie puede negarlo. Para muestra, ese fortuito roletazo de Cedeño que se levantó con la segunda base para empatar el tercer encuentro de la final, en el cierre del décimo inning.
Incluso, la propia decadencia crepuscular terminó siendo fortuna para los zulianos, que como la mayoría, esperaban una serie más pareja. De ser una máquina que lideraba todos los departamentos, Cardenales de Lara pasó a ser un equipo irreconocible, tanto que a Raúl Rivero, el Pitcher del Año, ya lo comparaban con el ligamayorista Clayton Kershaw por sus declives en postemporada.
Al igual que bengalíes y orientales, los larenses se vieron disminuidos ante la intensidad con la que volaron los de la tierra del sol amada, que aprovechaban cualquier despiste contrario para traer carreras como arroz.
La palabra equipo jamás fue mejor ejemplificada. Esfuerzo en conjunto en el que hasta la fanaticada es cómplice, a pesar de incidentes bochornosos, garantiza frutos dulces. El granito de arena se puso y las pequeñas cosas se hicieron. La estrategia que mezcló confianza con picante sabermetrico comprobó que Mánager del Año si gana títulos y que las hallacas sí llegan a enero.
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