La absurda departamentalización política de la mujer
Avecinada la fecha con la celebración del Día Internacional de la Mujer, en su séptimo aniversario, Guayoyo en Letras la privilegia como motivo de reflexión. Puede decirse, el XXI venezolano o, mejor, la simulación del nuevo siglo, ha sido despiadado con ella, pues, a la vez que el régimen la explota como símbolo, la ha confinado a las peores condiciones para su realización social y política, económica y cultural.
Hábito institucional que no altera toda la dinámica autoritaria a la que abona, hemos sabido de la coincidencia como titulares de los órganos del Poder Público de mujeres que, agradecidas por la oportunidad, responden por los actos decididos por el ocupante de Miraflores. Plena y conscientemente subordinadas, cumplen con las órdenes recibidas, ni siquiera con la sutileza que el estereotipo manda, y aun tratándose de decisiones absurdas y hasta inhumanas que, independientemente del sexo o género, las convierten en piezas de una maquinaria de fuerza.
El aporte que consignan, no es otro que el de la representación social que tenemos de la mujer y sus luchas, por muy ajenas que realmente sean a los consabidos y remotos esfuerzos de reivindicación. Por ello, algunas extreman una femineidad de estilo, por cierto, costosa en medio de la consabida crisis humanitaria que padecemos, vestidas y maquilladas por encima del salario mensual percibido.
Cualquier acto oficial de todos estos años, las expone en compañía del jefe de Estado, como si bastara la sola estampa para legitimarlo como el realizador por excelencia de la igualdad. A veces, de un estilo más o menos gerencial y, otras, de una franca vulgaridad, ofrecida además una versión marcial, la mujer partidaria del régimen está resueltamente departamentalizada en las faenas políticas y, a nuestro juicio, no encontramos un liderazgo equivalente al de María Corina Machado que va más allá de la simplicidad sexista, por no citar otros casos.
En casi dos décadas de dictadura, las suficientes para una mediana realización, los más importantes indicadores apuntan a un asombroso retroceso parejo a los retos que impone la mera supervivencia y sus secuelas de violencia. Desinstitucionalizada la vida del país, la mujer tiende a desempeñar un papel ornamental, porque las relaciones políticas son eminentemente de fuerza.
Valga el valioso testimonio de aquellas que, por muy competentes que sean en el campo del derecho, reducidos cada vez más los espacios para litigar honestamente, deben dedicarse a otros oficios a objeto de asegurar – si pueden – el pan para la casa. Palabras más, palabras menos, una de ellas nos comentaba sobre la pérdida de complejidad y complementación de sus esfuerzos, porque – antes – podía sufragar el transporte y las tareas dirigidas de su menor hijo, recrearlo en una sala de cine, pagar por el lavado y planchado de la ropa, mientras laboraba, continuaba sus estudios de especialización, mantenía una pequeña oficina y exploraba otras alternativas más exigentes de la vida profesional: ahora, nos comentó, vive de la ”caza y de la pesca”, recoge personalmente al infante, trata de revisar los conocimientos que ha adquirido, intenta fiscalizar sus accesos a la red y a la televisión como los medios de distracción que heroicamente paga, cuando tiene el servicio de agua y electricidad se encarga de la ropa a altas horas de la noche, pierde sus horas más productivas en las colas inciertas, y, faltando poco, cohabita con el padre del muchacho porque no hay recursos suficientes para materializar un divorcio imposible cuando él no tiene dónde vivir aparte.
El regreso a condiciones de vida muy propias de la premodernidad, relega a la mujer que, apartando la retórica reivindicacionista del gobierno, no tiene por otro destino, como el resto de la población masculina, que el de rifarse un cupo en las mitigadas y ya agotadas esferas clientelares que dependen de la ejecución del presupuesto público, cuyas cifras y ejecución todos desconocemos. Acordarle un ministerio específico, como ha ocurrido, conecta con la misma departamentalización del atrasado modelo partidista que nos caracteriza, pues, todavía sobreviven las secretarías femeninas de una gestión más desconocida aún, fosilizando a una dirigencia que, a lo sumo, halla la oportunidad para los encuentros internacionales a los que acuden con un variopinto afán turístico.
Puede aseverarse que la presente centuria no conoce de un aporte semejante al que hicieron Mercedes Pulido, Argelia Laya o Lya Ímber, quienes se resistieron exitosamente a departamentalizarse, contribuyendo a la construcción de un país que no cae, cede o se derrumba con facilidad frente a un régimen que todavía lo saquea. Por mucho que sea el bullicio, una rápida revisión de la terna de altas funcionarias que tuvieron la ocasión de una mediana realización innovadora, por lo menos, guarda una distancia con la pléyade de luchadoras que también ennoblecieron la vocación y el oficio político en esa tal cuarta república de los más fáciles e irresponsables denuestos.
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