Cómo disimular lo sifrino

La fuerte crisis económica nos tiene buscando mejores precios en sectores populares que antes eran impensables en nuestro GPS mental. Este fenómeno ha provocado una práctica actoral muy peculiar: el ocultamiento de ese sifrino que todos llevamos por dentro (indispensable para cuando toca agarrar buseta o ir a un mercado popular). ¿Pero cómo se logra?

Paso 1: entre en sintonía con el populacho. Antes de salir a esta fauna, practique la siguiente meditación. Cierre los ojos, respire profundamente y deje aflorar esa parte suya que salta de emoción cuando escucha un vallenato, una bachata o el programa de Full Chola. ¡Vamos! No se niegue. Todos contamos con un área marginal. Años y años ocultándola en nuestro círculo social la dejó como volcán apagado, pero ese niche interno está ahí, esperando el estímulo desencadenante para hacer erupción. ¡Despiértelo! Ahora, cuando se monte en una buseta y arranque esa bachata a todo volumen, menéese para un lado, cierre los ojos de inspiración mordiéndose los labios y empiece a cantarla.

Paso 2: Modifique su habla. Si usted acostumbra a decir “Buenos días”, no adentre estos mundos del ciudadano de a pie hablando así. Apenas cruce el portal de lo popular, diga “¿Qué es lo que es?”. Importante: métale algo de groserías a su léxico. ¡Ah!, y si puede piropearle a alguien en la calle, mejor. ¡Ojo!, tampoco se vaya de palos embarrando su lenguaje. Inmediatamente podría resaltar como el sifrino camuflado de pobre. Ésa es una zona en donde no querrá caer usted. Quien entra a ese gueto, jamás sale de nuevo, dice la leyenda. Si no, pregúntele a María Corina.

Paso 3: Piense rápido. Lamentablemente, el sifrino de cuna padece una mutación genética mediante la cual no puede pensar ni hablar rápido. Acostumbrado a hacer compras en supermercados, siempre cuenta con tiempo para digerir mentalmente el precio de los anaqueles. En los mercados populares, en cambio, el comercio es fugaz. Por eso le recomendamos lo siguiente. Cuando le griten un precio, usted ni lo analice. Solo diga: “¡Muy caro!… ¿en cuánto me lo dejas, papá?”. En ese momento comenzará el toma y dame del regateo. Allí es cuando usted partirá su cerebro en dos. Con una mitad se mantendrá conversando con el vendedor. Con la otra, calculará si ese precio está bien al dólar del día o está caro comparándolo con Amazon o con el Walmart donde compró en sus últimas vacaciones.

Paso 4: Busque la parte marginal de su árbol genealógico. Tenga presente algo. En los espacios populacheros, el resentimiento está a flor de piel. No se extrañe si alguien le dice “blanquito” o “catirito”. En ese caso, apele a sus raíces. Así como todos nos matamos buscando esa tajada de ADN que nos hace merecedores de un pasaporte de la Comunidad Europea, mátese usted también encontrando ese cable genético que lo une al monte. ¿Un ancestro negro? ¿Un antepasado indígena? ¿Un bisabuelo de la otrora Colombia? ¿Una abuela llanera? ¡Chapéelo con orgullo! Diga: “¡Yo no soy catire! ¡Yo soy bachaco! ¡Mi bisabuela era negra! Yo salí así no sé por qué, pero la otra parte de mi familia es negra. Es más tú nos ves juntos y ni parecemos familia”. Lo dejarán quieto.

Resultado general: Un mejor desenvolvimiento en clases D, E y F. Si aplica estas técnicas al pie de la letra, ya se verá gritando “¡En la parada!” con una seguridad envidiable. Logrará hacer toda la compra del mes en un mercado popular con tan solo diez dólares. Ahora, si usted se toma a pecho estos principios y los hace su ley de vida, terminará siendo tan, pero tan marginal, que quizás le ofrezcan un alto cargo en el gobierno, tenga acceso a sumas astronómicas de dinero y termine siendo más sifrino de lo que era cuando arrancó a leer este artículo.

Reuben Morales
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