Nunca pasa nada
El terremoto hizo que una de las paredes frontales se fracturara de arriba a abajo. El inquilino, incapaz de asumir el daño en toda su dimensión, decidió tapar la raja con tirro ancho, ponerle un poco de mastique y luego rematar con un par de brochachos. Todo quedó, como si nada.
El país agónico, el desesperado –con justificada razón-, es capaz de creer, porque no tiene tiempo para pensar, que de verdad no pasó nada. Es capaz de creer que la afirmación de la Fiscal General de la República, referida a sentencias que rompieron el orden constitucional, no fue más que una anécdota, un comentario jocoso para estar a tono con la chispeante verborrea que se despide desde Miraflores.
Si pasó. Y pasó mucho.
No importa que ahora la Fiscal, por la razones que sean, aparezca y diga que todo quedó solucionado con unos borrones en la sentencia. No importa que Díaz Rangel se haga el loco desde Últimas Noticias y se empeñe en minimizar lo sucedido. No importa que los venezolanos se desentiendan de sus obligaciones ciudadanas y se vayan unos días por la Semana Santa.
Una representante de un poder público –en Venezuela son cinco: Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Ciudadano y Electoral- en una presentación pública, televisada en directo, denunció la ruptura del hilo constitucional.
El hilo constitucional no lo venden en la quincalla, ni se restituye con tres golpes de pecho y un Ave María.
La institucionalidad está vuelta añicos, por eso se pretende resolver todo desde una majestad de no existe, pues el presidente, ignorante de las sentencias en cuestión, no tiene potestad alguna para autoestablecerse como el máximo garante de la ley. Él es uno más de la camarilla que desató este desaguisado jurídico, cuyo único propósito es desconocer la voluntad popular y mantener y extender las múltiples mafias que se comparten el poder y sus fuentes de financiamiento.
¿Qué son si no la escasez de alimentos y medicinas, el bachaqueo, el arco minero, la entrega de empresas mixtas? Son mafias, son artífices del sometimiento, del chantaje, de la descomposición, de la miseria, de la debacle.
Quienes detentan el poder se replegaron para trazar una nueva estrategia que les dé argumentos para arremeter y profundizar su revolución armada. La jugarreta del “impasse” les desmoronó el bufete particular, que por fin conoció de qué va el mundo cuando se trata de defender los principios de la República, referidos a la separación auténtica de poderes.
La Asamblea Nacional, aunque no lo parezca, tiene ahora una inmensa posibilidad de conducir la transición hacia el orden constitucional. Es ahora y no dentro de tres meses, cuando debe discutir y aprobar leyes trascendentales para la vida del país, es ahora cuando debe ejercer sus competencias y facultades para el nombramiento de los rectores del Poder Electoral, es ahora cuando debe destituir, por ímprobos, a los magistrados del TSJ. Es ahora cuando debe convocar a interpelaciones a los ministros del gabinete de gobierno.
No es hora de ser confrontacionales desde el punto de vista de la politiquería. Es la hora de la institucionalidad. La Asamblea Nacional tiene todo el poder constitucional, conferido por el sufragio directo, universal y secreto de los venezolanos, para actuar.
Apegados a la Constitución, y blindados por esa extraordinaria defensa que ha constituido la comunidad internacional.
El mundo volvió sus ojos hacia Venezuela porque se quebrantó, con un par de sentencias altisonanates, la institucionalidad, la separación de poderes. Pues gracias a eso, develado por la declaración de la Fiscal, es el momento de asumir el control institucional y comenzar a poner orden.
Muchos creen que no pasó nada. La verdad, pasó mucho, porque se dio un importantísimo primer paso, para que pasen aun muchas cosas más que evidencian las fracturas, que no podrán ser escondidas con tirro ni dos manos de pintura.
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