Si mi esposa fuera Guardia Nacional
Cuando veo a una mujer Guardia Nacional, inmediatamente pienso en su marido. Él no la debe tener fácil. Si a uno lo tratan así en las manifestaciones, como será ella con su pobre esposo. Me solidarizo con ese hermano. Debe sentirse como un manifestante opositor 24-7.
Por eso, para ponerme en sus zapatos, me imagino siendo él -o a mi esposa siendo Guardia Nacional. ¡Nooo! El solo hecho de ir a desayunar a una panadería siempre transcurriría igual:
- “Mi amor, ¿qué te pido?”
- “Bomba”.
Su medio para resolver muchos de los problemas de la casa sería precisamente ése: la bomba lacrimógena. Si alguien fuese al baño a hacer número dos y lo dejara fumigadito, nada de aromatizador… ¡lacrimógena con eso! Si estuviésemos amenazados por un criadero de zancudos… gas del bueno con ellos. Hasta me daría pena ir en Metro o en buseta con ella. Si nos montásemos y nadie le ofreciera una silla, bomba por el pasillo y listo. De inmediato le ofrecerían veinte asientos.
Pero las bombas no le servirían para todo. También tuviese otros métodos. Yendo a comprar zapatos, por ejemplo, no se satisfaría viendo solo aquellos de las vitrinas y los mostradores internos de las tiendas. Ella iría más allá. Pediría ver la mercancía “acaparada” en el depósito hasta conseguir un modelo realmente acorde a sus expectativas. Y si no lo halla… amenaza de clausura al local (a menos que se bajen de la mula).
En cuanto a los pormenores de nuestra cotidianidad de pareja, no me salvaría. En el baño, para ducharnos, ella hubiese instalado una ballena. Afortunadamente no gastaríamos en jabón o champú. La sola presión de ese chorro, mata todas las bacterias adheridas al cuerpo. Ahora, el llegar tarde a casa no sería tarea fácil para mí. Ella me estaría esperando en la sala con una alcabala montada. Me revisaría todo en busca de evidencias. Dígame si me detecta aliento a cerveza… rolo y perdigones conmigo. Y luego, cuando me deje tirado en el suelo, se tomaría una selfie sonriente en el lugar de los acontecimientos. Muchos me dirían: “¡Pero divórciate!”. ¡No señores! El que se cansa, pierde.
Lo único bueno de tener una esposa Guardia Nacional, sería cuando le dé por jugar “50 Sombras de Grey”. Para ello sí tendría todos los jugueticos. Todo comenzaría con un estriptís, pero el mismo sería eterno. Pondría “You can leave your hat on” en el equipo de sonido… y se quitaría el casco… seguiría sonando el blues… y se abriría el chaleco antibalas… continuaría la canción… y lanzaría su morral un lado… el tema entraría al coro… y se quitaría los protectores de las piernas… proseguiría la música… y desamarraría las botas… bailaría un poco más… y se quitaría el cinturón del armamento… finalizaría Joe Cocker… y se terminaría de quitar todo. En ese punto yo estaría dormido. Ella, molesta, me levantaría. Al despertar, yo me sentiría en una pesadilla, pues ella se vería como un perro recién bañado: ¡flaquiiiita sin tanto perol encima! Pero ahí comienza lo bueno: una sesión de sadomasoquismo con rolazos, perdigonazos, bombas y ballenas. Lo malo sería su método anticonceptivo: un escudo entre las piernas. Y eso cuando esté de ganas, pues cada veintiocho días saldría con el cuento de no estar dispuesta por tener la bomba lacrimógena roja.
¡Ay, no!… Menos mal esto es solo un ejercicio de imaginación. Yo no podría tolerar ser esposo de una Guardia Nacional. Yo estoy acostumbrado a otra cosa… otro trato… otras maneras… es que mi esposa jamás sería como una Guardia Nacional… no… ¡Mi esposa es más arrecha!
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