De una modesta tempestad
Sobranceros los comentarios, la breve vicisitud que experimentó Nicolás Maduro en San Félix, reminiscentes los hechos de Villa Rosa, no tiene precedente histórico alguno. Anteriormente, la impopularidad sostenida o sobrevenida de un mandatario, tomaba otros cauces.
Por lo menos, en la primera parte del siglo XX, el dictador nunca se arriesgaba a un público testimonio de inconformidad, ejerciendo una implacable represión que no evitaba, con su desaparición física o el destierro inmediato a su deposición, que el odio agigantara sus fauces, incluyendo a los adeptos de horas anteriores, como bien lo retrata Mario Vargas Llosa en “La fiesta del chivo”. A la muerte de Juan Vicente Gómez y el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez, rápidamente explotó la rabia colectiva con un espectacular saqueo de las residencias de quienes fueron los prohombres del régimen y hasta el linchamiento mismo de los servidores que la muchedumbre capturase.
En la segunda mitad de la centuria, por extendido que fuese el desprecio hacia una gestión, siendo tan relativo respecto a los protagonistas, la muy puntual cita electoral dirimía las diferencias y canalizaba las emociones, devolviéndonos a la normalidad de un debate político que, más allá de la distensión, superaba la tentación del maniqueísmo. Quizá debamos acotar una excepción que hizo de Carlos Andrés Pérez la fuente de todos los males, pues, aún cumplida estrictamente la Constitución de 1961, orientándonos hacia la efectiva y transparente realización de los comicios presidenciales, la extraordinaria influencia de las intentonas golpistas de 1992 marcó toda una pauta regresiva en nuestra cultura política que, ahora, no logra evitar la paradójica reivindicación del ex – presidente.
Que sepamos, nunca antes mandatario alguno se expuso a una manifestación tan desinhibida, agresiva y decidida, como le ha ocurrido ya varias veces a Maduro Moros por las ya consabidas razones. Podrá argumentarse que la telefonía móvil hoy deja constancia notariada de los sucesos, como antiguamente no pudieron los reducidos medios disponibles, pero lo cierto es que, comparativamente menores los dispositivos de seguridad, más confiados al contactar cercanamente a la ciudadanía, con la auctoritas indispensable, el mandatario de tiempos remotos no supo de la poca o nada respetabilidad que suscita el actual ocupante de Miraflores; además, considerada la disposición y el despliegue de sendos mecanismos de seguridad harto presupuestados, que, lo recordamos, impedía la infiltración de un distraído zancudo en el hemiciclo cuando visitaba la sede de la Asamblea Nacional, permitiéndonos deducir que luce más eficaz el Servicio Secreto estadounidense que la esténtorea Casa Militar que ha de competir con los agentes cubanos, prácticamente llevándonos a una escena del dictador africano que deambula de un lado a otro con los vehículos repletos de agresivos soldados embayonetados.
Para más colmo que curiosidad, al video de San Félix que se hizo viral, le sucedió otro de escasísimo éxito en el que, pilotando la camioneta, se autorretrata Nicolás llegando feliz al palacio de gobierno, en horas de la noche. Una pésima capacidad histriónica no puede borrar el amargo momento que vivió en la localidad bolivarense, al igual que el país ya no soporta los años de odio y amargura que sembró con desenfado, junto al antecesor, hundiéndolo en una indecible crisis: tempestades todavía modestas que estamos a tiempo de atajar con una transición democrática.
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