Elecciones regionales o desalojo
A la combatiente anónima que se enfrentó a la tanqueta policial del Estado
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El 14 de abril recién pasado el periodista Antonio María Delgado –adelgado@elnuevoherald.com– publicó en el Miami Herald que “sacudido por la creciente presión social, el régimen de Nicolás Maduro está ofreciendo una tregua a la oposición venezolana, en un pacto secreto que incluiría permitir la realización de las elecciones regionales este año a cambio de que sus adversarios enfríen las protestas en la calle y dejen de acusarle de propinar un autogolpe”.
Además de ser un periodista extraordinariamente bien informado y a quien no cabe reprocharle intereses particulares en lo que acontece en Venezuela, la afirmación de Antonio María Delgado ni carece de fundamentos ni sorprende a quienes venimos protagonizando, analizando y opinando desde hace dieciocho años sobre los mecanismos de dominación del asalto al Poder por el golpismo militar y caudillesco venezolano y le grave división que afecta a la oposición venezolana, responsable de la carencia de una adecuada estrategia para enfrentar al que su inmensa mayoría no ha considerado más que como un mal gobierno y frente al cual prácticamente la unanimidad de sus miembros consideran perfectamente superable mediante elecciones que vayan disputándole “sus espacios”, paso a paso y metro a metro, hasta lograr el desiderátum de sus copamientos y el natural, pacífico y constitucional desalojo del régimen.
Es la metáfora del salchichón aplicada a la lucha por el poder: se lo obtiene rebanada tras rebanada. Pero el poder no es un embutido. Es un amasijo de fuerzas letales, entrelazadas, vivas y actuantes.
Un campo de batalla. Como lo escribiese Thomas Hobbes en el Leviatán: bellum omnia contra omnes, la guerra de todos contra todos.
Aquellos que hemos prevenido respecto de la naturaleza no sólo dictatorial, sino tendencialmente totalitaria del proceso incoado por el golpismo venezolano desde el 4 de febrero de 1992 y más específicamente desde la conquista del gobierno por Hugo Chávez en 1998, resaltando su impermeabilidad a las presiones democráticas y su disposición a entronizarse en el poder a la manera castrocomunista imperante en Cuba, hemos constituido una ínfima minoría, menospreciada y vilipendiada a saco por los políticos, comunicadores, asesores e ideólogos de los principales partidos del sistema y carentes de todo poder en los partidos del nuevo sistema de dominación.
Todos los partidos opositores, integrados primero en la Coordinadora Democrática y luego en la Mesa de Unidad Democrática, se han negado durante todos estos años a reconocer la naturaleza dictatorial del chavismo y se han plegado acríticamente a su decisión inconmovible de no enfrentarlo sino mediante la participación en los procesos electorales, rechazando abierta y decididamente el recurso a los artículos de la Constitución bolivariana que no sólo permiten la rebelión, sino que la hacen imperativa y obligante, en caso de que los gobernantes violen sus preceptos, como ha venido sucediendo sistemáticamente desde la misma instauración del gobierno.
El constitucionalista Asdrúbal Aguiar contó 240 de tales violaciones, perfectamente documentadas en su libro La historia inconstitucional de Venezuela (2016), muchas de ellas configurativas de verdaderos golpes de estado a la Constitución. Nadie pareció tomarlo en serio. Quienes lo hicieron, pasaron a engrosar el aquelarre de los rebeldes malditos. Fueron despreciados y marginados como “radicales” por chavistas y demócratas en perfecto acuerdo y concordancia.
Acción Democrática, Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo y Avanzada Progresista, así como el aparato mediático de comunicadores, columnistas y bustos parlantes que los han secundado generosamente a lo largo de todos estos años, además de combatir a quienes mantuvieron dichas posiciones, no titubearon en acoplarse diligentes y obsecuentes a las determinaciones del ministerio de elecciones en que el régimen convirtiera al CNE.
A todos cuyos miembros se les han vencido sus períodos de vigencia y ninguno de los cuales corresponde a las mínimas exigencias de la Ley Electoral, como no pertenecer a partido alguno. Se han conformado con proveer la quinta rueda: una figura ornamental sin ninguna otra capacidad ejecutoria que sumarse a los desafueros de la absoluta mayoría.
Negándose a exigir se cumpliera con las determinaciones legales y constitucionales respecto de sus miembros y su respectiva y necesaria renovación. Confiados en el progresivo crecimiento de sus fuerzas electorales ante el sistemático desvalimiento del régimen, que llegaría a provocar la crisis humanitaria y las matanzas que han dejado un saldo propio de un conflicto bélico, han esperado por el natural envejecimiento de la dictadura y su auto implosión.
Jamás impugnaron sus evidentes violaciones ni enfrentaron los fraudes sistemáticos a los que fuéramos condenados. Como fuera el caso de la derrota presidencial inducida de Henrique Capriles.
El caso que rebalsó toda medida y vino a darle absoluta e irrebatible razón a los “radicales malditos” , a quienes en una muestra de insólita mengua intelectual y moral militantes y dirigentes de Primero Justicia responsabilizaron por la actual conformación del CNE al haber promovido la abstención del 2005, –lo que además de falaz fue una canallada, pues contando con la mayoría calificada para hacerlo, la actual asamblea ha sido incapaz de modificarla– fue el olímpico portazo dado a la celebración del Referéndum Revocatorio.
Sin esgrimir una sola razón válida que no fuera el brutal ejercicio de la voluntad, la amenaza y la violencia del jefe de gobierno. Principal víctima de ese desplante tiránico fue el pueblo, pero indirectamente también lo fue Henrique Capriles, principal impulsor de la iniciativa y quien ya saboreara el amargo cáliz del fraude, cuando el mismo Maduro le arrebatara fraudulentamente su victoria electoral del 2013.
Las elecciones de fines de ese mismo año supusieron una derrota opositora, frente a la cual la dirigencia electorera – vale decir: la MUD y sus partidos hegemónicos – decidieron bajar la testuz, volverse a casa y prepararse para las elecciones futuras, cualquiera ellas fueran. El régimen tenía pavimentado el camino, en principio hasta el 2019. Después, ya veríamos.
Desobedeciendo ese acuerdo de sumisión incondicional, mediante lo que fue en rigor un acto de soberanía política y decencia moral, Leopoldo López decidió apostar a la rebelión, protagonizando espiritual y moralmente al frente de sus seguidores – no lo pudo ser físicamente ya que el régimen en castigo a su desacato lo había encarcelado y lo condenaría como ejemplo emblemático de la muerte en vida que les esperaba a quienes no se plegaran a la voluntad omnímoda del régimen y sus conscientes o inconscientes colaboradores – la que he llamado “revolución de febrero”.
El martirologio de medio centenar de jóvenes venezolanos y la soberbia rebelión protagonizada por el pueblo venezolano a lo largo y ancho del país, que espantara a la humanidad y terminara por demostrar urbi et orbi el carácter fascista y totalitario del régimen, permitió un vuelco de ciento ochenta grados en la correlación de fuerzas.
La indignación popular no pudo ser represada sino con la quiebra de la voluntad de la MUD facilitada por quienes corrieron a dialogar con el régimen en abril del 2014, la primera gran traición, – los mismos cuatro partidos señalados anteriormente – y el llamado a elecciones parlamentarias para el 6 de diciembre de 2015.
La reacción popular fue caudalosa, asombrando a tirios y troyanos. Y el régimen se vio obligado a aceptar su derrota. Pero no a reconocer el triunfo o a tolerarlo.
De inmediato sacó sus últimas armas del baúl estratégico del castrocomunismo dictatorial gobernante: montar un instrumento seudo legal que anulara todas las decisiones de ese inédito Parlamento nacional, esperar para negarle toda competencia y en el momento oportuno cerrar sus puertas, encarcelar a todos sus miembros y gobernar por decretos presidenciales, siguiendo al pie de la letra el ejemplo de la Ley Habilitante del 23 de marzo de 1933 que le permitió a Hitler gobernar como un monarca absoluto hasta ser derrotado por los Aliados. Una dictadura sin Dios ni Ley.
Fue el descomunal error cometido por el dictador. Pues si los asesinatos del 2014 le habían mostrado al mundo la cara despótica y criminal del gobierno Maduro, la absurda e írrita decisión de su parapeto legal vino a confirmar la naturaleza estructuralmente dictatorial, antidemocrática y totalitaria de su régimen.
La revolución de Febrero se continuaba con la revolución de Abril. En medio de ella nos encontramos actualmente. Y en pleno desarrollo.
Prácticamente caído, Nicolás Maduro no tiene más que dos opciones: volver a recurrir a su viejo truco electorero y quebrarle el espinazo a la MUD, plegada esta vez a las gigantescas e inéditas movilizaciones populares, que han roto todos los récords de movilizaciones de masas en Occidente, desafiando la amenaza de muerte y exigiendo el desalojo del gobierno en franco despliegue prerrevolucionario, ofreciéndole a cambio las regionales, a las que con casi absoluta seguridad se plegarán los conocidos de siempre que ya saborearan el néctar de la traición; y/o aplicar con toda su brutalidad la represión, la persecución, la golpiza de sus tropas de asalto y el asesinato de que son perfectamente capaces las tropas de élite que según firmes rumores están llegado desde Cuba a la rampa 4. Quebrar a los partidos de la oposición que no terminan por asumir a plenitud la rebelión contra la tiranía, por un lado; aplastar a la sociedad civil, por el otro. Una doble tenaza que ya ha comenzado a desplegarse con toda la virulencia e inhumanidad del caso.
El país se prepara a las grandes movilizaciones, que al parecer nada ni nadie podrá impedir. Y a las que el gobierno parece decidido a enfrentarse así sea al costo de baños de sangre. Pero esta vez el mundo no tiene los ojos cerrados.
La OEA y la mayoría de las grandes naciones del continente están expectantes ante los sucesos. Y la inmensa mayoría del pueblo venezolano parece dispuesta a llegar hasta sus últimas consecuencias.
Incluso arriesgando sus vidas. Pues el temor a la muerte violenta, que según Thomas Hobbes determina la necesidad de la existencia del Estado y es la clave de la sumisión de las masas, parece haber sido desterrado de la consciencia de los combatientes por la Libertad de Venezuela.
Pronto se volteará contra el tirano, siguiendo la famosa sentencia del general Llovera Páez, que según el anecdotario nacional le susurrara al oído al último dictador del siglo XX, Marcos Pérez Jiménez: “Vámonos general, que el perscuezo no retoña”.
Este jueves pasado vivimos asombrados el segundo 19 de abril histórico de nuestra vida republicana. El vamos de nuestra segunda Independencia. La gran gesta liberadora del siglo XXI. Dios está con nosotros. La verdad y la justicia nos avalan. Venceremos.
Credito: El Nacional
- Viaje al corazón de las dos Américas - 12 noviembre, 2017
- La soledad de Rómulo Betancourt ante la historia - 10 septiembre, 2017
- Elecciones regionales o desalojo - 23 abril, 2017