La barbarie entró a la Basílica
La barbarie se hizo presente, una turba de tarifados -como nunca en nuestra historia republicana- se hizo presente para agredir la tradición religiosa más importantes de los caraqueños. Ni siquiera Monagas, quien con sus hordas asaltó el congreso en 1840, se le ocurrió irrumpir en la fe cristiana del Nazareno de San Pablo.
Claro, las hordas de Boves esa “cólera del cielo que fulmina rayos contra la patria… un demonio de carne humana, que sumerge a Venezuela en la sangre, en el luto y en la servidumbre” como lo llamó Bolívar, atacaba sin piedad templos, sacerdotes; sembrando terror a su paso, destruyendo con su furia todo un legado cultural, intelectual, económico y humano que dejó desolada a Venezuela.
También lo hizo Zamora, ese despiadado capitoste que destruyó cargado de odios y de complejos los primeros vestigios de recuperación de Venezuela luego de la cruenta guerra de independencia. Guzmán Blanco llegó a enfrentar a la iglesia pero jamás a la fe y ni mucho menos a las tradiciones, a tal punto que el antiguo y sencillo templo de San Pablo que albergó al Nazareno, fue sustituido por la hermosa Basílica de Santa Ana y Santa Teresa, morada de esta bella tradición del “Limonero del Señor”.
Así como el pasado año la decadencia del Siglo XXI logró igualar a Monagas en su asalto al Congreso, esta vez rompieron de nuevo el cerco a la barbarie que se logró consolidar durante el siglo XX venezolano. Esta vez llegaron temprano, una barra con franelas del Instituto de la Juventud de la Alcaldía de Caracas se refugiaron -con el más absoluto descaro- en un toldo de la Oficina Nacional Antidrogas que estaba apostado dentro del cordón de “seguridad” de la Basílica ubicada en el centro de Caracas, rodeada de las sedes de los poderes públicos. Allí aguardaban a cualquier dirigente opositor que se acercara, esperaban que los medios encendieran sus equipos para enarbolar a gañote consignas gobierneras y partidistas. Ningún agente de seguridad hacía nada, la mirada complaciente se convertía en la más asombrosa desfachatez.
Esperaron que el Cardenal Jorge Urosa Savino hiciera su entrada para la acostumbrada misa de las 12:00 del mediodía, para irrumpir también dentro de la Basílica. Gritos, improperios y amenazas gritaban sin parar. Esperaron el sermón del purpurado para convertirse en más ofensivos, siendo el momento cumbre, la consagración. Bajo el asombro y la indignación de la feligresía, esta horda de malvivientes coreaba “Uh, Ah Maduro no se va”, mientras el Cardenal hacía lo imposible para no permitir que se perturbara el momento más importante de la celebración religiosa. De pronto, toda la iglesia coreaba “Libertad, libertad, libertad” en un inmenso y hermoso canto unánime ciudadano que exigía respeto por su fe y su prelado.
Los herederos de la barbarie de Boves estaban ahí, sin control, sin que apareciera ningún funcionario de los cuerpos de seguridad del Estado, encargados del orden público. Terminada la celebración, al bajar el Cardenal del altar, de inmediato aquella horda se avalancha sobre él con insultos y consignas. Los diáconos hacen lo imposible para evitar que golpearan al cardenal y nuestro director general de Casa Uslar Pietri, Eric Ondarroa, en un gesto de valentía interviene para proteger a su eminencia y recibe un ataque a golpes por tres matones que salen de la horda roja. La policía interviene pero, de manera insólita, rodeando al equipo de la Fundación Uslar Pietri para amenazarnos.
Esta Venezuela decadente, que no respeta, que trajo pobreza y miseria, que irrespeta los derechos humanos y para completar, irrumpe en las tradiciones más sentidas de los venezolanos, debe culminar. Una etapa que el país entero implora –por las buenas- que debemos superar y evitar un conflicto mayor. ¿Qué pretende este absurdo gobierno?, ¿Hasta dónde pretende llegar con su afán de destrucción?
Un país de contrastes, que es heredero de la barbarie de Boves pero, que también lo es del más bello legado: Somos descendientes de Simón Rodríguez, de Cecilio Acosta, de Prieto Figueroa, de Inocente Carreño, de Andrés Eloy Blanco y de Arturo Uslar Pietri. La ciudad educadora vendrá a rescatar y a preservar nuestras más importantes tradiciones. Esta etapa la vamos a superar y la única vía para borrar esta barbarie es con educación, ahí nuestro accionar y lo haremos respetar.
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