Venezuela: apuntes sobre la propiedad de la vida

Al momento de escribir estas líneas, en Caracas como en otras ciudades y pueblos del interior de Venezuela toma cuerpo una de las escaladas represivas más grotescas y viles en la historia de la nación, a partir de la movilización ciudadana iniciada el pasado 4 de abril que exigía la remoción de los “magistrados” del Tribunal Supremo de Justicia –en realidad operadores políticos del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), designados de forma fraudulenta e inconstitucional en diciembre del año 2015 por la saliente Asamblea Nacional-, elecciones generales anticipadas, la liberación de los presos políticos –se reportan más de 400 nuevas detenciones arbitrarias en todo el territorio nacional según cifras del Foro Penal– y la apertura de un canal humanitario para atender el crítico estado de salud de millones de venezolanos que hoy padecen las consecuencias de una política sistemática de hambruna planificada por el Gobierno nacional, que ya comienza a ser digna de los socialismos reales del siglo XX, en países como la URSS de Stalin, La República Popular China de Mao y la Camboya de Pol Pot, entre otros.

Lo más indignante y perverso, sin embargo, ha sido la flagrante violación del derecho a la vida de al menos siete ciudadanos venezolanos como resultado de la represión desproporcionada e incluso homicida contra manifestantes desarmados –valga decir, tanto de funcionarios de los cuerpos de seguridad del Estado como de los denominados “colectivos”, ahora entendidos en la opinión pública por su verdadera naturaleza: paramilitares-; sólo movidos de manera inquebrantable por sus demandas constitucionales, políticas, civiles, económicas y morales que hoy ven cómo se les persigue imponer la fase final de un modelo político e ideológico envuelto en fantasías paradisíacas, pero que llevado a la realidad ha mostrado sus verdaderos colores: la opresión del hombre por el hombre bajo un gran sistema de dominación hegemónico y totalitario que anula la existencia humana en tres dimensiones biológicas y culturales: mente, cuerpo y espíritu. El derecho de propiedad original –superior al Derecho positivo y anterior al Estado-, integrante de los derechos naturales inalienables, es el derecho de propiedad sobre el propio cuerpo, y con él sobre cada uno de los actos que a través de éste podemos materializar en el mundo.

Esta evolución del pensamiento en el ámbito de los derechos humanos la debemos entre otros a los estudiosos de la Escuela de Salamanca, y a posteriores aportes de pensadores como John Locke y Thomas Paine. En su Ensayo sobre el Gobierno Civil, Locke, que otorga una singular importancia al derecho de propiedad, explica que “las personas, una vez nacidas, tienen el derecho de proteger su vida”, pues ellas son ungidas por la naturaleza con el derecho de propiedad sobre su cuerpo y del trabajo que se desprende. Por su parte, Paine señalaría en su compendio Common Sense –Sentido Común- que “el fin de toda asociación política es la preservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre; y estos son Libertad, Propiedad, Seguridad y Resistencia a la Opresión”. En Venezuela, estas nociones han sido amenazadas y quebrantadas especialmente durante la última década y con feroz empeño en los últimos días, donde jóvenes como Carlos Moreno, de 17 años, estudiante universitario de Caracas, y de Paola Ramírez, de 23 años, trabajadora del estado Táchira, fueron asesinados cruelmente por transitar en el espacio público y por ejercer su legítimo derecho a la protesta cívica respectivamente, ambos deseosos de una vida normal, de oportunidades y garantías para realizar su proyecto de vida.

Esta maquinaria represiva, militar y paramilitar, demuestra una conducta de total ensañamiento, sadismo y hasta disfrute, como varias fotos han confirmado, del culto a la muerte y al robo –al saqueo, como sucedió en diversos establecimientos comerciales-, ambas manifestaciones violatorias del derecho a la vida y a la propiedad que autores como los mencionados han defendido en la historia de la humanidad. Venezuela y sus ciudadanos nunca deberán borrar estas páginas sangrientas e inhumanas de su memoria colectiva, sino sellar con ella y con la de tantos caídos por la vorágine socialista un nuevo pacto republicano definitivo, que obnubile y confine toda pretensión de autoritarismo de nuestras latitudes para siempre. Pues como dijo John Donne, “la muerte de cualquier persona me disminuye, porque soy parte de la humanidad. Por eso, cuando suenen las campanas, no mandes a preguntar por quién suenan. Suenan por ti”.

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Guayoyo en Letras