O marchas o vas pa’ fuera
Es tarde. Fue un día largo. Ya solo quieren descansar y retomar energías para el día siguiente. Viernes, comienza el tiempo ideal para estar en casa o salir a hacer las diligencias que durante la semana les impide el horario laboral.
Mientras tanto, el país vive días tensos. La situación en la calle es delicada. Todos quieren saber qué ocurre cerca de la autopista y en otras regiones donde la cosa está más fea que aquí. Revisan Twitter para ver el pronunciamiento de los líderes y saber cuáles son los próximos movimientos. Cerca de las 9 de la noche, ahí aparece el tweet. 12 segundos de publicado, mañana la resistencia va hacia el TSJ.
Los planes cambian, al igual que su humor. No precisamente porque los manifestantes vayan a continuar con las protestas, pues al fin y al cabo es esa la causa que desde la distancia apoyan. Más bien, porque ya saben lo que está por venir en los próximos instantes. Empieza el conteo. Un par de horas o tres bastaron para recibir la información que ya prácticamente conocen al pie de la letra. Dicho y hecho, llegó el mensaje. “Mañana todos a marchar para defender el llamado a la Constituyente de nuestro Presidente Nicolás Maduro. ¡Asiste Camarada!”
Suspiran. No hay otra opción. Tienen que asistir, al menos si su deseo es seguir teniendo empleo.
Peor es nada
Hacer lo que sea para llevar el pan a la mesa es algo a lo que un jefe de familia debe estar dispuesto. Cualquier tigrito es bien recibido si la recompensa es gorda y no existe trabajo denigrante cuando el desespero o el hambre tocan la puerta.
En un país polarizado, donde existen dos grandes bandos separados fuertemente por pensamientos y comodidades, es difícil tener que tolerar y compartir con personas del polo contrario. Sin embargo, es aún más complicado acompañarlos en las demostraciones públicas de respaldo a sus líderes.
Es bien sabido que los trabajadores públicos venezolanos tienen que participar en marchas y concentraciones organizadas por el chavismo, sea durante días laborales, feriados o fines de semana. En esos casos, no hay ley del trabajador ni jornada libre que valga. Lo que hay que tener presente es que muchos, incluso la mayoría de esos empleados, no apoyan a los gobernantes de turno. ¿Pero es ese un factor suficiente para respetarles su pensamiento y dejarlos descansar o trabajar en lo que realmente les corresponde? No.
Quien ingresa a trabajar en un ministerio o algún otro ente adscrito al Estado, está consciente de que tendrá que acudir a este tipo de eventos con una camisa roja y la suficiente paciencia para aguantar el disgusto. Los movimientos son monitoreados, y ay de aquel que se le ocurra faltar o escaparse antes de tiempo.
No obstante, el mal rato casi siempre termina valiendo la pena en cuanto a lo material, pues por haber actuado como un ciego más, reciben incentivos y otros regalitos que cualquiera desearía tener, aparte de los que ya obtienen por el simple hecho de pertenecer a una institución pública. Ojo, no son inventos, son hechos basados en testimonios de protagonistas.
Es por tales motivos que a pesar de ser obligados a participar en sus actos, quienes militan en ese tipo de organizaciones tratan de adecuarse y soportar los abusos. Tienen alimentos, productos de primera necesidad, bonos sustanciosos y refrigerios que hacen de su estadía una experiencia satisfactoria, pero agridulce. Van en contra de su moral y postura política, pero reciben suficientes beneficios como para olvidar lo malo y continuar en la nómina.
Los de afuera
Desde otros ojos, los trabajadores públicos suelen ser vistos como otros enchufados o chupamedias más. – “¡De bolas! ese no va a firmar porque no quiere que lo boten”- “¡Pero claro! Como el ministro les regala de todo ellos van a aplaudirlo como focas” – . Es a eso a lo que se enfrentan, a ser rechazados y tildados de cómplices del régimen, cuando lo que quieren es hacer su trabajo y poder darle a su familia lo necesario para vivir bien.
Juzgarlos podría ser injusto. Quién lo hace hasta podría hasta sentir envidia. ¿Por qué criticar a alguien que se sacrifica al asistir a las avenidas rojas a cambio de llevarles comida a sus hijos? Que se cala el maltrato de opositores radicales y además debe aguantarse las ganas de participar en las protestas que su corazón realmente demanda. A fin de cuentas ¿lo que importa no es que ante el derecho al sufragio elijan la opción del cambio? ¿Que no se rebajen al nivel más bajo al apoyar un acto de violencia o violación de los derechos humanos? El hecho de asistir y estar parados entre los izquierdistas, no significa que sean cómplices de los abusos.
Entienda usted
No son precisamente ellos quienes cometen las sucias jugadas que nos tienen como estamos, y quienes las hacen o los que fomentan esas injusticias, no merecen el respeto de nadie.
Que las instituciones públicas establezcan este tipo de reglas para sus trabajadores es un atropello descarado. Es una evidencia de que sin el apoyo de éstos, sus muestras de fuerza darían más que vergüenza.
El venezolano, de una forma u otra, está subordinado a las locuras que ha implementado el gobierno actual. Es hipócrita que alguien juzgue al empleado público que marcha por imposición, si alguna vez se ha alegrado por recibir la caja CLAP o si ya se inscribió el Carnet de la Patria.
El chavismo es quien momentáneamente pone las cartas sobre el tablero, y nosotros somos quienes nos vemos obligados a jugar con ellas para sobrevivir. Pero, en este juego de azar, solo juntos podemos hacer que suelten el mazo para elegir un mejor juez.
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