Algo más que una revancha

Muy frecuentemente, Nicolás Maduro hace alusión de la represión política de los años sesenta del XX. Deseándola monstruosa para ocultar la que hoy ejerce en Venezuela, altera los acontecimientos para la más bastarda manipulación del desprevenido oyente.

Por cierto, citado otras veces, la Asamblea Nacional debatió el asunto en 2011, a propósito del entonces proyecto de ley orientado a algo más que a reivindicar a las víctimas, tratando de satanizar el pasado con la distorsionada versión del oficialismo.  La bancada democrática de la oposición hizo sus alegatos en medio de la algarabía de los palcos llenos de los partidarios del gobierno, igualmente agresivos.

El caso está en que, a la vez que ordena disparar a las multitudes que plenan las calles, avenidas y autopistas, protestándolo pacíficamente, Maduro despacha una cadena radiotelevisiva que, por fortuna, tiene baja sintonía, sirviéndole para desahogar todo el odio que el revanchismo obsesivo dice autorizar. Es el único expediente para compensar la fiera represión de los venezolanos inconformes, procurando la fuerza moral que no tiene.

Ya existe una extensa historiografía que trata del tema e, incluso, recordamos que Livia Gouberneur, en los ya remotos principios de los sesenta, fue últimada por los suyos en una operación de comando. Valga acotar, hacia octubre del citado año, comenzaron a ensayarse las acciones armadas de las celebérrimas unidades tácticas de combate, por lo que el asunto no era un juego floral, como lo recordó Pompeyo Márquez en sus memorias.

Hay un caso emblemático de los injustificados excesos represivos de la década que contrastan con la absoluta impunidad de los excesos actuales, por no citar la diferencia  del otrora Cuartel San Carlos con  La Tumba de ahora que valientemente escrutó un periodista, como Juan Manuel Mayorca, en un foro al que asistimos, previo a la pacífica manifestación del 21 de los corrientes en la que perdió la vida el joven David Vallenilla. Y ese caso se refiere a Alberto Lovera, cuya desaparición fue denunciada libremente en la prensa, negada por el gobierno; apareció después el cadáver hacia el oriente del país y el otrora Congreso inició las investigaciones de rigor, destacando José Vicente Rangel, cuya labor libremente recogió en un libro; fueron identificados, detenidos y enjuiciados los autores, pagando un elevado costo político el gobierno de Leoni que, a la vuelta de la esquina, comicios libres por delante, entregó el poder a un líder opositor; con todas las dificultades, hubo una libre opinión pública que demandó y consiguió la acción del parlamento. Preguntemos:  ¿ocurre hoy?

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