El abajofirmante

Impulsado por su vocación intelectual, además de un temperamento sumamente tenaz, el abajofirmante se caracteriza por adornar con su rúbrica toda suerte de remitidos, panfletos, cartas abiertas y públicas, además de toda suerte de manifiestos, donde sea indispensable una cohorte de firmadores que se encarguen de refrendar un documento de importancia para la ocasión.

Todos nosotros en algún momento de nuestras vidas ciudadanas, hemos sido invitados, e incluso sorprendidos, por formar parte de alguna lista de abajofirmantes, necesaria para dar fe pública de la prosapia de ese asunto tan particular que nos quita el sueño y que nos impele a dejar para la historia nuestro apoyo por escrito.

Lo más probable es que los antecedentes de la situación se remonten a los tiempos del colegio, en los que algún avispado impulsado por no se sabe qué puntada de costilla, decidió un día cualquiera hacer público el incordio que le causaba tal o cual problema de interés colectivo. Y es entonces cuando, sin saber ni cómo ni cuándo, llegaba a nuestro pupitre una flamante hojita de cuaderno rasgada por uno de sus laterales, donde se detallaban una a una la serie de peticiones, cada cual más loca que la anterior, en cuyo párrafo final se aseguraba con la seriedad del caso, que la hilera de firmas que se perdían en las líneas subsiguientes, apoyaban irrestrictamente las pretensiones expuestas, transcritas todas en letra ladeada por causa del apuro y de la espalda mal apoyada del compañero sobre la que fue escrita.

Por lo general, estos precoces intentos de exposición a la opinión pública terminaban con un regaño general, plantón en el patio a pleno sol del mediodía y citación urgente a los padres para conversar de un asunto de su absoluta competencia, preocupados como estaban de la salud espiritual e intelectual de los muchachos bajo su cuido… claro, aprovechando además para hacer mención de las consabidas donaciones para ampliar el teatro del colegio. Por supuesto, después de esto, cuando papá llegaba a casa correa en ristre, no nos quedaban ganas para andar firmando nada hasta asegurarnos de cumplir, por lo menos, los dieciocho años.

Ya en la universidad, las cosas mejoran un poco para nuestros afanes libertarios, pues la vigilancia parental se relaja por esas cosas de la ley de la vida y la distancia geográfica, amén de que ya somos grandecitos como para discernir entre lo bueno y lo malo, o por lo menos eso nos hacen creer. He aquí entonces que se multiplican de la nada las oportunidades para estampar nuestra rúbrica en cualquier papelito que ronde los pasillos del claustro universitario. Así, en rápida sucesión, firmamos convencidos de que el bienestar general se asienta en la necesidad de ampliar las instalaciones del comedor, en arreglar los aires acondicionados, por los insumos del laboratorio, en la reparación de los filtros de agua y cualquier otra causa que atempere el espíritu y nos haga sentir que aportamos nuestro granito de arena para el fin último de conseguir la felicidad total.

Con el tiempo, vamos afinando las percepciones, y de las meras y simples peticiones de interés terrenal, pasamos a otras más subjetivas pero no menos elevadas espiritualmente. De esta manera, nuestra alma se siente redimida cuando estampamos convencidos nuestra firma en apoyo a las convenciones contra el calentamiento global, la protección de los pandas bebé, en la lucha contra el comercio del cuerno de rinoceronte, la caza de la ballena blanca, el cangrejo rojo de los mares de Gales del Sur y la cotorra margariteña. Sin pestañar, marcamos a fuego en el papel nuestros nombres y apellidos, además de nuestro número de cédula faltaba más, para expresar nuestro rechazo a las semillas transgénicas, al uso de embriones humanos para fines de experimentación y a la utilización de hormonas en los alimentos destinados a la población infantil.

Y todavía nos quedaba tiempo para declarar personas no gratas, al profesor de Matemáticas III y a la profesora del laboratorio de Química Orgánica, por sus antipedagógicos métodos de evaluación, tal cual rezaba uno de los párrafos de la petición que firmamos en ese entonces: “que incidieron negativamente en la formación profesional y humana de los estudiantes de la sección 14 de tercer semestre”. Claro, en esa ocasión la raspazón fue de pronóstico reservado.

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