La juventud como delito
Anterior muletilla de moda, proveniente de la remota como celebérrima década de los sesenta del XX, hoy cobra una dramática e indeseable vigencia: ser joven es un delito. E, incluso, poco importa que sea adolescente, pues, policías y paramilitares buscan detenerlos o secuestrarlos, en hogares o calles, selectiva y masivamente.
Sabiéndolos en firme oposición y decidida protesta contra la dictadura, a los jóvenes se les avista, persigue, intimida y apresa con la facilidad de todo ensañamiento y ventajismo, aunque también con la dificultad que imponen sus naturales fuerzas y habilidades. Sin dudas, gracias al constante acoso, son muchos los que han desarrollado destrezas frente a la inmediata actuación de los órganos represivos, ridiculizándolos más de las veces en el enorme teatro urbano de la protesta, expuestos a los reporteros gráficos nacionales e internacionales.
Bastará que un muchacho, fuese o no estudiante, empleado o buscador de empleo, ande por las calles para levantar la sospecha del represor uniformado o de civil. Él y ella, de pantalones largos o cortos, camisa o franela que redondeé su sencillez, con el paso aligerado por unos zapatos deportivos, cabellera escasa o profusa, con un morral grande o pequeño a cuestas y aún sin la simbólica gorra tricolor, atrevidos a alguna sonrisa, es suficiente motivo para su aprehensión o el vulgar despojo de sus pertenencias al mediar algunos golpes, revelando la más íntima naturaleza del régimen.
De portar unos libros, algún instrumento musical o la más modesta bisutería, queda perfeccionada la percepción lombrosiana del represor que también busca el deseado móvil celular de sus sueños, un reloj pulsera o la cantidad de dinero que necesita, pisando los linderos de la extorsión de padres o representantes ya avisados. Tratamos acá sobre la lumpen-represión en la que lógicamente deriva el régimen, afectado socialmente el país por una intensa descomposición que hace de la anomia una ventaja para pocos, perjudicando al resto de los mortales.
Convertida toda espontaneidad en precaución, limitada la reposición de sus pertenencias y atuendos, él y ella van con su juvenil edad aventurándose por las calles. Además, consabido, muchos madrugan un día sábado o domingo, después de asistir a una fiesta, ya que deben quedarse toda la noche en la casa que hizo de sede, trastocada la calle en un coto de caza para el represor que se le ocurra levantarse temprano o, pasa igualmente, ha rumbeado y espera para él mismo una ocasión de volver seguro a casa.
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