Los jartos
De acuerdo a la expresión popular, únicamente los que están jartos niegan la realidad. La Venezuela que cívicamente se ha levantado, está hambreada, censurada y reprimida, pero la flamante presidente de la supuesta asamblea constituyente, fruto del fraude que escandaliza al mundo, nos la pinta como la del Toboso.
El discurso inaugural, después de violentadas las puertas del histórico Salón Elíptico, colgó un mensaje muy propio de la indisgestión de los que ejercen abusivamente el poder. El hartazgo los lleva a los extremos del absurdo y del cinismo, negando el hambre ajena en Venezuela.
Legendario es ya el recuerdo de la otrora cancillerísima que nos pintó como el granero capaz de alimentar a tres países, porque la comida sobra en estas latitudes. Los jartos se burlan con un descaro que no tiene nombre, frente al más de centenar de muertos con los que ha rubricado las protestas a calle llena de las grandes mayorías que los protestan y rechazan con coraje.
De la instalación de la constituyente de 1999, con Luis Miquilena oficiando el revanchismo que pacientemente tejió por décadas, a la de una espuria constituyente, como la de 2017, reconozcámoslo, media una distancia que no debe asombrar. Ésta es el resultado de los viejos y obscurecidos propósitos que hoy alcanzan una sinceridad plena, acortada la distancia por la purga que impuso el cansancio, la deserción que provino de una vulgar evasión, el arrepentimiento que se hizo tardío: todo se redujo a lo que hay, una minoría de comunistas atrabiliarios que quebraron al país y desean hacerlo con la misma voluntad de los venezolanos que los padecen.
Los jartos alzan la voz, sabiéndose escudados por la pólvora. Están orgullosos de las faenas represivas que les allanan el camino a La Haya, ostentando premios como los de la FAO que no serán suficientes a la hora de enfrentar la justicia.
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