Del arco que tensa las cuerdas

La más somera revisión de la prensa de los sesenta del XX, incluyendo los medios subversivos, da cuenta de una represión que fue dura, muchas veces proporcional a los actos terroristas escenificados y, otras, tan abusiva que disparaba los resortes libérrimos de indignación, rechazo y condena de la sociedad, activando inmediatamente todos los mecanismos institucionales disponibles. Particularmente, recordamos la serie “Víctimas y victimarios” que, al finalizar la década, derrotada militar y políticamente la insurrección armada, comprobadamente armada desde la Cuba invasora, llevaba Jesús Sanoja Hernández para Tribuna Popular.

Frecuentemente, en diarios, semanarios o quincenarios, como El Nacional, Clarín o Qué Pasa, pueden apreciarse sendas campañas de abierta e interesada propaganda que, por alguna vicisitud secundaria, ofrecía la versión de una dictadura implacable, macabra e intransitable. Por cierto, aunque fuesen los agresores, la inmediata propensión era la de victimizarse y, la defensa de los derechos humanos en los todos los años posteriores, partía de tal supuesto, por cierto, indiferentes ante las denuncia de los crímenes políticos ocurridos en el socialismo real.

Ahora, el siglo XXI los tiene por gobierno, un largo gobierno como no ocurría desde los tiempos de Juan Vicente Gómez, ejerciendo la más cruel represión contra una oposición desarmada y pacífica que la saben definitiva y contundente mayoría. No hay periódico, tribunal o parlamento a los que le permitan siquiera insinuar algún desliz y esos remotos campeones de los derechos humanos, añadido el más furibundo con visos de poeta, como Tarek William Saab, faltando poco, defensor y acusador a la vez, según acaece en todo régimen de fuerza, todavía tienen la cachaza de exhibirse como los más honorable prohombres del socialismo que quebró a Venezuela.

Que sepamos, jamás el país vio casos como el del conocido violinista Wuilly Arteaga, quien ha ejecutado el arco – incluso – bajo el espesor de los gases tóxicos y el sorteo de los disparos en las manifestaciones que esta dictadura no duda en aplastar, así fuese de la tercera  edad. El único delito es el de disentir, por lo que lo apresan y golpean salvajemente, destruyéndole el instrumento.

Lo peor es que poco le importa a la dictadura que se sepa del caso, reventando las redes sociales con tamaño escarmiento. Demasiado lejos de ser un terrorista, desenvolviéndose en mejores condiciones un delincuente común, Wuilly hace añicos las   campañas de los insurrectos que ayer  rasgaban sus vestiduras y, hoy, lo hacen completamente con las ajenas, ensagrentándolas.

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