A ratos se imponen los peores pronósticos en un panorama que a ratos parece sin salida
Negociación: única salida
Una negociación “creíble y de buena fe, que tenga el consenso de las partes y que esté orientado a alcanzar pacíficamente el restablecimiento de la democracia en el país” es lo que dice en su párrafo final –y crucial- la Declaración de Lima adoptada este martes por 17 cancilleres de América Latina y el Caribe.
No ha sido el párrafo más destacado por los medios pues fue relegado, explicablemente, por otras conclusiones sustantivas: no reconocer a la Asamblea Constituyente ni sus actos, el apoyo a la fiscal general o la condena a la violación de derechos humanos en Venezuela, entre otros aspectos. Pero el asunto es crucial. Así lo destacó, por su lado, el secretario general de Naciones Unidas quien el mismo martes –y antes de la Declaración de Lima– urgió a los venezolanos “hacer todos los esfuerzos posibles para reducir tensiones y entablar negociaciones políticas»
Más allá de la constatación y toma de posición clara frente a los atropellos y el deterioro democrático en el país, la clave está en que se encuentre una ruta de salida. A ratos se imponen los peores pronósticos en un panorama que a ratos parece sin salida. Pero esta existe y se puede –y debe- construir.
La negociación, sin perjuicio de condenar los atropellos, es urgente. Su viabilidad y oportunidad dependerá de cómo se muevan los actores políticos nacionales y la comunidad internacional. El telón de fondo que a diario vive la sociedad venezolana clama a gritos por una salida. Seriamente afectada por la crisis, clama por una solución que acabe con el desabastecimiento, la inseguridad, la represión y la inflación. Si es cierto que más del 80% de la población rechaza al gobierno, ese otro 20% que en teoría lo apoya sufre exactamente los mismos dramas.
En esto no hay “modelos” ni precedentes a imitar, pero creo que es útil recordar la experiencia peruana de transición a la democracia en los años 1999-2000. La polarización era muy aguda y la movilización popular también, pese a que nunca se sufrió un panorama de desabastecimiento y de caos como el hoy reinante en Venezuela.
Hay tres piezas sobre el tablero de cuyo desempeño dependerá que se construya esa ruta negociada o que el rumbo de las cosas empeore y lleve al colapso y caos total en lo cual, cuando se dé un cambio político, podría ser con un altísimo costo social y humano en perjuicio de todos los protagonistas.
En primer lugar, la oposición política; su unidad y cohesión es pieza ineludible. Eso fue crucial, por ejemplo, en la transición democrática en el Perú en el 2000; sin esa unidad esa transición no se habría producido. En segundo lugar, una institucionalidad gubernamental que –parcial o totalmente- llegue a estar persuadida por la situación interna y por las señales de la comunidad internacional, de que el actual rumbo de las cosas es peligroso para el país sino por los propios actores gubernamentales. El mundo ha visto la violencia sangrienta y rabia que puede llegar a desencadenarse en situaciones como éstas. O, en un plano distinto, lo que podría ser la intervención en su momento de la justicia penal internacional con consecuencias impredecibles para los que pudieran estar involucrados. A la larga o a la corta, sentarse a negociar, en serio, una transición es y será indispensable para unos y otros.
En tercer lugar, una comunidad internacional que, sin sustituir a las fuerzas nacionales, pueda entender la dinámica interna y aportar con sus buenos oficios para construir y persuadir, con discreción y firmeza a la vez, un espacio negociador concreto. ¿Quiénes? Pues podría ser el impulso del secretario general de la ONU o un grupo de gobiernos latinoamericanos.
Recordando otra vez la experiencia peruana: sin una negociación de ese tipo hubiera sido inviable una transición política ordenada, pacífica y sin venganzas.
Crédito: El País
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