Antipolítica en clave de telenovela
Tiempo que no la veía, aunque está adscrita a la Asamblea Nacional, encontramos por casualidad a la otrora asistente de una parlamentaria oficialista que no logró repetir, a pesar de sus recias posturas y capacidad de trabajo. Nos saludó con afecto, pues, siendo frecuente y muy duro el choque en las plenarias y en una de las comisiones permanentes, quedó como saldo inevitable el mutuo respeto personal.
Me dijo que trató de entrar a palacio, donde la “seguridad de ustedes” lo impidió y, al despedirse, más en serio que en broma, alegó que debía apurarse para buscar la harina de maíz que Lorenzo Mendoza y otros que hacen la guerra económica, les niegan. No valía la pena discutir sobre la seguridad de la sede legislativa a cargo de la GNB que tiene por prisioneros a los diputados, cada vez que así lo deciden, filtrándoles las visitas, y que, además, la crisis humanitaria corre bajo la absoluta responsabilidad de la dictadura, añadido el nefasto desempeño de los CLAP. Empero, inmediatamente nos remitió al caso demasiado recurrente de sus voceros que inculpan a la oposición por las muertes de los ciudadanos en legítima protesta, como por el incendio de una sede escolar u otras vicisitudes que la propaganda altera.
Toda dictadura miente, pero ésta que padecemos la hace con sobradísimo cinismo, demostrando lo lejos que llega el (auto) engaño. Por ello, es necesario preservar y divulgar constantemente las evidencias de un descomunal atropello, porque no le ha bastado con asesinar a los jóvenes que tuvieron por única defensa una lámina de cartón, linchar a discapacitados, destruir casas y edificios, hasta disparar a una mascota y lacrimogenar al hospital de la Cruz Roja que, por cierto, dista demasiado de haber cumplido con su deber en las calles que supo de la Cruz Verde, de la Cruz Azul y de otros equivalentes en relación al auxilio de médicos y paramédicos, igualmente tiroteados y perseguidos.
Insuficiente la versión de tan desacreditados voceros, incluyendo al ocupante de Miraflores, la tal constituyente ha nombrado a una tal comisión de la verdad que espera repetir – ante todo – el linchamiento moral ensayado entre 2002 y 2003, después de los consabidos sucesos del 11-A. Recordemos, una brutal faena represiva, con muertos y malheridos a cuestas, produjo una comisión parlamentaria tan sólo nominalmente presidida por un representante de la oposición, con una clara y contundente mayoría oficial, que escenificó un espectáculo tan propio de la antipolítica, logrando confundir a la opinión pública al falsear los hechos con descaro, desembocando en dos informes contrapuestos que quedaron para la mera formalidad.
Luego de los hechos de 2014, procurando el gobierno evadir sus responsabilidades, la mayoría asamblearia, partidaria de Diosdado Cabello, valga acotar, trató de imponer otra tal comisión de la verdad a la que nos opusimos sin ambages los diputados de Vente Venezuela, como consta en las actas y videos de las sesiones de entonces. El propósito siempre ha sido el de banalizar la tragedia y, escupiéndole al país que los detesta, reglar y arreglar una razzia de inconfundible cuño fascista.
Apropiándose por la fuerza de los espacios del Museo Boliviano, bajo la responsabilidad de las actuales autoridades legislativas que, además, no lo han denunciado, la tal comisión de la verdad de la tal constituyente trama una telenovela de la peor inspiración para lavarse las manos respecto al tsunami represivo que anegó las calles y hogares venezolanos. A la feria electoral de las regiones, tramados unos comicios a la medida de los propósitos miraflorinos, se sumará la réplica interesada de lo que tendrá más de la filmografía de los procesos de Núremberg que de los juicios televisados en Cuba, después de Bahía de Cochinos.
La ultraizquierda alojada confortablemente en la antipolítica, tal como la concebimos y sufrimos en lo que va de siglo, dirá cumplir con un inicial objetivo: trivializar la noción misma de la comisión de la verdad. Nada tuvo, tiene o tendrá que ver con lo que universalmente se entiende por tal, sobre todo después de la experiencia salvadoreña, en estas latitudes, porque se trata de un burdo espectáculo en el que los teloneros fueron, son y serán las víctimas.
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