Lo que debo saber para ser mejor (I)

¿Se puede ser mejor persona? La experiencia propia nos dice que sí, pero no es fácil. Por un lado, sabemos que se puede ser mejor poniendo empeño e interés. Y por otro, que no es fácil; que cada persona tiene límites, defectos y maneras de ser muy arraigados; por lo que una y otra vez caemos en los mismos errores, y por lo que a veces, es difícil sacar la vida del riel donde la hemos metido. En todo caso, sabemos que se puede ser mejor, por lo menos en parte, aunque sea difícil. Por lo tanto, la pregunta que queda hacernos es: ¿vale la pena intentarlo?, ¿merece la pena en cualquier edad y circunstancia intentar mejorar?

Los que nos rodean dirían que sí, que merece la pena intentarlo, porque ellos conocen y padecen nuestros defectos. De la misma manera que nosotros diríamos lo mismo de los demás. Adicionalmente, no podemos perder de vista que todos los días tenemos la oportunidad de ser mejores que ayer, y así encaminarnos a lo que estamos llamados a ser: la mejor versión de nosotros mismos; no sólo por nuestras potencialidades y destrezas particulares; sino, y, sobre todo, por el hecho de ser seres humanos únicos e irrepetibles. Por lo que nuestra existencia tiene su razón de ser, que a nosotros nos corresponde descubrir.

Por lo tanto, respondamos que sí se puede mejorar, aunque inmediatamente nos tropecemos con la siguiente pregunta: ¿Cómo mejorar? ¿Qué debo saber para ser mejor persona? La primera pista que tenemos es la experiencia de la humanidad, desde que se empezó a pensar y a escribir la historia del humanismo. Nuestra historia.

Conócete a ti mismo

“Conócete a ti mismo” es el lema más importante de la sabiduría clásica, el lema que presidía el pórtico del templo de Apolo en Delfos, y que debemos tener presente en todo momento en nuestras vidas.

Por experiencia propia sabemos que, cada uno de nosotros lleva dentro de sí un microcosmos, un compendio de la humanidad. De ahí que las personas tengan la capacidad de reflexionar y autocontemplarse. Por otro lado, las personas somos bastante parecidas, de ahí que, además de la experiencia propia, podemos aprender de los demás. Por lo tanto, conociéndonos bien, podemos saber mucho de los demás y dirigir nuestra vida.

En el proceso de autoconocernos, es importante tener presente que el plano de la interioridad humana, el alma, está trazado casi desde el inicio del pensamiento de la humanidad. Platón comparó la interioridad humana a una biga, esos carros de dos ruedas, tirados por dos caballos que se usaban en la antigüedad. Por lo que en el alma hay un conductor que dirige el carro, la razón; con su capacidad de decidir, que es la libertad. Mientras que los dos caballos son las dos tendencias del alma; o como se decía clásicamente, los apetitos.

Uno de los caballos son los deseos de placer. Difícil de dominar, porque está siempre revolviéndose con todas las cosas que nos apetecen. A la razón le cuesta controlarlo, sujetarlo con las riendas, pero si no lo controlara se perdería la libertad (seríamos esclavos de nuestros instintos). El otro caballo es el ánimo, el deseo de lo que es noble y bueno; es la capacidad de enfrentarse con los grandes retos de la vida, para afrontar las luchas y también para padecerlas sin venirse abajo.

Es importante aclarar que no hay un caballo bueno y otro malo. Lo que pasa es que uno es más noble que el otro, pero los dos son necesarios. Si no tuviéramos deseos de comer, no podríamos vivir. Pero si sólo nos dejáramos llevar por los deseos de comer, nuestra vida sería bastante miserable, sólo por dar un ejemplo.

La imagen de la biga es muy útil para ilustrar el alma humana. En nuestra vida hay una guía, que es la inteligencia, que tiene que saber gobernar nuestras tendencias: tanto los múltiples deseos de placer, como el ánimo por los grandes ideales. No podemos vivir sin comer, pero tampoco podemos vivir sin ideales. Y saberlo es mucha sabiduría y una clave del humanismo, de lo que nos corresponde saber para ser mejores personas.

Por lo tanto, para cerrar esta primera parte sobre el tema, podemos concluir que el hombre, a diferencia de los demás animales, posee libre albedrío (libertad) porque se inclina a querer por el juicio de la razón, y no por el impulso de la naturaleza, como sucede en los animales brutos. De ahí que el hombre es libre, porque su voluntad puede elegir, de un modo no necesario, de entre los bienes particulares que le presenta su inteligencia. No obstante, esta libertad implica responsabilidad, por lo tanto, debe respetar un orden, de lo cual hablaremos en una segunda parte.

Hugo Bravo
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