Esto es Cataluña, pero lo que nos está pasando pertenece directamente al mundo de los 'fake news' que llevaron a la victoria del Brèxit al referéndum y de Trump en las elecciones americanas
La gran mentira
Después de la gran vergüenza, la del pujolismo, ahora estamos sufriendo de lleno y crudamente la gran mentira, la del proceso independentista. La gran mentira ha llegado justo después de la gran vergüenza, y en sentido estricto también es la continuación. El economista Francisco Trillas acierta cuando dice que el independentismo es la fase superior del pujolismo (La Hora, 11 de agosto de 2017). Incluso se diría que sin la gran vergüenza de la corrupción pujolista no se hubiera podido organizar la gran mentira del independentismo.
Las pruebas de la gran mentira van llegando, ahora con más rapidez que lentitud, como ha ido pasando también con la corrupción del pujolismo, el tres por ciento y el caso Palau. Los actores de la gran mentira, empezando por el insurgente en jefe Artur Mas y siguiendo por la indiburgesia (burguesía independentista hecha al abrigo del pujolismo como la boliburgesia se ha hecho al amparo del chavismo), son las señales más sólidas de la continuidad entre las dos grandezas, la fundacional de la vergüenza y la crepuscular de la mentira.
La presidencia de Mas se cocinó en los fogones de Marta Ferrusola, fruto del consenso dentro del núcleo duro familiar y del partido (el ‘pinyol’). Y el enriquecimiento del entorno de familiares y de amistades y asistentes salió del control del Diario Oficial de la Generalidad, con las concesiones, contrataciones y servicios derivados de una administración creada de nueva planta y de crecimiento exponencial en sus 30 años de absoluto control político, a excepción de los siete años de travesía del desierto.
Entre las dos grandezas no hay diferencias morales. Patriotismo y enriquecimiento van asociados en esta historia. Los impuestos son buenos sobre todo cuando los pagan los demás. Todo está permitido al servicio de la nación, incluso la comisión del tres por ciento, una parte para el partido y la otra para asegurarse el futuro. No hablemos ya de la colocación de hijos, familiares lejanos y amigos.
Lo mismo ocurre con la justicia: sólo es independiente cuando va a favor. De lo contrario, está manipulada por el Gobierno del Estado
Lo mismo ocurre con la justicia: solo es independiente cuando va a favor. De lo contrario, está manipulada por el Gobierno del Estado. El pujolismo lo organizó muy bien, desde el caso Banca Catalana, cuando denunció la acusación de la fiscalía contra Jordi Pujol como «una jugada indigna» del Gobierno socialista y azuzó las masas y su televisión TV3 contra el PSC. No muy distinto del acoso a los guardias civiles que registraron el 20 de septiembre la conselleria de Economía con un mandato judicial por malversación, prevaricación y desobediencia en relación al 1-O y no cumpliendo órdenes del Gobierno de Madrid.
Nada se entendería de la pasión por separar legitimidad y legalidad si no hubiera una larga tradición de transgresión de la ley en una confusión entre intereses públicos, nacionales, e intereses privados y familiares, fácilmente corruptibles o directamente corruptos. Quienes ya tienen la costumbre de saltarse las leyes para evadir los impuestos se ven así gratamente estimulados a saltarse la ley para hacerle la cama al Estado opresor y conseguir la independencia o, como mínimo, una ampliación del poder que ya tienen.
La gran mentira es también la tapadera de la gran vergüenza. Esta es otra y bien relevante continuidad política bajo la que asoma la relación tan provechosa como vergonzante entre Convergencia y el Partido Popular. Es la tapadera de la alianza sagrada entre burguesías corruptas, que se escenificó en el Pacto del Majestic, y es la tapadera de las políticas de recortes compartidas que estallan con las protestas del 15-M, y de las que Artur Mas se quiere librar a la brava con su repentino giro soberanista.
La deconstrucción de la gran mentira no ha comenzado hasta muy avanzado el proceso. Destacan algunas aportaciones periodísticas, como la que hicieron Xavier Vidal-Folch y José Ignacio Torreblanca en este diario (Mitos y falsedades del independentismo) o el libro conjunto de Josep Borrell y Joan Llorach (Las cuentas y los cuentos de la independencia). Pero en buena parte la deconstrucción se ha hecho casi sola, prácticamente sin que el gobierno español, tan acostumbrado al buen entendimiento con los nacionalistas, haya hecho nada para desmontarla.
La munición para esta última mentira ha venido de fuera, como siempre, y la ha proporcionado el gobierno del PP con su torpe actuación
Ahora, al final del trayecto, se ha visto la envergadura de las falsificaciones que habían acompañado a la propuesta de independencia. Casi todo era mentira, pero basta con elegir tres ejemplos capitales de cómo la realidad ha desmentido las fantasías del independentismo: ya hemos visto que nunca habrá Estado propio dentro de una Europa que está plenamente identificada con el socio que es España; que la Cataluña independiente sin banca ni grandes empresas difícilmente será el país próspero y líder que nos dibujaron; y que ahora tenemos una Cataluña dividida y cuarteada en lugar de aquella unidad del pueblo catalán en pos del objetivo patriótico de la plena soberanía que nos habían predicado.
La gran mentira tiene una facilidad reproductiva prodigiosa, como lo demuestra la última fabricación a la que se agarra el independentismo como último recurso argumental. De acuerdo, nos reconocen en contra de lo que nos habían dicho hasta ahora, no estaremos en Europa, seremos más pobres y estamos divididos, pero se nos ha de reconocer que somos las víctimas de un combate desigual en el que nuevamente Cataluña es atacada por las reminiscencias de la dictadura franquista.
La munición para esta última mentira ha venido de fuera, como siempre, y la ha proporcionado el gobierno del PP con su torpe actuación: primero las órdenes de la fiscalía para interrogar preventivamente a 700 alcaldes por si querían poner las urnas en sus ayuntamientos, luego la intervención desproporcionada e inútil de la fuerza pública para evitar el ‘delito’ de depositar un voto en la urna y finalmente la prisión incondicional para los dos Jordis como sospechosos de sedición.
El resultado, ciertamente espantoso, es que una parte de la población catalana ha vivido estas semanas como una recuperación del antifranquismo, que les ha permitido experimentar la clandestinidad de la organización del plebiscito del 1-O y la represión por parte de la policía, mientras que el resto de los ciudadanos se han convertido en sospechosos de complicidad con esta ‘dictadura ficticia’, añadiendo un motivo más de división y de hostilidad entre catalanes en función de sus ideas.
Un periodista de TV3, por ejemplo, se ha permitido publicar en el diario Ara una lista de intelectuales y escritores amigos de su familia -todos ellos en lengua castellana—a los que acusa, sin pruebas, de haber callado ante de la actuación de la policía el 1-O, fundamentalmente porque han osado explicar su posición contraria a la independencia.
Lo mismo ha hecho el exrector de la Universidad de Girona, Josep Maria Nadal, de nuevo a las páginas del diario Ara, que sin aportar prueba alguna ha acusado nada menos que de complicidad con la policía española al escritor Javier Cercas, al que señala como si hubiera «justificado la actuación del 1 de octubre», lo que ha desmentido el escritor gerundense en una carta al mismo diario.
El espíritu de delación y de venganza se está instalando entre las filas de un cierto independentismo, sobre todo a medida que se acerca el final y se pincha la burbuja de la gran mentira. De hecho, es el final lógico de una aventura política que comenzó dividiendo a los catalanes entre soberanistas y unionistas, nosotros y vosotros, buenos catalanes y catalanes malos, en definitiva.
Entre los delatores y confidentes que se dedican a estas tareas sucias, destaca por su persistencia y dedicación algún comisario político que ya censura anticipadamente a los catalanes que no se opongan al artículo 155 como si fueran los equivalentes de los franceses colaboracionistas con el nazismo, señalados como la Cataluña de Vichy.
Esto es Cataluña, pero lo que nos está pasando pertenece directamente al mundo de los fake news que llevaron a la victoria del Brexit al referéndum y de Trump en las elecciones americanas. Aquí nos está llevando a unas experiencias de enfrentamiento civil realmente inquietantes, que deberían hacer reflexionar a quienes las protagonizan, no por lo que significan ahora mismo sino sobre todo por el mensaje balcánico que contienen y que puede fructificar dolorosamente en un futuro inmediato.
Crédito: El País
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