De partido leninista a “ornitorrinco ideológico”
Así llamó Manuel Caballero al que fuera el partido hegemónico de la política venezolana antes de la aparición del chavismo. La historia de Acción Democrática es una historia que irremediablemente se entrelaza con la historia política de la Venezuela contemporánea. Hoy en día muchos no entienden cómo el primer partido político moderno de Venezuela, un partido policlasista y de masas, que nació al fragor de las luchas estudiantiles y los calabozos durante la dictadura gomecista, que tuvo una intensa actividad política en el posgomecismo ̶ siendo primero ORVE, PDN y finalmente AD ̶ para después formar la resistencia, aguantando persecución y exilio, en la década de dictadura militar perezjimenista; hoy en día se entregue a la dictadura totalitaria venezolana que pareciera cada vez más confirmar la tesis de consolidación de un sistema de partido único (al estilo de China, Cuba y Nicaragua), mediante la conformación de una oposición “a la medida” que sirve de fachada democrática.
La primera diferencia de la Acción Democrática de los inicios con la de ahora salta a la vista: el cambio generacional. A mediados de siglo, AD era un partido conformado por políticos jóvenes en un país en que no había consolidado una democratización sólida y duradera del poder; hoy se trata de un partido de políticos viejos, que después de 18 años de chavismo, siguen pensando la política en términos de repartición de poder. Así las cosas, en 1958, se inaugura el período democrático bajo un “sistema populista de conciliación de élites”, término acuñado por el politólogo Juan Carlos Rey en el cual los partidos políticos, la Iglesia católica, el Alto Mando Militar, los trabajadores (a través de la CTV) y los empresarios (a través de Fedecámaras) acuñaron una nueva y peculiar “cultura política” con un conjunto de reglas informales del juego político cuyo objetivo era preservar el orden democrático, amenazado constantemente en su estabilidad.
En ese sentido, ¿realmente constituye una “traición” optar por la posición moderada de no descartar definitivamente cualquier escenario electoral aunque no estén dadas las condiciones? ¿Es esta una inconsistencia histórica? En las siguientes líneas veremos el giro que dio AD, que consolidó una forma de hacer política que también siguieron todos los partidos que vinieron después y que incluso se mantiene hasta el presente.
Para entender la AD de 2017 tenemos que remontarnos a la transformación que ̶ según apuntó Manuel Caballero en Historia de los venezolanos en el siglo XX ̶ tuvo el partido entre 1968 y 1973. Así las cosas, el primer elemento de esa transformación fue la “homogeneización ideológica” pues a partir de los cismas del MIR, el ARS y el MEP, Acción Democrática se convierte en un partido uniforme donde “la ropa sucia se lava en casa”. En consecuencia, se abandona la discusión ideológica, así como toda inquietud teórica y de elaboración política; de hecho, podemos decir que a partir de 1973 los enfrentamientos dentro del partido serán personales, no doctrinales. Por último, toda esta “depuración” hará que AD se convierta en una coalición política conservadora, pero no en el sentido de reacción, sino en el sentido de que no se concibe gobernando sin una alianza que mantenga la institucionalidad. A partir de entonces AD ha sido un partido de poder que buscó su preservación en un sistema democrático representativo de ciertos contrapesos que lo alejaran del monopartidismo, como es el caso de COPEI y otros partidos menores, aglutinados en el reparto de la renta petrolera, que más que ser contrapeso, fue un “colchón protector” y fuente de legitimidad y gobernabilidad.
De manera que, este proceso de “pragmatización” de AD en los años 70 y después el quiebre del sistema de partidos en los años 90, explica por qué en el siglo XXI apuestan por convivir con su fuerza política especular (el chavismo), además de explicar la configuración de los demás partidos democráticos alrededor de ese “estilo” de hacer política, que el politólogo Miguel Martínez Meucci ha denominado “apaciguamiento”.
El apaciguamiento sería entonces “esa actitud que consiste en ceder progresivamente, sacrificando los propios principios y valores, ante las acciones de fuerza de un oponente que no respeta ningún límite”, que muchas veces no está condicionada directamente por la coacción institucional sino por la capacidad del régimen de comprender la estructura de incentivos y de fines a corto plazo de los distintos actores y toldas políticas de la oposición. Lo cual, si aplicamos teoría de juegos, nos lleva al esquema de pequeños espacios de poder cedidos por la dictadura, en el cual hemos vivido en los últimos años: alcaldías, gobernaciones y curules (por ende recursos del situado constitucional para seguir manteniendo la estructura clientelar de los partidos), a cambio de una suerte de “pax política”, que hace inefectiva una salida del régimen dictatorial incluso ahora, en su peor momento histórico y de desprestigio interno y externo.
Si bien a lo largo de esta evolución los partidos políticos dejaron de ser campos de batalla ideológica y de resistencia, para ser corporaciones clientelares; siguen constituyendo el único vehículo efectivo para la acción política. Es por ello que la solución no pasa (como muchos sugieren), por prescindir de los partidos políticos, ni consolidar liderazgos independientes o terceras vías. La solución pasa por establecer una gran alianza táctica y de amplio espectro que intente coordinar todos esos fines de corto plazo dentro de las organizaciones políticas y de la sociedad civil, por objetivos de largo plazo. Esos objetivos a largo plazo sólo puede establecerlos la Comunidad Internacional a través de garantías para un gobierno de transición de oposición, que supere las promesas a corto plazo que ofrece la dictadura a la oposición con negociaciones fallidas y premios de consolación.
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