Cambios en curso
Implacable, la crisis se ha desbordado en todos los ámbitos, aún los más inimaginables. La dictadura ha configurado una sociedad de la mera supervivencia, desmintiendo el estereotipo del país petrolero que sobresalió por sus excesos en una región vapuleada económicamente años atrás.
Así, no encuentra sentido alguno la continuidad de los víveros y floristerías en los centros urbanos y, mucho menos, las librerías, convirtiendo en superflua, inútil y hasta excéntrica toda actividad que no sea la de una literal cacería de alimentos y medicamentos. Ni siquiera las novísimas generaciones conocen, crecen, asisten y se recrean en los zoológicos, técnicamente cerrados.
Entre las escasas alternativas de recreación, excepto se la prefiera en casa mientras haya interconectividad, encontramos las salas de cine cada vez más encarecidas por el consumo de golosinas al que prácticamente obligan. Los centros comerciales constituyen una opción un poco más segura para pasearlos que la calle misma, aunque la barquilla de helado sea todo un acto de audacia para el bolsillo, esperando como retribución la sonrisa del niño inocente.
Evaluando sus propias posibilidades, las personas extrañan a los seres queridos que irremediablemente buscan las más legítimas alternativas de supervivencia en el exterior y, sin precedentes en el medio familiar, ya no habrá hermanos o primo-hermanos que crezcan juntos. Frecuentemente subestimado, porque quizá todavía no se sienten todavía sus más profundas consecuencias, la esencia y el paisaje de la consanguinidad sufrirán alteraciones que darán cuenta de una sociología inédita de los venezolanos y de la venezolanidad.
Ojalá tan indeseadas transformaciones surgidas de una radical incertidumbre impuesta por el régimen que pretende sojuzgarnos definitivamente, no sólo las detengamos y reencausemos, sino que demos término al régimen mismo que genera el fenómeno por el que las grandes mayorías nunca apostaron conscientemente. Y, detenido y reencausado, surjan las extraordinarias lecciones que, además, sean tales por el vivo testimonio de las víctimas, que somos todos: testimonios imposibles de olvidar para evitar tropezar con la misma piedra.
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