Hasta el enemigo merece respeto

Puerto Cabello era la plaza fortificada más importante de la Capitanía General de Venezuela. Desde el siglo XVIII, se había cerrado el canal de acceso al puerto y se había fortificado la ciudad. Además, existía el Castillo de San Felipe, una hilera de baterías conocida como Punta Brava, aledaña al punto sur del castillo, la batería de El Corito al noroeste y una murallada conocida como La Estacada con dos puntas: los baluartes del Príncipe y la Princesa. La ciudad estaba dividida por una fosa al mejor estilo medieval. Finalmente, en todo cerro o elevación había baterías móviles. Estaba rodeada de El Trincherón, Los Tanques del Rey, San Luis, El Reducto del Negro y el famoso Fortín Solano. Era imposible perder Puerto Cabello en la colonia y en la guerra de independencia.

Al Coronel Simón Bolívar se le encomienda el comando político y militar de Puerto Cabello. El cabildo de la ciudad lo recibió el 4 de mayo de 1812. El 30 de junio, un teniente de origen canario, Francisco Fernández Vignoni, encargado momentáneamente ante la ausencia de El Libertador, entregó armas a los presos realistas para tomar el Castillo de San Felipe. El 6 de julio Bolívar se embarca en Borburata hacia el Puerto de La Guaira. Había perdido la plaza en menos de dos meses. No hay imagen más nítida de un sentimiento de derrota que la que reflejan las cartas que Bolívar remitió al General Francisco De Miranda, en fecha 12 de julio de 1812, dando parte del desastre. Sin duda su peor derrota personal, producto de una traición.

Él le comunicó a Miranda, el 12 de julio de 1812: “Mi general, mi espíritu se halla de tal modo abatido que no me hallo en ánimo de mandar un solo soldado; pues mi presunción me hacía creer que mi deseo de acertar y el ardiente celo por la patria, suplirían en mí los talentos de que carezco para mandar”. Dos días después escribió otra: “Después de haber perdido la última y mejor plaza del estado, ¿cómo no he estar alocado, mi general? ¡De gracia no me obligue Vd. a verle la cara! Yo no soy culpable, pero soy desgraciado y basta”. Pero sí le volvió a ver la cara a Miranda después de “perder la mejor y última plaza del Estado”. El Generalísimo, sin control de la situación, se vio obligado a aprobar en La Victoria las condiciones de una capitulación que fue finalmente suscrita en San Mateo, el 25 de julio, por José Sata y Bussy y Domingo de Monteverde. Inmediatamente trata de huir por La Guaira.

Bolívar con un grupo de patriotas, seguramente justificados por infinidad de razones que los absuelven ante la historia épica, lo detienen y arrestan el 31 de julio para luego entregarlo a la avanzada de Cerveriz; en su mayoría, conformada por ex presidiarios de Cádiz que obtuvieron su libertad a cambio de venir y arrasar estas tierras. ¡Oh destino ruin!, lo remiten detenido al Castillo de San Felipe de Puerto Cabello en donde permanece hasta el 4 de julio de 1813. De allí emprende su camino hacia La Carraca, precisamente en Cádiz, en donde habían estado encarcelados sus captores realistas.

Para Bolívar, la recuperación de la fortificación siempre fue un punto de honor. En 1813, montó dos sitios; el primero en los meses de agosto y septiembre, el otro comenzó en diciembre y se prolongó hasta el 16 de junio de 1814. Páez hizo lo propio, sin éxito alguno, entre los meses de marzo y julio de 1822; y entre los meses de febrero y mayo de 1823. El 23 de septiembre de 1823, Páez ataca nuevamente la ciudad y la toma el día 8 de noviembre. El Castillo de San Felipe no fue recuperado sino por la capitulación del 10 de noviembre de 1823. Terminaba así la Guerra de Independencia. Pero qué pasó con Vignoni.

En la mañana del domingo 8 de agosto de 1819, dos días después de la victoria de Boyacá, se aprestaba Bolívar a salir camino a Bogotá. Antes quería pasar revista a sus hombres y verificar el estado de los numerosos prisioneros. De repente, el hombre frenó el paso, frunció el ceño y ordenó a uno de sus ayudantes que le acercaran a un capitán realista. Identificó al mismo que lo había traicionado años atrás.

  • Vignoni, no podría imaginar usted mi alegría por este encuentro… Veo que ha ascendido lentamente a pesar de todos sus servicios a España…
  • Soy el comandante de la Guarnición de Tocaima.
  • Me alegro. Ahora que nos hemos reencontrado, ¿puedo hacerle una pregunta? ¿Dígame usted que destino le espera al que traiciona a su comandante?
  • La muerte – Contestó el oficial, con la voz quebrada

Seguidamente, Bolívar ordenó: “Cumplan la sentencia del comandante Vignoni pero no ante el pelotón de fusilamiento”. Sin ninguna duda, un teniente y su pelotón, arrastraron al desgraciado traidor y lo colgaron sin miramientos. Antes de abandonar el campamento, una mujer se acercó a Bolívar y rogó por la entrega del cuerpo. Él Libertador dio la orden y le indicó al coronel Córdova: “La cuenta no se le cobra a sus seres queridos, suficiente dolor se ha inflingido para venir a humillarlos…

Este episodio me vino a la mente porque mi querida amiga Corina Yoris narraba el episodio de la Iliada en el que Príamo  ruega a Aquiles la entrega del cuerpo de su hijo Héctor, besando las manos que lo habían matado. Y Aquiles aceptó y demandó al anciano: “Cuántos días para hacerle a Héctor divino las honras necesitas, que me estaré quieto y conmigo el ejército”. Pidió 12 días. Y recibió inmediata respuesta: “Viejo Príamo se hará como tú deseas. Pararé la batalla ese tiempo que tú me has pedido”. Era lo digno, porque el enemigo merece respeto.

Pronto llegará el día en que la canalla pida tregua y busque rendirse, ante los hijos de esta viuda que se llama Venezuela. Y obtendrá el fruto de sus acciones.

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