Letra de imprenta
Un dato universal, el desarrollo tecnológico de las impresiones digitales ha permitido darle la suficiente claridad, como adecuada precisión, a la documentación que ha de cumplir con determinados requisitos formales para que tenga suficiente eficacia jurídica. Por ello la distinción entre la llamada letra de imprenta y la caligrafía personal, pues, ésta, justamente por personal, tiende a equívocos o confusiones a la hora de celebrar un contrato de compra-venta, fijar un acto administrativo o cualesquiera otras diligencias que generen efectos entre las partes o comprometa a un número mayor de personas que las relacione.
La evolución notarial o registral, en tiempos en los que no se disponía de la tecnología necesaria o aún era alto su costo económico, consagró a los calígrafos de hermoso, pero exacto trazo, incluso, para redactar el acta más modesta. Y, con los años, fueron paulatinamente desplazados, como ha ocurrido con los taquígrafos, por las facilidades disponibles para una fijación más confiable y rápida de los hechos. No obstante, en Venezuela, asistimos a un retroceso monumental, todavía inadvertido.
En efecto, en días pasados, constatamos algo más que una curiosidad, porque un comunicado u oficio de una dependencia a otra de la Asamblea Nacional, como seguramente ocurre en buena parte de la Administración Pública y quizá del sector privado, simplemente estaba hecho a mano, con su numeración, sello húmedo y las demás características de una pieza que, ante todo, deja constancia de una instrucción o solicitud. Suponemos que, a falta de fotocopiadora, lejano ya el papel carbón, quien suscribió la correspondencia, procurando no perderlo en el bosque delincuencial de la ciudad, tomará una fotografía con su móvil celular que, algo un poco más complicado al de generar un problema, dirá probar la diligencia.
El manuscrito estampado en papel reciclado, ilustra la absoluta carencia de recursos, materiales y equipos, propia de una quiebra generalizada del Estado que no garantiza siquiera un humilde lápiz para sus empleados, sintonizando con las precariedades de un socialismo masificador de la pobreza, por petrolero que fuese el país que ha demolido. Ni siquiera la Gaceta Oficial de ejemplares antes abundantes, siendo comprensible y necesario un alto tiraje, circula, excepto se trate de su orbitación digital o de la mensajería que llega a cualquier teléfono, por lo demás, susceptible de un forjamiento de tan particular documento público, mientras que exista la interconectividad en el país.
Por el camino que transitamos, la letra de imprenta será cada vez más un remoto recuerdo y, probablemente, volverá a reinar el oficio del taquígrafo, prosperando los grafólogos, en este dramático salto a la pre-modernidad. Ya no sabemos de qué asombrarnos, cuando también ha vuelto la anemia y la desnutrición, el paludismo y las riñas con armas blancas, junto a los más elementales trazos del quehacer político, alérgico a toda complejidad, trátese de una u otra acera.
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