El Grupo de Lima y Venezuela
Diplomacia latinoamericana
«¿Me tienen miedo? Pues me van a ver, llueva, truene o relampaguee, ahí estaré».
Así respondió Maduro a la declaración del Gobierno de Perú revocando la invitación a la Cumbre de las Américas de abril próximo. La decisión fue comunicada de manera colectiva, durante la reunión del Grupo de Lima y con el apoyo de los cancilleres de los doce países que constituyen dicha coalición ad hoc.
Una «desinvitación» que sería humillante para cualquier otro gobierno, no lo es para quien está más allá de la dignidad. La vergüenza resbala en el cuero grueso e impermeable de Maduro. Aprovecha la ocasión para mofarse, además, pues la burla es constitutiva de la manera como el chavismo concibe el poder, un ejercicio de obsceno exhibicionismo que practica en casa y en el exterior por igual.
Se burla a pesar de que no iría a la cumbre aunque tuviera invitación. No se arriesgaría a que un juez peruano observara el principio de jurisdicción universal para los crímenes que se le imputan. Lo cual revela aquello que verdaderamente afecta al régimen y de lo cual el Grupo de Lima no parece percatarse. Es desafortunado por ello que, a pesar de sus buenas intenciones, hayan sido funcionales a Maduro. No es tanto un problema de principios sino de estrategia.
Son otras las cosas que le duelen a Maduro, no el rechazo de la cumbre. Primero, le duele la Carta Democrática de la OEA. Sin embargo, al constituirse en foro paralelo pero informal—es decir, sin instrumentos institucionales para sancionar—el Grupo de Lima desplazó el problema de Venezuela fuera de la OEA y disolvió la efectividad de la diplomacia multilateral. La presión para el régimen disminuyó de inmediato.
Llama la atención también que la última declaración del Grupo se refiera a la Declaración de Québec de abril de 2001, fundamento conceptual de la Carta Democrática de septiembre de 2001, y que no obstante se obvie toda referencia a esta última. En este sentido, es significativo el reciente llamado de Itamaraty para regresar la crisis de Venezuela al seno del Consejo Permanente de la OEA por ser su ámbito natural. Veremos si Lima escucha a Brasilia.
Segundo, a Maduro le duelen las sanciones aplicadas a los jerarcas del régimen por parte de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea. Los países de la región conversan sobre dicho curso de acción, pero no más que eso por ahora. Antonio Ledezma visitó a Kuczynski, Piñera y Macri, poniendo el tema sobre la mesa y llevándose algunas promesas en su maleta. No es suficiente.
Las sanciones deberían ampliarse a los familiares de los funcionarios, quienes viven de esos dineros mal habidos fuera de Venezuela. América Latina podría así unirse a las naciones democráticas de Europa y América del Norte en una condena con consecuencias. Los jerarcas chavistas poseen activos en varios países de América Latina, se sabe dónde y se sabe quiénes. Ello sería más efectivo que la renombrada desinvitación. Y sería muy pertinente: Canadá es uno de los doce países del Grupo de Lima.
Tercero, la nomenclatura chavista teme a las denuncias de crímenes de lesa humanidad. Son imprescriptibles, de jurisdicción universal y de responsabilidad individual. La fiscalía de la Corte Penal Internacional ha abierto una investigación preliminar. Varias acusaciones ya están radicadas en La Haya, pero todavía no se conoce el informe del panel de juristas internacionales que condujeron audiencias sobre el tema en la OEA, con testimonios de víctimas y sus familiares.
Es una buena oportunidad para que el Grupo de Lima se una a dicho esfuerzo. Con tan solo un país que lo solicite, la investigación preliminar se transforma automáticamente en investigación plena. Tendría mucha más fuerza con doce países.
El tiempo de la diplomacia de la preocupación está agotado. El Grupo de Lima no es el único en el que ha primado una mezcla de confusión y tibieza en relación a una crisis que hace varios años se despliega frente a nuestros ojos. En este tiempo, no han faltado las advertencias de lo que hoy ya no se oculta: crímenes de lesa humanidad, el hambre y la enfermedad como política de Estado, refugiados sin guerra ni desastre natural.
Varios de los que hoy se alarman, dos años atrás ni siquiera escuchaban. Por lo general más vale tarde que nunca, salvo por el hecho que, para muchas víctimas, tarde ha sido sinónimo de nunca.
Es que cuando se parte de premisas falsas, es improbable arribar a conclusiones válidas. El régimen de Maduro nunca contempló dejar el poder. La diferencia es que hoy lo reconoce hasta con candidez. En política no hay justificación para la ingenuidad, casi siempre se trata de la deliberada decisión de dejarse engañar.
Es la hora del realismo y la diplomacia de los dientes afilados.
Crédito: El País
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