Vista aérea

Impresionantes las fotografías del puente internacional “Simón Bolívar”, tendido entre el territorio venezolano y el colombiano. Cúcuta como el destino desesperado de las multitudes de acuerdo a una extraordinaria imagen, huyendo despavoridas del socialismo que las atormenta. No obstante, quedó la inquietud y, gracias a nuestro amigo de muchos años, el siempre combativo diputado tachirense,  Alvaro Peña, despejamos buena parte de nuestras interrogantes.

Migrar definitivamente es una decisión audaz con ribetes heroicos, sobre todo cuando se trata de salvar a los más jóvenes de nuestro desastre. El testimonio gráfico hace pensar en un ritmo  de mudanza que, además, es numéricamente imposible de sostener a diario, y que ni siquiera se compadece con las conocidas escenas de Siria, como bien lo dijo nuestro amigo.

Siendo demasiadas las intenciones,   legítimas por lo demás,  de buscar  otros derroteros,   bastará con pasearse por sus enormes exigencias logísticas, el profundo temple que requiere y la disposición de sortear las dificultades que el azar abanica en una empresa – por doméstica que fuese – de magnitudes considerables, añadida las afectivas. Por ello, con la salvedad de los grandes ladones del régimen que todavía huyen al asedio de los propios cómplices que embarcaron, allende las fronteras, la diáspora venezolana también es síntesis del coraje, aunque acá queden y sobren los moralistas que, simplemente, no han podido irse, sin que tampoco aporten a la lucha cotidiana contra la propuesta totalitaria en curso.

Las fotografías en cuestión, rescataron uno de los miles de instantes de atascamiento en el puente, ya que las autoridades colombianas solicitaban la documentación personal de los transeúntes. Porque los son, ya que la frontera mantiene todo el sempiterno dinamismo que confunde, en un mismo hábitat, a venezolanos y colombianos.

Unos y otros transitan a diario el puente para adquirir insumos también para la venta al detal y no lo hacen por las consabidas trochas, porque ya el peaje asciende a un costo alarmante. Medio bulto de arroz o café por persona, por ejemplo, el límite de  compra al otro lado de la raya, moviliza a familias enteras que cifran sus esperanzas en la comercialización que atenúe el hambre doméstica; o en provecho de una muy superior, antes impensable, paridad de la moneda, convierte en asiduos visitantes a los neogranadinos que se llevan chocolate  o harina de maíz, cuando no ofertan sus dólares.

Consabido, escolares de lado y lado, cruzan la raya para atender sus obligaciones. Todavía escasas las posibilidades, hay quienes buscan y consiguen algún empleo, como ocurría desde siempre.

El señor Juan, por darle un nombre, todos los días, sale a las cinco de la madrugada de Palmira a Cúcuta, con una vianda, a laborar en un suburbio cucuteño al que finalmente termina de llegar a pie, pues – hoy – el pasaje de una buseta es superar los 45 mil bolívares al cambio. Vale decir, hay realidades que ahora abultan, pero también dan ocasión a aligerarlas escondiendo esa profundidad que el vistazo, hacia abajo, aun nos llena de perplejidades.

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