Solo para venezolanos
No existe momento más precioso en el gentilicio venezolano que aquél en el que van acercándose los cinco minutos finales del año y alguna mano invisible saca, no se sabe de dónde, un CD medio clandestino y lo pone en el reproductor a todo volumen, recordándonos, mientras se nos revuelve el alma nacional, que “Madre, hoy se nos muere un año”.
Apenas el narrador, quien más que el propio Andrés Eloy Blanco, suelta la celebérrima frase, empiezan a aguaraparse los ojos y más de uno se atraganta con las uvas mientras busca al que está más al lado para abrazarlo y no soltarlo hasta que no suenan los doce campanazos. Así hasta el próximo final de año, cuando vuelve a repetirse este ritual de venezolanidad.
Otra cosa que nos distingue es nuestro sentido muy particular del protocolo y la puntualidad. Curiosamente, la generalidad de los venezolanos considera inoportuno, ¡y hasta de mal gusto, por Dios santo!, llegar puntuales a una fiesta. Por muy insólito que parezca, la conseja popular, la costumbre, o la simple comodidad, obligan a los invitados llegar con el debido y muy bien visto retraso a todas las festividades, del tipo que sea.
En varias ocasiones hemos visto a madres preocupadas regañando a sus hijos porque quieren ser los primeros en llegar, cuando apenas a minutos de que comience la celebración es que la anfitriona de la fiesta está terminando de acomodar los peroles con una toalla terciada a la cintura. No hay nada más desolador que llegar puntual a una fiesta en Venezuela, cuando todas las sillas están vacías y apenas la miniteca está enchufando las cornetas.
Si acaso, se salvarán los funerales donde el “homenajeado” rara vez llega tarde a la luctuosa cita, pues es que aquí en los matrimonios es siempre bien visto que la novia llegue con retraso, a despecho del cura y del tiempo de alquiler de la limosina. Así, mientras el vehículo con la novia le da interminables vueltas a la cuadra, el sacerdote apura a los padrinos, y el novio se jala los pelos desesperado, se cumple con el ritual imprescindible en toda ceremonia venezolana que se precie, de que la novia llegue tarde. Igualito, a todo el mundo se le pasa la angustia de la espera apenas pisa el templo la matrimoniada, entre vítores y aplausos, a las voces de “que bella la novia”.
Otro elemento distintivo en toda celebración en Venezuela, es el centro de mesa. Sí, aunque en apariencia pareciera un detalle poco relevante dentro de la festividad, si una mesa no tiene centro de mesa, no está completa la decoración. Aunque en algunos casos se destaca por su sencillez, siempre el centro de mesa se configura como un eje referencial a la hora de establecer relaciones sociales.
Ya para el final de la fiesta, empiezan los desencuentros cuando las señoras en cuestión empiezan a discutir sobre la presunta propiedad y derechos sobre el centro de mesa, llegándose a extremos en los cuales hemos visto a varias señoras muy bien figuradas, quienes dejando a un lado cualquier principio de educación y protocolo, se pelean como gatas callejeras, jalándose las mechas entintadas y rasgándose las finas vestimentas, por causa de un simple desacuerdo originado por un adorno hecho con unas flores plásticas dentro de un perolito de peltre.
¿Les he hablado de los tequeños? Manjar predilecto de las mayorías, se constituye en uno de los elementos más significantes a la hora de evaluar el éxito de una festividad. He llegado a la particular conclusión de los tequeños no son solo un plato sino un compendio de nuestra nacionalidad, donde se conjugan por igual el sabor, gusto y la calidez de nuestra patria. Un tequeño es resumir en apenas 75 gramos y 10 centímetros, el compromiso de la venezolanidad.
Apenas servidos, la gente empieza a frotarse las manos, casi como que anunciando que ahora sí es que va a empezar la fiesta. No importa la presencia de los más finos licores o de platos gourmet, pues es menester que veamos a las señoras emperifolladas perdiendo la compostura mientras se pelean como unas orilleras con el mesonero para poder tomar un puñado de tequeños, envolverlos en una servilleta y meterlos rápidamente en la primorosa cartera Louis Vuitton.
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