Venezuela en el tablero internacional
La tergiversación de la Historia a la que nos ha sometido el aparato ideológico chavista desde hace dos décadas, evidencia la pobreza de conceptos y la simpleza de sus aseveraciones. Vacíos que resultan hábilmente maquillados gracias al control hegemónico de los medios de comunicación, la censura y la autocensura y la promoción de artificios rebosantes de colorido y melodías huecas.
Cuando se trata de hacer gala de posturas antimperialistas frente a espectadores cautivos por el chantaje clientelar o el sojuzgamiento que representan las cadenas de radio y televisión, el discurso maniqueo del régimen desempolva manidos clichés sobre la actuación de gobiernos pasados y así insistir en la satanización de personajes que en el fondo fueron y de alguna manera siguen siendo sus adversarios históricos.
Por fortuna, aún medio de la debacle actual, aún se mantiene a flote iniciativas que perseveran en la ardua tarea de ofrecer interpretaciones apegadas al estricto rigor académico, en el que el método de trabajo no comulga en nada con el empirismo y el desatino de los corifeos del oprobio.
Hace algunas semanas comenzó a circular, uno de los libros resultantes de la V Bienal del Premio de Historia “Rafael María Baralt (2016-2017), editados por la Fundación Bancaribe y la Academia Nacional de la Historia, que lleva por título Venezuela, campo de batalla de la Guerra Fría. Los Estados Unidos y la era de Rómulo Betancourt (1958-1964). Su autor el joven abogado y Doctor en Historia de las Relaciones Internacionales, Gustavo Salcedo Ávila, profesor de la Universidad Simón Bolívar.
La cuidada edición impresa que de por sí, en estos tiempos es una excepcionalidad, está acompañada de una muy documentada investigación efectuada en los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela, la biblioteca presidencial y museo John F. Kennedy, la Fundación Rómulo Betancourt, además de los documentos desclasificados del Departamento de Estado de los EE.UU., entre otras fuentes primarias y secundarias de y sobre la época. Ello le brinda al texto, un original enfoque, dado el seguimiento que el autor le hace al “…proceso de toma de decisiones ocurrido detrás de bastidores en las altas esferas de poder en Washington y Caracas” (p. 274).
A medida que el lector se sumerge en el texto, puede percatarse de la forma como Salcedo Ávila, hila de forma sistemática los pormenores y los hechos medulares que desde la perspectiva internacional hicieron viable la compleja transición hacia la Democracia, luego de la caída de la dictadura militar en 1958.
Apoyado en sólidas pruebas testimoniales, Salcedo Ávila, hecha por tierra la interesada versión oficiosa que insiste en proferir una y otra vez, la postura “entreguista” y “prevaricadora” de Rómulo Betancourt a su regreso de su último exilio. Por el contrario, “La victoria de Rómulo Betancourt en las elecciones presidenciales del diciembre no fue acogida con unánime beneplácito en los principales círculos de poder en Washington” (p. 89). De acuerdo con los informes secretos estadounidenses, el gobierno que entraría a presidir Betancourt sería “predominantemente populista y nacionalista, incómodo en muchos aspectos, pero al mismo tiempo alineado dentro del bloque occidental y no filo-comunista” (Ibid). La miopía de cultivadores de dogmas de viejo y nuevo cuño, solo les permite, no pocas veces de forma conveniente para sus propósitos mezquinos, resaltar el anticomunismo acérrimo de Betancourt y sumarle nuevos abscesos a su gestión de gobierno.
Destaca el autor, las notables diferencias que hubo entre la administración Eisenhower y Betancourt, marcadas por la “desconfianza y el escepticismo” y el giro que introdujo la llegada a la Casa Blanca del senador Kennedy a partir de 1961 que imprimió una “completa y absoluta cooperación”. Ello no fue óbice para el suscitar de algunos desencuentros, como por ejemplo el “garrafal” fracaso que significó la invasión sobre la Bahía de Cochinos, frente al cual Betancourt había advertido con antelación que aquello podría tener efectos contraproducentes, pues en lugar de debilitar la dictadura castrista, más bien le haría un franco favor en el ámbito latinoamericano (p. 176).
En esto actuaba congruentemente, pues Venezuela desde el primer día hasta el final constitucional del gobierno de Betancourt, no fue precisamente el triste peón que obedecía sumiso a las instrucciones de Washington. De hecho, “el retorno de R.B. al poder no significó buenas noticias para las grandes compañías petroleras que operaban en Venezuela” (p. 126). La creación de la OPEP en 1960, es el mejor testimonio de la política nacionalista en materia de defensa del crudo venezolano en el mercado internacional. Y en esa determinación, todo intento injerencista por parte de los Estados Unidos, cayó en el saco roto. “La traducción al árabe de la ley venezolana de impuesto sobre la renta de diciembre de 1958, hecha por la legación diplomática de Venezuela en Beirut, causó preocupación en Washington” (p. 132). Porque ello podía – como en efecto lo produjo – “inducir a los árabes a tomar decisiones drásticas sobre su industria petrolera”, afectando los intereses estratégicos de Europa y Estados Unidos (Ibid).
Tal postura le valió el mote de “oportunista” que le endilgo el entonces vicepresidente Richard Nixon a Betancourt, por estimar que aquel actuaba en función de sus propios objetivos, en los cuales en ocasiones podía coincidir con ellos, y en otras abstenerse por completo. “El señor Dulles [director de la CIA] estuvo de acuerdo en que había que vigilar a Betancourt, y que en especial, no se confiaba en su canciller ni en algunos otros dentro de su gabinete. Sin embargo, Betancourt era lo único que tenían para trabajar” (p. 149). Realpolitik.
Más adelante, Salcedo Ávila, describe en detalle, hasta el más mínimo, la visita del presidente Kennedy a Caracas en diciembre de 1962, la primera de un mandatario estadounidense en ejercicio. Luego de la amarga experiencia que representó la venida de Nixon en 1958, el gobierno de Betancourt no dejó al azar los pormenores de la seguridad y atenciones al visitante. En reciprocidad, unos meses más tarde, febrero de 1963, Betancourt recorre junto a Kennedy a bordo de un descapotable las calles de Washington, pese a esta estrecha cordialidad, el tema de las restricciones a la importación de petróleo venezolano no logró de la administración demócrata mayor condescendencia.
Sin embargo, tal como anota el autor, aquellos años marcados por el fuerte temor de la expansión del comunismo en el mundo, de modo particular sobre América Latina, Venezuela no dudó en declararse aliado de los Estados Unidos, aunque eso estuviese acompañado de francas y respetuosas divergencias. Eran otros tiempos, en los que “Venezuela había alcanzado en la arena internacional” un “gran prestigio y liderazgo” en el hemisferio (p. 277).
Nada que ver con la condición de “Estado forajido” y “sociedad fallida” que en el presente exhibe en el mundo, para vergüenza y padecimiento de millones de venezolanos. No obstante, el libro del galardonado historiador Gustavo Salcedo Ávila, es una invitación a comprender mejor las circunstancias internacionales que de una u otra forma, inciden en el devenir de los pueblos. Un aliciente para el balance sensato, sin estridencias. Evidencia palpable de lo que se puede hacer con criterio realista.
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