5 de julio de 2018
Solemos olvidar que la República nació en Venezuela, mediante un acto de deliberación. Antes que la pólvora, el Congreso de 1811 así lo declaró, tras un intenso debate que admitió el disenso, compaginado con el más acalorado de la Sociedad Patriótica.
La Independencia tradujo un elevado nivel de consciencia y compromiso que también acarreó el sacrificio de una generación que le reflexionó suficientemente, en medio de la guerra. No obstante, una polémica enteramente histórica e historiográfica, cobra actualidad gracias a la campaña de manipulación que alimenta el socialismo de las dislocaciones, pues, falsificando y exaltando la fecha, procura obviar los inmensos retrocesos experimentados en el siglo XXI.
Evidentemente, la dictadura del presente nos ha hecho más dependientes que nunca. Se esmeró y lo logró, al quebrar la producción nacional y masificar las importaciones de los alimentos y medicamentos que ya no llegan, exhaustas las arcas nacionales; la industria petrolera, colapsada y partidizada, difícilmente trepa el millón de b/d, cuando previmos – finalizando el XX – alrededor de seis millones para estos tiempos, descuartizada la industria petroquímica; la reclamación organizada y coherente de más de un centenar de años del Esequibo, ha naufragado por la irresponsabilidad de los funcionarios que lo emplean como una consigna de ocasión; subastamos nuestras riquezas naturales en el llamado Arco Minero, en correspondencia con un Estado mafioso; nuestra vulnerabilidad en términos de seguridad y defensa, nos ata a las instrucciones de La Habana. Empero, sobrando los ejemplos de la más elemental y real pérdida de soberanía, acosada la dictadura por una comunidad internacional que también vela por el respeto los derechos humanos, sobresalen dos circunstancias tanto o más dramáticas.
Nunca antes, en tan poco tiempo, millones de venezolanos habían cruzado las fronteras para resguardar la vida misma. A todos los continentes llegan con sus angustias y desesperaciones, gracias a un exilio forzado por las condiciones imperantes de un país que fue, para más señas, una importante potencia petrolera en el mundo.
La promesa fundamental del 5 de Julio, fue la de la libertad y ésta, demasiado obvio, no la hay en la Venezuela de 2018. Los cuerpos represivos de la dictadura, sus órganos formales e informales de persecución, más allá de la (auto) censura de los medios, aspiran a su definitiva pulverización: ni siquiera hay derecho a la queja.
Valga agregar, la explotación interesada de la imagen de Bolívar que sirve para pretextar cualesquiera tropelías. La muy bien aceitada maquinaria propagandística del régimen y sus tinterillos, ofrecen una versión absurda, pero compaginada con el mesianismo que intenta Maduro Moros, sin las destrezas fraudulentas de su antecesor.
Los venezolanos recobraremos la fecha, su importancia y significación, cuando salgamos de esta dictadura camino a una transición democrática. La libertad e independencia por la que luchamos y lucharemos día tras día, señalan el rumbo.
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