Hoy en día es casi tan importante medir cuánta riqueza se crea como saber cómo se reparte
¿Para quién crece la economía?
«¿Qué hay en un nombre?», preguntaba Shakespeare. Pero como yo soy economista, permítanme plantear una pregunta un poco distinta: ¿qué hay en un número?
Mucho, insinúan los senadores Chuck Schumer y Martin Heinrich. Esta semana presentaron una proposición de ley que instruiría a la Oficina de Análisis Económicos, encargada de realizar cálculos del producto interior bruto, que realice cálculos sobre quién se beneficia del crecimiento; por ejemplo, qué parte de ese crecimiento va a parar a la clase media.
Es una idea muy buena.
Ahora bien, no soy de esos que piensan que el PIB es una estadística terriblemente imperfecta o inútil. Es una cifra que necesitamos para muchos fines. Pero por sí sola no constituye una medición adecuada del éxito económico. Hay varias razones por la que esto es cierto, pero una de las cuestiones clave es que solo nos dice qué ocurre con la renta media, lo cual no siempre es pertinente para explicar cómo vive la mayoría. Si Jeff Bezos entra en un bar, la riqueza media de los clientes del bar de repente se dispara a varios miles de millones de dólares, pero ninguno de esos bebedores que no sean Bezos se habrá vuelto más rico.
Hubo un tiempo en el que preguntarse quién se beneficia del crecimiento económico no parecía urgente, porque la renta crecía de manera constante prácticamente para todos. Sin embargo, desde la década de 1970, la relación entre el crecimiento total y las rentas individuales parece haberse roto para muchos estadounidenses. Por una parte, los salarios de muchos se han estancado; teniendo en cuenta la inflación, el trabajador varón medio gana menos ahora que en 1979. Por otra parte, algunos han visto cómo su renta crecía con mucha más rapidez que la del conjunto del país. Por consiguiente, los consejeros delegados de las mayores empresas ahora ganan 270 veces más que el trabajador medio, frente a las 27 de 1980.
Una desconexión similar entre crecimiento total y experiencia individual parece subyacer tras la falta de entusiasmo de la ciudadanía por la situación actual de la economía y su desdén por la rebaja de impuestos de 2017. Las cifras del PIB han sido buenas en los últimos trimestres, pero gran parte de ese crecimiento ha ido a engordar los beneficios empresariales, mientras que los salarios reales medios no se han movido.
¿Pero cómo encajan datos como este en el relato del crecimiento económico total? Para responder a esta pregunta necesitamos «análisis distributivos nacionales» que realizan un seguimiento de cómo se reparte el crecimiento entre los diferentes segmentos de la población.
Elaborar estos análisis es difícil pero no imposible. De hecho, los economistas Thomas Piketty, Emmanuel Saez y Gabriel Zucman ya han realizado cálculos muy detallados a lo largo del pasado medio siglo. El principal mensaje es que el crecimiento va desproporcionadamente a la cúspide y no se comparte con la mitad inferior de la población, pero hay también algunas sorpresas en otra dirección. Por ejemplo, a la clase media, aunque sigue rezagada, le ha ido mejor de lo que algunas mediciones normales indicaban gracias a los beneficios complementarios.
Pero hay una gran diferencia entre los cálculos efectuados por economistas independientes y los informes periódicos presentados por la Administración pública estadounidense, porque la Administración tiene recursos para efectuar la tarea con más facilidad y porque los ciudadanos (y los políticos) prestan más atención. Por eso el Centro para el Crecimiento Equitativo, un centro de estudios progresista con sede en Washington, ha hecho campaña a favor de algo como el proyecto de ley de Schumer y Heinrich. Entonces, ¿por qué no hacerlo?
Algunos podrían argumentar que crear análisis sobre la distribución es complejo, que requiere conjeturas fundamentadas acerca de cómo utilizar las diferentes fuentes de información. Pero eso es también es válido para el proceso utilizado para crear los análisis nacionales actuales, entre ellos los cálculos del PIB. Las cifras económicas no tienen por qué ser perfectas ni estar por encima de toda crítica para ser extremadamente útiles.
Por eso, en un mundo razonable, algo similar al proyecto Schumer-Heinrich se convertiría en ley en un futuro próximo. En el mundo real, por supuesto, la propuesta no irá a ninguna parte por el momento, porque los republicanos no quieren que nadie sepa lo que los análisis sobre la distribución nacional de la riqueza podrían revelar.
A estas alturas todo el mundo sabe que los conservadores gritan por sistema «¡socialista!» siempre que alguien propone hacer algo que ayude a los miembros menos afortunados de nuestra sociedad, razón por la cual tantos estadounidenses tienen ahora una idea favorable del socialismo. Si garantizar la atención sanitaria es socialismo, bienvenido sea. Pero la derecha no solo protesta indignada ante cualquier intento de limitar la desigualdad; hace lo mismo siempre que alguien intenta hablar de clases económicas, o de medir cómo les va a las diferentes clases.
Mi ejemplo favorito sigue siendo el del exsenador Rick Santorum, que tachaba la expresión «clase media» de «jerga marxista». Pero eso no era más que una versión particularmente ridícula de un intento general por parte de la derecha de eliminar cualquier debate e investigación sobre a dónde va a parar el dinero de la economía. La posición básica del Partido Republicano es que lo que nosotros no sepamos no podrá perjudicarles a ellos.
Y para ser justos, a los progresistas les gusta la idea de los análisis distributivos porque piensan que un mayor conocimiento en este campo favorecería a su causa. Pero la cuestión es que el conocimiento es objetivamente mejor que la ignorancia. Y en el Estados Unidos contemporáneo, saber quién se beneficia realmente del crecimiento es verdaderamente muy importante. Así que convirtamos la investigación sobre el tema y la difusión de los resultados en parte de la tarea de la administración pública.
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