“A Dios rogando y con el mazo dando”

Hasta ese momento, Samantha había tenido un día normal como cualquier otro, hasta que escuchó: ¡Plum!. La policía tumba la puerta de su casa, la someten rápidamente, aplastando su rostro contra el piso y colocándole las esposas sobre su espalda. Luego, todavía sin entender que pasa, la llevan fuera de su hogar y de ahí a la estación policial. “Estoy muy orgulloso -señala uno de los policías-. Así es como se debe tratar uno de los crímenes más abominables, el asesinato de niños inocentes”. Se refieren a un caso de aborto.

Antes de que me empiecen a enumerar un listado de falacias lógicas, ese breve relato puede que sea algo crudo y exagerado, pero no está fuera de la realidad. Cuando se penaliza una determinada acción, dicha acción queda sujeta a castigos corporales y al uso de la “violencia legítima” por parte del Estado. Sin embargo, de alguna manera, los defensores de la vida no encuentran la contradicción en utilizar la violencia y las amenazas de la maquinaria estatal en contra de una vida para defender la vida.

Recientemente, en la Argentina, no vio luces una ley que despenalizaba el aborto hasta las 14 semanas. Es decir, prevaleció la idea del uso de la violencia y las amenazas del Estado como solución de problemas. Quizás quienes somos feministas no vemos el aborto como un problema, pero el hecho es que los “provida” sí, lo cual viene a demostrar la poca creatividad de estos grupos en abordar soluciones que no impliquen el uso de la violencia del Estado.

Pero ojalá se tratara únicamente de los grupos antiabortistas, la mayoría de los grandes problemas sociales tendemos a solucionarlos con violencia. ¿Criminalidad? Policía. ¿Tráfico de drogas? Policía y jueces. ¿Contrabando en la frontera? Policía, militares y jueces. ¿Personas manifestando por sus derechos? Policía, militares, jueces y superhéroes. Y así sucesivamente, existe la creencia de que la “ley y el orden” tiene la solución a todos nuestros problemas, aun cuando nunca los han solucionado y, en la mayoría de los casos, los empeoran.

De esa manera, no estaría mal aprender de algunas ideas creativas para solucionar problemas sociales que no impliquen al sistema de justicia penal y sus dolorosos derivados.

Por ejemplo, cuando se habla de criminalidad y violencia, se suele asumir que es un comportamiento innato e inmutable y que quienes caen en ella no pueden alcanzar la redención. Así que, lo normal es solucionar este mal en el sistema judicial a través del endurecimiento de las penas. Pero ello ha probado ser poco efectivo, así que muchas ciudades del mundo han adoptado en los últimos años una novedosa forma de abordar esta problemática: viéndola como un problema de salud pública. Es decir, atacar el problema de raíz antes de que surja: prevenir la enfermedad en lugar de actuar cuando ella aparece.

Para combatir enfermedades contagiosas se depende mucho de la información. Primero, las autoridades de salud localizan en mapas los focos de mayor infección y después ya pueden centrarse en frenar el contagio a otras áreas. A menudo, la transmisión se controla haciendo que la gente cambie sus hábitos para que se pueda ver un efecto rápido incluso cuando existen factores estructurales que no pueden ser abordados. Por ejemplo, la diarrea suele estar causada mayormente por un saneamiento y suministro de agua deficientes. Mejorar los sistemas de cañerías demora mucho tiempo, pero, a corto plazo, se puede salvar miles de vidas si se le da a la población soluciones de rehidratación oral.

Esto se puso en práctica en la ciudad de Chicago, una ciudad que hace algunos años tenía altos índices de violencia y homicidios. Al respecto, el epidemiólogo estadounidense Gary Slutkin, quien trabajó en diferentes campos de refugiados somalíes, al regresar a su ciudad natal, vio que se encontraba plagada de violencia, y pensó que se podía aplicar la misma metodología utilizada durante su trabajo con la Organización Mundial de la Salud (OMS). Recopiló mapas y datos de violencia armada en su ciudad y vio cómo los paralelismos con los mapas de los brotes infecciosos se hacían inevitables. Notó que un evento daba a pie a otro, lo que es indicativo de un proceso contagioso. Una gripe genera más gripe, un resfriado causa más resfriados y la violencia provoca más violencia. Así, en el año 2000, lanzó un proyecto piloto en el vecindario de West Garfield que replicaba los mismos pasos que la OMS aplica a los brotes de cólera, tuberculosis y sida: frenar la transmisión, prevenir un contagio futuro y cambiar las normas del grupo.

¿Cómo lo hacía? En su trabajo con brotes de enfermedades, utilizó personal de divulgación pertenecientes al mismo colectivo del público objetivo. Refugiados somalíes para llegar a refugiados somalíes con tuberculosis o cólera, trabajadores sexuales para llegar a trabajadores sexuales con sida, madres para llegar a madres con diarrea que estuvieran amamantando. Es decir, para reducir la delincuencia utilizó a ex-delincuentes que transmitieran un mensaje anti-violencia.

Durante el primer año se registró una caída del 67% en los homicidios. El programa se replicó en otras ciudades y, donde sea que se aplicara, los homicidios caían al menos en un 40%. En la actualidad, la organización de Slutkin, Curar la Violencia, trabaja en 13 vecindarios de Chicago. Existen versiones del programa en Nueva York, Baltimore y Los Ángeles y en otras ciudades del mundo[1].

Se suele creer que el criminal es una persona mala y que la única manera de lidiar con ellos es a través del castigo, pero ese pensamiento evidencia la poca comprensión del ser humano. La conducta se forma con el ejemplo y la imitación, no mediante amenazas y castigos.

Ahora bien, la pregunta es obvia: ¿Por qué debemos recurrir a la violencia para solucionar nuestros problemas? Si rechazas el aborto, lo más humano y sensato que se puede hacer es generar campañas o políticas que inciten a las mujeres a continuar su embarazo. Si rechazas el uso de las drogas, realizar campañas que muestren las graves consecuencias que ellas pueden ocasionar (Tan graves como el cigarro y el alcohol, pero que no son ilegales. De hecho, la prohibición del alcohol durante los años ‘20 en los EE.UU., incitó el crimen organizado, el tráfico de alcohol y generó una ola de violencia en las grandes ciudades del país, que sólo acabaron cuando acabó la prohibición[2]). Si queremos eliminar la delincuencia definitivamente, se deben atacar las causas estructurales de ella: la desigualdad social.

Y ese irónico intento de corregir la maldad con más maldad, tampoco está limitada al castigo a quienes vemos como criminales, como bien lo demostraría Michel Foucault en “Vigilar y Castigar”, sino también ello se puede notar en el ámbito laboral, familiar y educativo: los castigos se ven en todas partes, siendo quizás el primero que sentimos como seres humanos con los castigos de papá y mamá. De hecho, todavía hay quienes apoyan los castigos corpóreos para corregir la conducta de los niños. Sin embargo, como en los casos anteriores, dichos castigos no suelen ser efectivos, en el sentido de que los niños suelen incurrir en las mismas acciones que habían sido castigadas, pero ocultándolas mejor para que los padres no se enteren. Así, la amenaza y el castigo, en lugar de corregir, empeora la situación. Vale la pena recordar otra vez a Foucault, quien señaló que: “Las prisiones no disminuyen la tasa de la criminalidad: se puede muy bien extenderlas, multiplicarlas o transformarlas, y la cantidad de crímenes y de criminales se mantiene estable o, lo que es peor, aumenta”.

El dicho popular “A Dios rogando y con el mazo dando” resulta perfecto para resumir todo lo anterior: la doble moral de aquellas personas que siendo muy beatas hacen lo contrario de lo que predican, como querer defender la vida atacando la vida. Busquemos otros caminos para influir en los demás y mejorar la convivencia social.

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