La vida normalita
A estas alturas en Venezuela muchos olvidamos frecuentemente lo que era una vida normalita. Por ejemplo, eso de bañarnos a la hora que se nos antojara, o ir al juego Caracas-Magallanes un domingo cualquiera y darnos el gusto de tomarnos una fría por cada inning.
Ciertamente, lo que es normal para unos no lo es para otros, pero hay parámetros que antes, hace un par de décadas, establecían una determinada versión de normalidad en nuestro país. Eso de poder visitar a la novia a cualquier hora, aunque viviera en La Pastora o La Castellana sin temor al atraco o al secuestro, o salir tarde de una reunión a comerse una arepa de queso amarillo en El Tropezón, o decirle a la esposa “Hoy no cocinamos, mi vida. Vamos a un restaurante”.
A veces hay que hacer un gran esfuerzo por recordar lo que era una vida normalita. Esos días en que con un sueldo de quince y último alcanzaba para comprar un carro nuevo o esas visitas a supermercados donde eran tantos los productos en los anaqueles que el comprador terminaba mareado y más indeciso.
Mucho más atrás, cuando algunos éramos unas criaturas y otros no habían nacido, quedaron los días en que se cambiaba de apartamento para habitar en uno más grande y mejor ubicado. El ascenso social que hace rato olvidó el venezolano promedio.
Contarle eso a alguien con menos de 25 años es como referir una fábula, una leyenda urbana. De hecho, uno lo cuenta y puede detectar la cara de incredulidad del receptor: “Naaah… Eso es embuste. Aquí, nunca”.
Pero pasó. Esa era la vida normalita que algunos experimentamos entre la adolescencia y la adultez. Antes de… bueno, ¿hace falta entrar en detalles?
Hoy en día se han desdibujado todas esas cuantificaciones de normalidad. Ahora lo normal es lo que hace veinte años considerábamos adversidad, insulto o degradación. Ahora lo normal es vivir en un perenne sacudón psíquico, con el bienestar o la vida misma en modo “ahorro de energía”. Y así nos hemos ido olvidando de lo que era una vida normalita.
Es verdad que no debemos vivir atados al pasado. Al menos eso es lo que dicen los coach de vida y los gurús de la autoayuda. Pero, ¿eso quiere decir que no debemos añorar aquella vida normalita y calarnos este momento desdichado diciendo: “esto es lo que hay”?
Ni tanto. Aceptemos que la cosa no es para obsesionarse con el pasado, pero aceptemos que la cosa tampoco es para borrar todo lo que nos gustaba tener, sentir y disfrutar durante aquella vida normalita.
Está bien, es posible que muchas cosas no vuelvan a ser lo mismo nunca más en Venezuela, pero tenemos el derecho de soñar con recuperar cuando menos algunos atisbos de aquella existencia en la que tener agua las 24 horas, luz todo el tiempo, vida nocturna, parques, plazas y playas con pocos malandros, hospitales bien dotados, festivales de teatro, conciertos de grandes artistas y una moneda estable, eran nuestro día a día. Ese día a día que nos merecemos todos, sin importar ideologías. La vida normalita, pues.
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