Peligrosas amigas
Están a punto de caer. Se deslizan voluptuosas sobre esa fría superficie. No pueden evitarlo.Las miro con admiración. En ese momento, no causaban ruidos, así que todo era armonía. Eran suaves, hermosas, pero en cierta forma, ingenuas. No eran conscientes de los sentimientos que provocan cuando bajan por ese camino sin resistencia. Se presentan transparentes, unas más anchas en su lado inferior. Las más flojas o las menos audaces, prefieren encontrar un roce, algo que las retengan de esa caída irremediable. Puede ser que estuvieran cansadas, incapaces de seguir adelante. Preferían quedar estancadas, sin experimentar que su pasar por la vida, era lo mejor que les podía pasar. Es difícil saber a ciencia cierta, que pensaban en momentos como estos.
Por mi parte, disfrutaba el momento de las atrevidas, sentada en el frente de este espectáculo maravilloso. Hice un convenio con la naturaleza, para encontrarme con ellas, Cuando estaba en el bote, podía mirar cómo se deslizaban al ritmo de las olas, sobre la inmensidad del océano. Esa sola acción las mantenía en la memoria de todo ser, esos que, cómo en mi caso, sabían disfrutar ese instante preciso, cuando la ligera fuerza que tenían, les permitía avanzar. En realidad eran unas niñas que, gradualmente, crecen, se transforman.
A veces, muchas entraban en pánico. Se apretaban, se sentían solas, optaban por unirse las unas con las otras para sentirse poderosas. Dejaban de ser tan individualistas. Se volvían muy delgadas, se transformaban. Su acción provocaba carreras y muchas maneras de protección. A diferencia de las otras, se precipitaban a alta velocidad. En estos casos, el cambio repentino se volvía una amenaza, sobre todo cuando rompían toda resistencia. Nosotros, es decir todos los de mi especie, tratábamos con todas nuestras energías, de protegernos, para no ser golpeados. En momentos así, cambiaba de parecer, eran unas bichas.
Por su parte sabían que eran necesarias, por eso se mostraban con toda su potencia. En realidad, no eran tan perversas como parecían .Estaban conscientes de su valor, para ofrecer toda clase de beneficios a la vida, al tiempo que también median sus posibilidades para, en medio del caos que podían causar, se esmeraban por parecer hermosas , en algunos casos lo eran. Es cierto que eran peligrosas, que se ocultaban en medio de fuertes movimientos.’Eso era algo que no las hacía sentir orgullosas de sí mismas.
Parecían tan pretenciosas que no les importaban los demás. Egoístas, al punto de ser aborrecidas. No todas eran así, por eso terminaban pagando los errores de las demás. Bajo su paso se escondían las que eran capaces de establecer acuerdos. De la silla donde estaba sentada, me tocó salir despavorida, lo que me recordó lo de la pesimista Ley de Murphy, todo lo malo que puede pasar, pasa. Semejante pensamiento me paralizo. No se puede ser tan pesimista
Me detuve a pensar en ellas, a ver las cosas desde otra
perspectiva, total en algún momento, cuando no arrastraban todo con su paso, dejaban de molestar. Por eso me sentía afortunada. Eso lo agradezco. Quienes podían, hacían todo lo posible para evitar sorpresas desagradables. Sobre todo, cuando parecían inofensivas, vistiendo trajes transparentes muy bonitos.
Caían lentas. Las más comunicativas trataron de convencerme con estos alegatos plausibles .No querían que se les viera con desagrado. Pensé que todo lo que se transforma cambia, así que esas hermosas criaturas son así, en medio de su burbuja. Viven sin saber a ciencia cierta, lo que puede pasar. A Veces son generosas, otras se vuelven endemoniadas.
No era difícil mantener una verdadera amistad con las primeras. No eran pelionas. Había algo que las sujetaba entre una pared transparente que, me permitian verlas, sin mojarme. Eso es lindo. Eran unas gotas que caían sobre el vidrio de la ventana que tenía enfrente. Esa llovizna, esa lluvia las unifica, ni que decir de los aguaceros acompañados de tormentas. Aceptemos entonces, la defensa de las gotas, ellas son lo que son, Son una poesía de lo natural. En el peor de los casos pueden ensuciar el vidrio sobre el que caen, nada más que eso.
Me dispuse nuevamente, a disfrutar ese momento, antes de llegar a mi casa y descubrir que estaban entrando por los agujeros, cayendo sobre los muebles, dañando todo a su paso. Esas eran las reticentes, las del yo no fui. Las odie,las cosas aborrecí, creo que de por vida. Toda esa poesía se vino al piso. Tenía que agarrar trapos, lampazos, papeles, para poner todo en orden otra vez.
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