J.T. Monagas y los paralelismos de la historia

Principiaba el año 1857 y el presidente José Tadeo Monagas, dirigía su mensaje anual a los senadores y diputados que hacían las veces de Poder Legislativo, pero sujetos a la mansedumbre que les imponía un régimen conculcador de la voluntad nacional. En teoría le restaban dos años de su segundo período presidencial, para el que había sido reelecto casi por unanimidad en 1855, con apenas una candidatura alternativa que pretendió hacer ver algún resquicio opositor en pie.

Las palabras del caudillo oriental no pudieron ser más explícitas: Venezuela, o sea él, necesitaba una nueva Constitución, pues esta le resultaba un vestido corto para sus intereses futuros. Adujo que aquella había sido obra de la oligarquía paecista que ahora yacía en desbandada y para más señas, proclamó la hora de revivir el viejo sueño bolivariano de unir los pueblos en torno a una nueva Gran Colombia.

De inmediato los amanuenses de la añagaza que nunca faltan, materializaron los designios de su jefe, e introdujeron a las cámaras legislativas ya prevenidas, un proyecto de reforma constitucional que traían consigo algunos señuelos que la hicieran digerible a los ojos del pueblo llano, como por ejemplo, elevar a carácter constitucional la abolición de la esclavitud que había sido decretada en 1854, la eliminación del carácter censitario del ejercicio del voto y la supresión de la pena de muerte por delitos políticos. Pero lo que verdaderamente interesaba a Monagas era la consumación de su propósito continuista, mediante la inserción en el proyecto de reforma, de un artículo que alargaba el período presidencial de cuatro a seis años, así como la eliminación del dispositivo que prohibía la reelección inmediata y como estocada final, el establecimiento de una disposición transitoria que rezaba la siguiente atrocidad jurídica: “Luego de sancionada y promulgada esta Constitución, el  Congreso en Cámaras reunidas y por las dos terceras partes de sus miembros presentes, procederá a nombrar por esta vez al Presidente y Vicepresidente de la República para el primer período constitucional. Entretanto, los actuales continuarán en sus destinos hasta que sean reemplazados por los que se nombren”.

En poco tiempo, los deseos del dictador fueron acatados y la nueva Constitución promulgada el 18 de abril de 1857. Y sin ningún dejo de dignidad política, los serviles legisladores, se apresuraron a nombrar a J.T. Monagas y a su sobrino-yerno, Francisco Oriach Monagas, Presidente y Vicepresidente, respectivamente, para  el futuro período 1859-1865.

No conforme con ello, el cepo de la arbitrariedad fue reforzado, con la aprobación de una ley de reorganización de territorio nacional que eliminó las diputaciones regionales y otorgó la potestad al Presidente de la República de nombrar a dedo los gobernadores de provincia.

El régimen de Monagas lucía blindado y destinado a durar a perpetuidad. Pero a veces la historia como la vida misma, está llena de ironías y hechos inesperados. Y como bien acota, el historiador Tomás Straka en un ensayo biográfico sobre Julián Castro: “Cuando un régimen  y un caudillo parecen más consolidados que nunca, todo, abruptamente, se viene abajo”.

De tanto templar la paciencia y la capacidad de aguante de toda una sociedad, es que a veces ocurre lo inevitable. Fuerzas que lucían famélicas, se potencian de un modo tal que son capaces de zafarse la mugrienta mordaza que los oprime y pueden dar al traste con un estado de cosas infranqueable.

Monagas, el mismo de aquella tristemente célebre frase que sentenciaba: “la constitución sirve para todo”, fue finalmente vapuleado por sus adláteres cuando estos se sintieron amenazados y decidieron dar el paso definitorio junto a los que resistían en la trastienda.

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