(ARGENTINA) El mundo volvió a la Argentina
Hace poco, en una conversación telefónica, Mauricio Macri le preguntó a Christine Lagarde por qué el riesgo país de la Argentina era tan alto. «Ustedes declararon un monumental default hace 17 años y el tiempo transcurrido no es mucho para el mundo», le contestó la jefa del Fondo Monetario. Lo que sucedió en Buenos Aires el viernes y ayer, cuando se concentró aquí la mayor cantidad por metro cuadrado de poder mundial, enterró aquel antecedente de hace casi dos décadas. Lo enterró la política. Los mercados son otra cosa. Solo un presidente con una formación diferente (no es peronista ni radical ni militar) podía mandar a la historia la página de esa experiencia trágica del país. El mérito más destacable de Macri es el de haber adoptado políticas homologables por el mundo. Se lo reconocieron explícitamente los Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña a su manera, y la propia Lagarde. Digan lo que digan, guste o no, un regodeo argentino por la cima mundial como el que se vivió hubiera sido imposible con un gobierno de Cristina Kirchner .
El mundo tiene sus problemas, algunos graves, y no se iban a resolver en Buenos Aires ni Macri podía ser el arquitecto de la solución. Hubo un documento final de los líderes mundiales, después de que se especulara mucho con que no firmarían nada. Podrá decirse que es un documento módico, que carece de profundidad política e intelectual, pero es un documento al fin. Era lo que Macri se proponía. No esperaba mucho más, mientras caminaba por senderos que se abrían entre los abismos de la política internacional. El principal conflicto es la llamada «guerra comercial» entre los Estados Unidos y China. Es algo más que una guerra comercial. Es la competencia por el liderazgo de una fase superior de la nueva revolución industrial. Donald Trump la explica para sus votantes norteamericanos de una manera simple, pero es más compleja. El problema de la industria norteamericana no es la mano de obra barata de China o México. Es Silicon Valley, el centro mundial de creación de las nuevas tecnologías, el lugar donde más progresa la inteligencia artificial, donde construyen un mundo en el que la robotización reemplazará la mano de obra humana. China, es cierto, ha demostrado poco respeto por la propiedad intelectual en todos los terrenos de la producción, incluido el de la tecnología, y, al mismo tiempo, protege sus exportaciones con subsidios estatales o paraestatales. Las formas de Trump no son las que se esperan del principal líder del mundo libre, pero su batalla se cifra en hacer de China un competidor más leal.
Antes de la cumbre, Macri tenía una sola obsesión: que esas escaramuzas entre Washington y Pekín no estallaran en la cumbre de Buenos Aires. Su mayor empeño estuvo en tratar de moderar el ímpetu inmoderado de Trump y en flexibilizar al inflexible Xi Jinping. Macri le debe a Trump más de lo que se sabe. En la negociación con el FMI, el gobierno de Trump estuvo muy cerca de la administración argentina. También en otras cuestiones claves. Esa es la relación bilateral. Luego, las políticas de Trump (suba de las tasas de interés norteamericanas, fortalecimiento del dólar, proteccionismo comercial) afectaron a la economía argentina. Sin Trump, la solución a la reciente crisis argentina hubiera sido más difícil. Pero sin Trump la crisis quizá no hubiera sucedido, al menos en la dimensión que tuvo.
China es un inversor importante, más por lo que proyecta que por lo que hace en el país. Por eso, es imposible que Macri le haya hablado a Trump de la política económica «depredadora» de China, como señaló la vocera del presidente norteamericano. Macri, que desmintió personalmente esa versión, no podía hablar en tales términos si aspira a un equilibrio en la relación con los dos. La política de Macri consiste en una relación amigable con ambos y, en todo caso, en aprovechar la competencia entre ellos para seducir las inversiones locales de los dos. La Argentina es un país grande en potencia, pero con problemas y también chico en su realidad actual como para elegir en un choque entre potencias. Esa es, tal vez, la idea fundamental del presidente argentino.
Macri y el presidente francés, Emmanuel Macron, tienen una relación de analogías y simpatías. Los dos son el resultado del hartazgo de sus sociedades con el viejo sistema de partidos. Los dos se presentan como reformadores cruciales del statu quo político, económico y social. Los dos atraviesan ahora un período de cierto desencanto, de muchas críticas y de sublevación callejera de minorías activas. Macron fue el presidente con el que Macri más tiempo habló. Pareció como si se hubieran dividido el trabajo. Macri se ocupó de las disputas comerciales entre norteamericanos y chinos, mientras Macron ponía el acento en los derechos, las libertades y la condición intangible de los territorios nacionales, aunque tampoco se olvidó de combatir el proteccionismo. Su reunión con Vladimir Putin fue memorable porque le dijo en la cara lo que todo el mundo siente sobre el drama de Ucrania, a la que Rusia le usurpó la península de Crimea. Rusia capturó hace pocos días barcos y soldados de Ucrania en una batalla en el mar. Ucrania es un problema más europeo que norteamericano, pero Trump tuvo el gesto de levantar una reunión con Putin. Pudo haberlo empujado el Rusiagate que se ventila en Washington, sobre las presuntas relaciones indebidas entre Trump y Putin, pero lo cierto es que el conflicto de Crimea también influyó. Lo hizo al estilo Trump, a través de Twitter, lejos de las formas de la diplomacia. Trump es Trump.
Macron dejó el acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur en manos de Jair Bolsonaro. En esas horas no estaba en Buenos Aires la siempre imprescindible Angela Merkel. Pero Macron tiene razón cuando se hace algunas preguntas: ¿qué quiere Bolsonaro? ¿Cuál será su política de Brasil sobre el Acuerdo de París por la cuestión climática o sobre el propio Mercosur? El principal asesor económico de Bolsonaro, Paulo Guedes, anticipó que el Mercosur no es una prioridad para ellos. Debe consignarse que el Mercosur tal como está, encerrado en sí mismo, con una mirada hostil a la libre circulación de productos y bienes dentro y fuera de la alianza sudamericana, tampoco es una prioridad para el gobierno de Macri. Ese es el Mercosur que dejaron Dilma Rousseff y Cristina Kirchner. Ellas fueron las que permitieron que Venezuela entrara por la ventana al Mercosur. Desnaturalizaron, así, los principios constitutivos del Mercosur. Si todavía no se sabe si Venezuela está fuera o dentro del Mercosur (está suspendida ahora) y si tampoco se sabe qué quiere hacer Bolsonaro con la alianza, ¿por qué Europa se apresuraría a firmar un acuerdo con el Mercosur? Francia es renuente a abrir su mercado agropecuario -qué duda cabe-, pero esta vez tiene argumentos para postergar la firma del acuerdo.
Las imágenes del fin de semana fortalecerán a Macri. Ningún argentino vio nunca semejante desfile de poderosos del mundo en su propio país. Las reuniones de los líderes fueron normales, aun con sus disensos. Sin desplantes ni gestos ofensivos. La manifestación contra el G-20, que ya forma parte del folclore del G-20, fue pacífica, más pacífica incluso que la del año pasado en Hamburgo. Lagarde dijo en declaraciones a LA NACION que la economía argentina se recuperará a partir de abril. Tendrá el movimiento de una V, con una profunda recesión y una rápida recuperación. Es lo que Macri necesita desesperadamente después de la impecable reunión cimera. Serán argentinos los que votarán dentro de once meses.
Crédito: La Nación
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