El ambiente pastoso de descontento social de hoy tiene semejanzas con el de los años treinta
El invierno de mi desazón
A principios de la década de los sesenta del siglo pasado, antes de que le concediesen el Premio Nobel de Literatura, John Steinbeck publicó su última novela. En ella recuperaba parte del ambiente y los valores de Las uvas de la ira. Leer ahora El invierno de mi desazón (Nórdica Libros), que desarrolla su escenario en EE UU, mientras se contempla por televisión la revuelta francesa de los chalecos amarillos, las votaciones brasileñas que han dado la presidencia del país al ultraderechista Jair Bolsonaro, o incluso contar uno a uno los 12 diputados andaluces de Vox, facilita volver a la historia y pensar en situaciones no tan heterogéneas entre sí como podía parecer.
Hay entre ellas, y otras de similar naturaleza, semejanzas con el ambiente que se generó en el mundo en el periodo entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, esa pastosidad caracterizada por el descontento social, un crecimiento económico que deja a muchos por el camino, guerras comerciales con el objeto de empobrecer al vecino, conflictos geopolíticos internacionales con discusiones fronterizas…, cuando el desengaño de los ciudadanos contribuye a labrar el pesimismo generalizado. En 1922, el poeta T. S. Eliot escribía en La tierra baldía: “¿Cuáles son las raíces que prenden, qué ramas crecen en estos pétreos escombros?”. Para Eliot y tantos otros de su misma generación, no había respuesta, “sólo un montón de imágenes rotas”.
E. H. Carr publicó en el año 1939 La crisis de los veinte años(Catarata), sobre el periodo de inestabilidad política y económica que se inicia a finales de 1918 (término de la Gran Guerra) y finaliza en 1939 (cuando arranca la Segunda Guerra Mundial). Para el historiador británico estos años (“los años de entreguerras”) son un simple entreacto entre dos periodos de convulsión violenta. El también británico Richard J. Overy describe el ambiente de crisis que se extendió en aquellos años, caracterizado sobre todo por dos aspectos: una amplia variedad y escala de revueltas y conflictos, y una aguda sensación de estar viviendo en una época de transición caótica y peligrosa en la que lo antiguo no acababa de morir y lo nuevo no terminaba de llegar. Para Overy (El camino hacia la guerra, Espasa), las numerosas crisis que se superponían entonces (políticas, económicas, sociales…) provocaron una crisis moral mayor: “En la década de los treinta las esperanzas optimistas de los años de posguerra acerca de la restauración de la paz social y la justicia internacional ya habían cedido paso a un sentimiento generalizado de malestar profundo, un reconocimiento angustiado de que el mundo se hallaba en una coyuntura crucial”.
Son los años de la literatura del pesimismo, de Nietzsche, del Freud de El malestar de la cultura, o del Spengler de La decadencia de Occidente. El narrador de Subir a por aire, de George Orwell, declara: “Millones de otros como yo tienen la sensación de que el mundo va mal. Pueden sentir que las cosas se derrumban y crujen bajo sus pies”.
Se pueden establecer muchas analogías (aunque también diferencias) entre ese periodo y el de hoy. La brutalidad y la extensión de la Gran Recesión de 2008, con sus efectos devastadores en materia de pobreza, desigualdad, reducción de la protección, precariedad, inseguridad, desconfianza, pérdida de calidad de las democracias y crisis de la representación política, no podían salir gratis y tienen semejanzas con la crisis de los 20 años. Posiblemente se apresuró el historiador Eric Hobsbawm cuando describió el XX como un “siglo corto” que habría comenzado en 1914 con la Gran Guerra y terminó en 1989 con la caída del muro de Berlín y la destrucción del socialismo real. Quizá su muerte, en 2012, no le dio ocasión de rectificar su diagnóstico y calificar al siglo XX como un siglo largo que al final de la segunda década del XXI aún no ha acabado y en cuyo interior se contienen las cuatro crisis mayores del capitalismo y sus consecuencias, las dos guerras mundiales, la Gran Depresión y la Gran Recesión, y en el que reaparecen algunas de las ideologías que creíamos totalmente enterradas por la experiencia.
Crédito: El País
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