Recobrando el lenguaje común
Difícil y grave coyuntura, asumida la presidencia interina de la República por el diputado Juan Guaidó, luce importante destacar la asunción del problema por la opinión pública, o – por lo menos – la que se expresa a través de las redes sociales, canceladas las oportunidades para casi todos los medios convencionales. Son variadas, superficiales y también profundas, las opiniones, pareceres y posturas evidenciadas, pero creemos importante la reivindicación que se ha hecho de un mínimo de racionalidad para zanjar las diferencias.
Cierto, no puede ocurrir un ligero sismo, sin que todos no propendamos a opinar cuales expertos y consagrados sismólogos. Esta tentación se desliza con mayor fuerza al tratarse de los espacios comunes, no otros que los públicos y, por tanto, políticos. Empero, debemos celebrar la consideración de los artículos 233, 333 y 350, en una semana saturada de noticias.
Vale decir, pudiendo colocarse exclusivamente en los terrenos de la ética, de la ideología, de la estrategia y de la táctica, cobró mayor fuerza – esta vez – una racionalidad de orden constitucional. Todos polemizamos reivindicando o renegando de los supuestos constitucionales, unos, con la sinceridad de una convicción y, otros, como envoltura de dardos quizá envenenados, pero lo cierto es que recobramos de alguna manera, ese lenguaje común que ha torpedeado, intentando destruirlo, la dictadura socialista.
Que unos pontifiquen desde la especialidad o desde la más descarada improvisación, es parte del debate. O que, en el fondo, refleje el obvio y natural conflicto al interior de una oposición que no delibera, es un detalle – claro está – necesario de subsanar, pero lo cierto es que, para mal o para bien, se discute, depositando – inevitable – la confianza en los liderazgos conocidos.
Hay oportunidades en las que nos disgustamos, e – incluso – bloqueamos a personas que no aceptan un intercambio sensato, por la majadería incontrolable de sus prejuicios, pero – necedad aparte – son muchísimas las ocasiones en las que demostramos una infinita paciencia ante la opinión ajena, distinta y terca, como impertinente. Hay, así, apenas, una muestra del reaprendizaje democrático que nos debemos, con esta semana en la que todos hemos sido los consumados constitucionalistas de siempre, aunque todavía seamos incapaces de predecir un terremoto.
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