Maduro TV
Entre otros especialistas, los comunicólogos disponen todavía de un extenso campo de trabajo que escudriñar también con urgencia. La televisión oficial y oficiosa del XXI, superada largamente todas las críticas que suscitó en el siglo anterior, ha generado las condiciones psicológicas necesarias para la entronización del Estado Criminal.
La programación de dos décadas, cuenta con características que, por obvias, suelen pasar inadvertidas. La esencial, es el desprecio descarado por el otro y los otros que no comulgaron, ni comulgan con la naturaleza misma del régimen que quiso e igualmente se hizo costumbre, con la eficacia de sus empeños de continuidad. No obstante, insistimos en un rubro del espectáculo dantesco: aquellos espacios fundados en los informes de los servicios de (contra) inteligencia que expusieron y exponen al desprecio público a disidentes, adversarios y oponentes, violentando la propia intimidad personal y personalísima de las víctimas.
Numerosos los animadores que extendieron impunemente sus comentarios, únicamente sobreviven dos formatos estables y estructurados que marcan la pauta y, a la vez, expresan a sendas instancias o cuotas de poder, a través de sus conductores. Uno más importante que el otro, por lo que respecta a los elencos del Estado que representan, aminorada la capacidad de indagar y divulgar las facetas de la vida ajena, agotadas cualesquiera explicaciones convincentes, hacen de Diosdado Cabello y Mario Silva la más cruda manifestación de la vulgaridad.
Recientemente, aseguró Cabello haber sostenido una reunión que ha desmentido Guaidó y ya circula un video curioso, en el cual aparece y desaparece un cojín del sofá en un segmento que el experto editor olvidó maquillar. Por supuesto, mayor credibilidad tiene éste que el otro, pero lo relevante es el marco de ridiculización con el que lo exhibe, porque el teniente o capitán – ya no sabemos cuál grado oficializó Maduro en Gaceta – lo entendió como una bajada de pantalones, una peladera de nalgas, dándole una diferente connotación al asunto para abundar en los gestos y las carcajadas de burla.
El morbo es el recurso final y desesperado, pretendiendo banalizar la gravedad de las horas que transcurren. Nada nuevo reporta el hecho, pues, desde sus orígenes, el régimen castrista de vuelos guevaristas, hizo lo propio al pueblo cubano, aunque sin gozar de la tecnología de la comunicación e información que convierten a Miraflores en una extraordinaria plataforma para el denuesto, el desprecio y la demolición de la dignidad de la persona humana de aquellos que lidian por una solución pacífica del drama generado por la dictadura.
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