Un gobierno aferrado a una ilusión: Cristina no se baja

Tras una semana en la cual los números de la economía no acompañaron al gobierno de  Mauricio Macri , altos funcionarios buscan llevar tranquilidad frente al escenario electoral: «Solo somos Cristina y nosotros. El resto no existe». La frase se escucha como una verdad revelada en despachos de la Casa Rosada, aunque no es más que una expresión de deseos o una ilusión.

Hombres cercanos al Presidente se niegan por ahora a considerar una advertencia que muchos analistas les hacen llegar y que un díscolo del radicalismo, como Federico Storani, se encargó de explicitar con claridad: »  Cristina Kirchner puede darle jaque mate a Macri sin siquiera mover sus piezas». Aludía a un hipotético renunciamiento histórico de la exjefa de Estado a ser candidata presidencial, para abrir paso a un postulante del peronismo no kirchnerista, que contaría con más probabilidades de derrotar al primer mandatario en un eventual ballottage. Aunque admiten que la viuda de Kirchner se ha convertido en impredecible, en el Gobierno descreen de esa alternativa y desacreditan las encuestas según las cuales un Roberto Lavagna o un Sergio Massa se impondrían a Macri en una segunda vuelta electoral.

En el corazón del macrismo se ve a Lavagna como «un mero experimento del círculo rojo», que acabará diluyéndose y no terminará de arrancar. No creen, por lo tanto, que pueda romper la polarización entre Macri y Cristina Kirchner, a la que funcionarios de la Casa Rosada se aferran, aunque aclaren que no impulsan.

De acuerdo con la última encuesta de Query Argentina, que dirige Gustavo Marangoni, concluida el 8 de marzo, Lavagna tiene una imagen positiva del 24% y una percepción negativa del 20%. Lo notable es su elevado nivel de desconocimiento por la población: el 25% indicó que no sabía responder y otro 31% señaló que no lo conocía. Aun así, ningún funcionario macrista debería perder de vista que, pese a su alto desconocimiento, mayúsculo en el segmento más joven del electorado, Lavagna supera en intención de voto a Macri ante un hipotético escenario de ballottage: según Query, le gana por apenas el 35,2% contra el 34,4%, con un nivel de indecisos del 30,4%.

La mayor debilidad de Macri no pasa por sus rivales, sino por los resultados de su gestión, que alcanza niveles de rechazo de alrededor de dos tercios del electorado. Esta mala imagen reconoce causas más recientes, como la fuerte caída del consumo, y otras asociadas a errores de comunicación del Gobierno y a la construcción de expectativas que se vieron defraudadas. El más recordado estuvo a cargo del propio Presidente, quien había pedido que se evaluara su gobierno en función de los progresos en materia de lucha contra la pobreza.

Desde la reapertura democrática de 1983, ningún partido gobernante triunfó en una elección presidencial durante un año en el que la economía cayó. La única excepción se dio en 1995, cuando Carlos Menem fue reelegido al vencer a José Octavio Bordón en la primera vuelta electoral. Ese año, el PBI se había contraído un 2,85%, pero el país venía de tres años consecutivos de altísimo crecimiento económico, con tasas de hasta el 9% anual, al tiempo que la inflación había pasado al olvido. Aquel año 1995 registró una deflación del 0,2 por ciento.

Para vencer a la historia, la estrategia electoral del macrismo se sostiene en un ancla política, representada por la esperada presencia de Cristina Kirchner en las elecciones y la división de la oposición, y en un ancla económica, que debería ser la estabilidad cambiaria. Algo está fallando, sin embargo. En las últimas semanas, de la mano de la incertidumbre política y de ciertos factores externos, como los problemas en Brasil y en Turquía, el peso argentino continuó devaluándose y el mejor remedio que encuentra el Banco Central es seguir subiendo las tasas de interés, lo que provoca otros efectos no deseados.

Macri está más preocupado por evitar las subas bruscas del dólar que por el alza de las tasas. Pero el Gobierno se muestra incapaz de resolver el círculo vicioso que comienza con un proceso de incertidumbre política y electoral que alimenta la presión compradora sobre el dólar, que se intenta contrarrestar con mayores tasas de interés. Pero estas provocan más recesión, y la recesión debilita la imagen presidencial, realimentando la incertidumbre política y electoral, iniciando otra vez esta rueda perversa.

Mientras las autoridades nacionales aguardan con ansiedad las liquidaciones de exportaciones agrícolas, que arrimarían desde mediados de abril hasta junio unos 150 millones de dólares diarios, y la llegada del último tramo de auxilio del FMI, tras el cual el Tesoro podrá destinar hasta 60 millones de dólares por día para tranquilizar al mercado cambiario, los objetores del Gobierno denuncian que, del paradigma populista de la última década, se ha pasado a un paradigma basado en la especulación financiera. El remedio que se halló en los últimos días para calmar al dólar fue subir el tope que pueden tener los bancos en Leliq -las letras que hoy ofrecen tasas del 68% anual-, para que estas entidades puedan ofrecer más altas tasas de interés por inversiones a plazo fijo y así quitar incentivos a la dolarización por parte de los ahorristas. ¿Bicicleta financiera mata dólar?

Hay atisbos de autocrítica puertas adentro de la Casa Rosada. Se admite que fue subestimada la enorme inflación reprimida, derivada del cepo cambiario y del atraso tarifario de la era kirchnerista. El más claro indicador fue que Macri se haya jactado, tras su triunfo electoral en 2015, de que la inflación era uno de los problemas más sencillos de resolver.

Como una derivación de la inflación, el aumento de la pobreza le ha jugado otra mala pasada a Macri. En defensa del Gobierno, Marcos Peña destaca que la cifra del 32% duele, pero no se esconde como en la época kirchnerista, al tiempo que esboza un nuevo relato: si la pobreza no se midiera en términos de ingresos, sino de acceso a cloacas o a calles pavimentadas, estamos mejor.

Marzo y abril concluirán también con elevados índices de incremento de precios, que impactarán negativamente en el nivel de pobreza de este semestre, cuyo número se publicará apenas un mes antes de la elección presidencial. Los coletazos se sienten en el distrito bonaerense, donde la simultaneidad de los actos electorales nacional y provincial en octubre plantea la posibilidad de que la ventaja que allí le sacaría Cristina Kirchner a Macri termine complicando las chances de María Eugenia Vidal de ser reelegida. La propuesta salarial de la gobernadora a los docentes, que no pocos gremios envidiarían, y que incluye una compensación del 15,6% por la pérdida de poder adquisitivo en 2018 y una cláusula gatillo trimestral, refleja la inquietud electoral. La decisión de Vidal de postergar la construcción de un acueducto que iba a beneficiar a Bahía Blanca para derivar recursos a obras en el conurbano, la zona más adversa a Cambiemos, va en igual sentido.

Una de las razones por las cuales se acordó abandonar la iniciativa de desdoblar las elecciones bonaerenses de las presidenciales era que semejante discusión debilitaba la imagen del Presidente, porque traslucía la idea de que, en el fondo, se estaba debatiendo qué tan piantavotos era Macri. La buena relación entre el primer mandatario y la gobernadora Vidal sigue intacta, pero algunos dirigentes de la provincia ya evalúan repartir entre los votantes de municipios menos favorables a Cambiemos boletas cortas, sin el tramo del candidato presidencial, para evitar un eventual arrastre negativo de Macri. No alcanza con ilusiones.

Crédito: La Nación 

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