Venezuela es realismo mágico

Muchos quieren ir de vacaciones a un paraíso tropical, vivir de la naturaleza, alejados del teléfono, la TV y el Internet. A los venezolanos le dan ese privilegio de gratis, por casi todo el mes de marzo, y sin salir de la casa, y todavía se quejan. Como diría mi mamá: ¡De malagradecidos está lleno el mundo!».

Bueno, más o menos con chistes así es que los venezolanos en el interior (ya que hablan tanto de los del exterior, no veo porqué no hablar de los venezolanos del interior) lidiamos en este contexto que, por unos días, nos hizo sentir en carne propia cómo vivieron Adán y Eva en el Paraíso (Pero el del oeste de Caracas, no del Génesis).

Entonces uno se pone a pensar. Primero: nos engañaron con ese concepto de «Paraíso». Segundo: Que quizás ya superamos a Colombia en realismo mágico, así como ya ellos superaron a Venezuela en producción petrolera(1).

El realismo mágico es el movimiento literario en el que lo absurdo se muestra cotidiano. En Colombia, fue la llegada del hielo a Macondo y la llegada de un multimillonario narcotraficante al Congreso, entre otras muchas cosas, que hacen a ese país merecedor de ser llamado realismo mágico. Pero Venezuela, quizás en ese mismo pique de cual arepa es la mejor, no quisieron quedarse atrás.

Parece absurdo, pero ocurrió: el país entero se sumió, literalmente, en la oscuridad, durante buena parte del mes de marzo. Un país que no sólo es una potencia energética desde el punto de vista petrolero, sino también desde el termoeléctrico e hidroeléctrico. Tiene una de las represas más grandes del mundo, sólo después de las Tres Gargantas en China e Itaipú entre Brasil y Paraguay; y también dispone de suficientes termoeléctricas para echar a andar solas el país, pero que carecen de combustible o cuyas maquinarias se encuentran dañadas (Las sanciones contra Venezuela también juegan contra su mantenimiento). Durante esos días, Venezuela pareció un simulacro de apocalipsis zombie: sin electricidad, sin agua, sin telefonía ni conectividad, sin medios de pagos electrónicos. Si queremos justificarlo mediante el discurso oficial, podríamos decir que fue una manera de regresar a nuestras raíces ancestrales, de respeto al ambiente y de regreso a la unión familiar; en contraposición a un modelo capitalista, dañino ambientalmente y sin corazón. Y en cierta manera, tendrían una muy desagradable razón: además de hacerme experto en juegos de mesa en la oscuridad, fue un tiempo agradable en familia.

También, las explicaciones dadas por cada una de las partes en este conflicto político, resultan contraproducentes para ellos mismos. Si es verdad que el apagón es el resultado de la desinversión y mala gestión, entonces eso quiere decir que la solución al problema requerirá de muchos meses e incluso años, por lo que «la oscuridad no cesará con el cese de la usurpación», lo que no hace tan atractiva la propuesta opositora. Ahora bien, si el caos eléctrico es resultado de un ataque desde EE.UU. para salir de Maduro, entonces eso hace muy atractiva la idea de salir pronto de Maduro para resolver inmediatamente todos nuestros problemas. Es decir, incluso si es mentira, una postura intermedia resulta más lógica y atractiva que las ideas extremistas que siempre sostienen que «la culpa es de la vaca».

A los chavistas hay que ejemplificarlos así: Si yo tengo una esposa, y le digo que nuestras penurias económicas se deben a la explotación y abuso de mi jefe, ella me va a comprender las primeras veces, porque tenemos una tendencia natural a simpatizar con las víctimas. Pero si yo utilizo esa misma explicación muchas veces, pero tantas veces, eventualmente ella va a decir: «Me casé con inútil… Quiero el divorcio». Esa es la política comunicacional que ha planteado el  gobierno, una donde es siempre la víctima, una donde se ha demostrado incapaz de proteger incluso las infraestructuras eléctricas del país frente a ataques externos. Por ejemplo, la tesis del ataque cibernético, aunque posible, genera algunas dudas: ¿Por qué los sistemas de generación o distribución de energía eléctrica están conectados a Internet? ¿Acaso los ingenieros y técnicos de la hidroeléctrica necesitan revisar su Facebook mientras trabajan? Eso es un reconocimiento tácito de ineptitud en el que se arriesga la seguridad del sistema eléctrico nacional, porque obviamente ninguna obra de infraestructura o servicio público debe estar conectado a Internet.

Según Naciones Unidas, 884 millones de personas en el mundo carecen de acceso seguro al agua potable, mientras que 2.600 millones de personas carecen de acceso a un saneamiento básico, lo que supone el 40% de la población mundial(2). En cambio, Venezuela es uno de los países con más vastos recursos hídricos del mundo, pero rara vez se asoma por los grifos de las casas. Y eso no es nuevo, es una situación que ha venido ocurriendo desde hace varios años. Desde el primer mega apagón el 7 de marzo pasado, muchos de nosotros nos vimos en la necesidad de buscar y cargar agua como mujer africana en el Serengeti, pero dentro una de las 10 ciudades más grandes de América Latina. Parece absurdo, pero no lo es.

Entre cosas raras pero normales, están los dos reyes de un mismo reino. A los anarquistas venezolanos se les puede dedicar un meme que diga: «no quiere ningún presidente, le dan dos». Uno de esos presidentes no tiene control efectivo de nada, pero un importante apoyo internacional y popular; el otro tiene el control efectivo de las instituciones, pero un apoyo internacional y popular que deja mucho que desear. Y bueno, ya es como normal puej. La situación es tan anómala desde un punto de vista diplomático que resulta bizarro que, a pesar de que muchos de esos países que no reconocen a Nicolás Maduro como presidente, la gran mayoría mantiene sus representaciones diplomáticas y consulares en el país y viceversa. Y es que aunque dichos países podrían no estar de acuerdo con Maduro, es Maduro quien tiene el control efectivo y por lo tanto con quién se ven en la obligación de cooperar para defender los intereses de sus ciudadanos y empresas en Venezuela. Eso es tan extraño, que la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas no tiene ninguna disposición sobre cómo un gobierno debe tratar a un diplomático que no le reconoce como gobierno, ni mucho menos cuando éste diplomático se rehúsa a retirarse porque no reconoce a tal gobierno pero a otro sí. Eso es tan confuso que todavía tengo dudas de haberlo redactado bien.

Por otro lado, rechazar un gobierno y declarar uno nuevo en una plaza pública no es tan extraño como suena. De hecho, así ocurrió durante los procesos de independencia en la América española: unos tipos que se declararon autónomos en menosprecio de las leyes de España (supongo que es obvio decir que las leyes del Reino de España no contemplaban la independencia). Sin embargo, dicha actuación de facto, eventualmente, se hizo de derecho, conforme los criollos hacían valer su control mediante las instituciones. En el caso del Sr. Guaidó, hasta ahora, ese no parece ser el caso.

Quizás en una situación económica normal, la oposición habría tenido más éxito, pero esta crisis económica juega a veces a favor y en contra del mismo Gobierno. En contra es fácil verlo, pero a favor no tanto. Por ejemplo: Si yo soy un militar activo: ¿Cómo voy a desertar de las filas -aunque sea mi deseo-, si debo mantener económicamente a mi familia y a mi? De hecho, más ahora que nunca, los militares y trabajadores públicos deben cuidar sus puestos de trabajo, a falta de mejores ofertas. Estoy convencido que un «bono de la patria» versión Guaidó provocará mayores deserciones que una promesa de Ley de Amnistía.

Ahora, todos los sábados son para marchar. Ya sea si eres opositor u oficialista. Pero eso sólo tiene sentido si eres opositor. El propósito de una marcha es protestar, ya sea contra una empresa o un gobierno, mientras que las marchas oficialistas pretender apoyar a un gobierno. Eso desvirtúa tanto el sentido de una marcha, que los extranjeros que me han preguntado «¿Por qué marcha el gobierno?», todavía no terminan de entender la razón. En realidad, en los países donde la gente marcha a favor del gobierno, da la casualidad de que suelen ser dictaduras. Pero al gobierno no le importa, así que es normal.

Lo normal no es más que un promedio estadístico, que no refleja la realidad ni mucho menos lo que es correcto. Lo que vivimos los venezolanos es ciertamente sorprendente, casi mágico, tanto que se ha hecho cotidiano, pero definitivamente no debemos confundirlo con nuestra realidad o el deber ser.

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