(ARGENTINA) Una decisión cargada de extrañezas
Si alguna prueba faltaba sobre la conexión entre los intereses electorales de Cristina Kirchner y la decisión de la Corte Suprema de aplazar su juicio, fue la propia expresidenta la que la dio en la mañana de pasmo de ayer. La decisión de colocar a Alberto Fernández en la candidatura presidencial, y de reservarse ella la de vicepresidenta, está cargada de extrañezas. Es la primera vez que Cristina devela una estrategia electoral con más de un mes de anticipación. Antes, siempre lo hizo sobre el límite mismo de los plazos.
Era su marca de fábrica. La historia de Alberto Fernández es la de un funcionario ejecutivo que nunca ganó una elección por su cuenta. Las encuestas fueron malas para él aun en la Capital, su distrito. Solo fue diputado capitalino en los años noventa en una lista liderada por Domingo Cavallo. ¿Qué quiere hacer Cristina? ¿Quiere producir una réplica de la estrategia setentista, cuando Cámpora fue al gobierno y Perón al poder? Es la primera vez en la historia que un candidato a vicepresidente anuncia a quién le ofreció la candidatura presidencial. Es la inversión de la escala de valores políticos. El cristinismo es inagotable en extravagancias. Puede ser que quiera repetir la fórmula de Cámpora, aunque nada estará definitivamente concluido hasta el 22 de junio, el último día para anotar los candidatos ante la Justicia Electoral. La única novedad categórica y concluyente es que Cristina será candidata en las elecciones presidenciales. Ya no hay misterio sobre eso. Pero ¿por qué Cristina será (o es) candidata y no aspira a la presidencia, cargo que ya ocupó durante ocho años? ¿Por qué le gusta justo ahora la vicepresidencia, una función que despreció profundamente durante sus dos mandatos presidenciales? ¿O, acaso, nos aguardan todavía más sorpresas antes del cierre de listas?
Si todo fuera como parece, el gobierno deberá poner la mirada en Sergio Massa antes que en Alberto Fernández. Sin duda, Cristina es mucho mejor candidata que su exjefe de Gabinete. ¿Le conviene a la administración de Macri que sea Alberto y no Cristina el principal competidor? Sin duda que sí. Pero la decisión de ayer puede ser también una escalera para que Massa se baje de la candidatura presidencial. El exalcalde de Tigre, a quien se le están yendo todos sus dirigentes bonaerenses, tuvo ayer palabras amables para referirse a Alberto Fernández, luego de que su mejor vocera, Graciela Camaño, lo sepultara en un reportaje con LA NACION: «Es un doble agente. Nunca se sabe para quién trabaja», había disparado entonces. La posibilidad de que Massa se fuera con el cristinismo, aun para competir con Alberto Fernández por la candidatura, era mala para los intereses electorales del Gobierno. Hubiera provocado un reordenamiento del peronismo no kirchnerista en torno a la figura de Roberto Lavagna, que es el único precandidato en condiciones de romper la extrema polarización entre Macri y Cristina. Sin embargo, Massa descartó ayer esa posibilidad y dijo que ahora es más candidato presidencial que nunca dentro de su partido. El Gobierno tiene la información de que existe cierto cansancio de Cristina que la habría inclinado hacia una candidatura menos agobiante. No la conocen. Es un animal político que está donde la política, o su visión de ella, le indica que debe estar. La estrategia de colocar a Alberto Fernández, si es que este llega en condición de candidato el 22 de junio, fecha en que vencerá el plazo legal para presentar candidaturas, responde a un cálculo (seguramente equivocado, pero cálculo al fin), no al estado de su ánimo o de su físico.
También es cierto que la noticia de ayer saca la mirada de la nación política de la Corte Suprema de Justicia y le da a esta más margen para sus próximas decisiones sobre la expresidenta. Estará decidiendo sobre una candidata a vicepresidenta y no sobre una eventual presidenta. No es lo mismo. Los procesos judiciales son, hoy por hoy, la primera prioridad de Cristina. Se pueden decir muchas cosas de ellos, pero lo cierto es que Cristina y Alberto son astutos para imaginar esta clase de estrategias.
Por eso, el escándalo que provocó la Corte Suprema, cuando intentó aplazar el primer juicio oral y público contra Cristina Kirchner por presuntos hechos de corrupción, no ha concluido. Podría agravarse aún más si el máximo tribunal judicial decidiera el martes próximo, día de acuerdos, aceptar las apelaciones de la expresidenta mientras se realiza, al mismo tiempo, el juicio oral. O la Corte podría crear confusión y desaliento en los jueces que juzgarán a Cristina si resolviera, después de todo lo que pasó, posponer el tratamiento de las apelaciones. La lectura más simple y correcta sería que solo buscaría ganar tiempo, y que la presión social ceda, para colocar un manto de protección sobre la exmandataria. Al meter mano en procesos judiciales en curso, la Corte está a un paso de provocar la intervención del Poder Judicial dentro del propio Poder Judicial. Esta es la gravedad de la situación, que en las próximas horas podría escalar hacia nuevos picos de incertidumbre.
El jueves, la Corte retrocedió en su decisión de posponer eventualmente el juicio a Cristina. No lo había postergado expresamente en la primera decisión -tal como consignó LA NACION-, pero había creado una situación incompatible con el inicio del juicio.
Lo afirmó el propio presidente del tribunal oral, Jorge Gorini, quien señaló que el juicio no podría comenzar si él y sus colegas no contaban con el cuerpo principal de la causa. La Corte no aclaró, en su primer comunicado, cuánto tiempo retendría las 50.000 hojas que conforman la enorme investigación hecha por el juez Julián Ercolini. El jueves, la Corte aclaró que le sacaría fotocopias al expediente y que lo devolvería en tiempo y forma. Retrocedió ante el escándalo social que había provocado, con cacerolazos incluidos.
En su documento de rectificación, el máximo tribunal dijo algo que no es cierto. Aseguró que «no hubo disidencias» en la Corte sobre la cuestión. Ellos conocen la opinión disidente que tiene nada menos que el presidente de la Corte, Carlos Rosenkrantz, y por eso ni siquiera lo hicieron partícipe de la decisión que habían tomado. Es una Corte sublevada contra el gobierno de Macri, sobre todo desde que Lorenzetti perdió la presidencia del cuerpo. Ninguna decisión sensible para el Gobierno salió con la más mínima contemplación. La postergación del juicio a Cristina, que no fue, formaba parte de esa historia.
En ningún país serio del mundo una corte constitucional toma una decisión un día y la cambia al día siguiente. ¿Qué noción de seguridad jurídica queda en un país donde sus jueces más importantes modifican decisiones con el paso de las horas? La Corte, que en tiempos de Cristina evitó algunos excesos (no todos), es la misma institución que ahora convierte a la Argentina en un país bananero.
El director del proceso es el juez de primera instancia, que es el único que conoce la construcción de un expediente en tiempo real. Si se equivocara, existe una segunda instancia, la Cámara Federal, y hasta una tercera, la Cámara de Casación Penal, que pueden enmendarlo. Es obvio que los abogados defensores tratan siempre de dilatar los procesos. El «plazo razonable», más allá del cual los delitos prescriben, es un mandato de los tratados de derechos humanos, que en la Argentina tienen jerarquía constitucional. La estrategia de los abogados es quebrar el límite del «plazo razonable». Regresemos al núcleo de la cuestión: la Corte juzga decisiones, no hechos. Es decir, juzga las decisiones de las instancias inferiores cuando han dictado sentencia definitiva. Ese es el poder y el deber de un tribunal constitucional: establecer si un juicio ha sido constitucional o inconstitucional cuando el proceso ha terminado.
Subyace algo más profundo en todo este zafarrancho. Hay jueces que creen que están haciendo bien su trabajo cuando investigan la corrupción del kirchnerismo (los nombres de esos jueces los dio Alberto Fernández cuando los amenazó). ¿Qué mensaje les deja la Corte a esos magistrados si se mete sin pudor en medio de un proceso ante la mera posibilidad de que algún derecho de Cristina Kirchner sea eventualmente vulnerado? El poco prestigio que le quedaba a la Corte ya no existe. No lo resolverá con la distracción del anuncio de que Cristina solo aspira a ser vicepresidenta. La Corte está a tiempo todavía de demostrar que sabe leer las leyes y que conserva la sensibilidad moral.
Crédito: La Nación
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