(ARGENTINA) El peligroso presente griego de Cristina
Vio el poderoso augur a la paloma, el halcón y la grieta. Perseguida intensamente por el ave de presa, en un vuelo veloz y luchando por su vida, la paloma se precipitó en una brecha abierta en la roca. El asesino merodeó la abertura sin conseguir capturar a su víctima, y entonces probó su montaraz astucia: simuló retirarse y permaneció escondido y al acecho. La paloma al principio fue cauta, pero al final concluyó que el cazador se había marchado; se confió y asomó la cabeza. El halcón salió entonces de las sombras y cayó sobre ella en un ataque fulminante y sangriento. El vidente Calcas o Calcante le narró esta fúnebre visión a Odiseo para explicarle que no debían seguir asaltando las invulnerables murallas de Troya: tenían que actuar como el halcón; utilizar una argucia para que los troyanos creyeran que se habían retirado y bajaran la guardia. Odiseo ideó el caballo de madera, y les dio la impresión a los sitiados de que sus enemigos finalmente habían desistido y que les dejaban un regalo en son paz o como aceptación de la derrota. Las «palomas» de Troya cayeron en la trampa, se entregaron a los festejos y libaciones, y cuando menos lo esperaban, los «halcones» que permanecían ocultos dentro del caballo emergieron con sus espadas y aceleraron desde adentro la caída de la ciudad indestructible. Entre las múltiples versiones míticas que dan los poetas épicos de la antigüedad, acaso la más interesante y literaria sea la que se inicia con la epifanía del adivino. La mediocre política argentina rebaja, con su analogía inevitable, este bello relato. Pero lo cierto es que crece la certeza de que la Pasionaria del Calafate nos ha dejado un presente griego: Alberto Fernández.
Se trata de un brillante argumentista en una época yerma de ideas y argumentos, y de la encarnación misma de un nuevo oxímoron: el kirchnerismo pacifista. Son imaginables los argumentos que se desplegarán para pausterizar el «proyecto»: la verdadera bomba es la que nos deja ahora Mauricio Macri y puede llegar a explotarnos a nosotros mismos si ganamos las elecciones; al haberse consagrado a una táctica liberal que consistió en abrirse y endeudarse «irresponsablemente», nuestras reservas ya no son nuestras, sino de Trump: habrá que congraciarse con Washington sin perder nuestra dignidad, habrá que renegociar desde la seriedad de los cumplidores, habrá que demostrarle que no somos Maduro y habrá que olvidarse de nuestros viejos aliados: el eje regional ya no existe; Fidel, Chávez, Correa y Lula perdieron la vida, la libertad o el poder. Nos encontramos prácticamente solos y atados de pies y manos por la «política entreguista» de Cambiemos -dirán-. Y esto implica, por lógica, que no deberíamos avanzar sobre «los medios hegemónicos» ni montar Ministerios de la Venganza ni Secretarías de la Demolición, ni hacer locuras ni chavizarnos, sino retroceder a la «moderación» del nestorismo hasta que hagamos pie y escampe. Este razonamiento le permite a la arquitecta egipcia blandir el santoral del Primer Pingüino, facilitarles a algunos peronistas moderados que no querían subirse a su moto alocada que se acomoden sin despeinarse en el sidecar de Alberto, y convencer a empresarios, periodistas y votantes indecisos que debe cesar el miedo: celebren que el giro bolivariano no es posible ni económica ni geopolíticamente; no vamos a aniquilar la Constitución ni colonizaremos la Justicia, y solo cuestionaremos a los jueces que fallen sobre Cristina Kirchner y sus hijos (única «prueba de amor» innegociable para el elegido). Ahora somos, por imperio de las circunstancias históricas, lo que decíamos al principio: republicanos de centroizquierda. No temáis, pueblo de la nación; venid tranquilos.
Se ha puesto en marcha el truco de la mano de seda. Que esconde el puño de hierro. Y ya opera sobre el terreno el gran limador de garras, el hábil maquillador de fieras. Los soldados, munidos de aceros filosos, aguardan en el interior del caballo. Para ello, el cristinismo debe adoptar una vez más su disfraz de Jano, el dios romano de las puertas, los comienzos, las transiciones y los finales. El dios de las dos caras. Con un brazo debe picar sesos y atrapar incautos bajo la idea de que se retiró un populismo autoritario y antisistema, y regresa una socialdemocracia justicialista más o menos «razonable»: así el antídoto fundamental contra el voto castigo (podemos estar todavía peor, podemos ser Venezuela) se diluye por el camino, y el electorado ingenuo se relaja y se fía. Pero con el otro brazo el kirchnerismo debe, al mismo tiempo, convencer a su tropa fanática de que la radicalización continúa, aunque resultaría conveniente mantenerla hoy silenciosa y agazapada. Muchos creyentes ya no oponen resistencia; algunos incluso se muestran eufóricos. El «Che» Fernández, antes considerado un lobista de las corporaciones y un apóstata y un desertor, ha sido indultado en un santiamén. Incluso desempolvaron, con ese único propósito y para la televisión militante, Elogio de la traición, de Denis Jeambar e Ives Roucarte. Y sus aforismos a la carta: «En todo político que quiere seguir siéndolo, duerme un traidor que se traiciona a sí mismo». O también: «La democracia no es sino un conjunto de técnicas para que los príncipes puedan traicionar». A la reivindicación de Judas, esos pensadores franceses añaden allí una frase atribuida a Edgar Faure, pero que bien podría haber pronunciado Perón en Puerta de Hierro: «No es la veleta que gira, sino el viento que cambia de dirección». Traicionar está bien visto en el movimiento que celebra el Día de la Lealtad: nadie podrá entonces recriminarle a Alberto que siga la onda verde. Queda para los sociólogos desentrañar qué le sucede a un país donde la corrupción, la traición y la mentira se han transformado no solo en pecados veniales, sino en cultura naturalizada, en praxis oficial. Pero esto no es sociología, sino política electoral argentina en estado puro.
Sería deshonesto no aclarar que este articulista, a lo largo de muchos años, frecuentó el intercambio intelectual con quien hoy es el candidato de Cristina. Con Alberto Fernández mantuve una larga, profunda y apasionante tertulia acerca de la catástrofe peronista. En privado y en esencia, su opinión no difería de la mía: el peronismo le parecía un desastre y el cristinismo, una tragedia. Entre los infinitos videos que giran por las redes, hay uno que representa cabalmente aquel fuero íntimo: «El peronismo fue todo y eso no vale. Fue conservador con Luder, neoliberal con Menem, conservador popular con Duhalde, progresista con Kirchner y solo patético con Cristina. Porque fue el partido del oportunismo y de la obediencia: votó la ‘democratización’ de la Justicia, la estatización de Ciccone y el pacto con Irán… ¿Queremos seguir siendo ese partido del que alguna vez dijo con sorna Felipe Solá: ‘Corremos presurosos en auxilio del vencedor’? Seguir haciendo política de ese modo es una falta de respeto. Y debemos entender que somos parte del sistema democrático y hay un peronismo republicano, y que debemos respetar las instituciones». ¿Se equivocó la paloma, se equivocaba? ¿O la paloma era un halcón? El asunto del «presente griego» daría para el humor si no fuera una trampa mortal. Aquel augur se murió literalmente de risa: otro vidente predijo la fecha de su fallecimiento, y cuando llegó el día, Calcas se empezó a reír por el desacierto y se asfixió. Pero era demasiado tarde; para entonces ya había ardido Troya. A cantarle a Odiseo.
Crédito: La Nación
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