Trauma de actualización

 

Días atrás, en una reunión académica a la cual fui generosamente invitado, comentábamos la célebre fotografía tomada a un agujero negro, durante el receso. Halando la punta del hilo, fue una maravillosa conversación, por breve que fuese, pues,  veinte minutos fueron suficientes para que alguien enseñara las fotografías que retiene en su móvil celular del espacio sideral, otro recordó al famoso cohete Saturno V y, sorpresivamente, el experto constitucionalista recordó las revistas científicas que coleccionaba en el otro país que fuimos, confesando que alguna vez quiso ser astronauta de fallar como bombero.

Un receso más tarde, el café nos convidó a preguntarnos sobre las ciencias médicas.  Seguramente, acá no llegan las últimas innovaciones, ni las publicaciones especializadas tan indispensables.

El estudiante universitario promedio, depende de lo poco que circula de interés por las redes. Los hay quienes, en cinco años de cursantes, jamás emplearon un libro y, mucho menos, lo compraron, pues, la necesidad obligó a los profesores de proveerlos de copias digitales de los títulos viejos de que disponen: no hay divisas para comprar una versión digital y tampoco para pagar el sobrepeso de un equipaje, si el viajero desea hacer el favor. Por cierto, en cuanto a gustos musicales, fácil de apreciarlo, escuchamos repetidamente lo mismo de antes.

Semanas atrás, una reseña de El País de Madrid, nos impuso de lo que Venezuela ha aportado en materia literaria en los últimos años. Una rápida constatación, por venezolanos que sean sus autores, es casi imposible hallar las novelas, cuentos o versos  acá, un país de librerías quebradas, faltando poco.

Cada vez más retrasados, la transición y la apertura democrática va a provocar un intenso trauma de actualización en los más variados campos. La dictadura pasará, logrando poco a poco salir del agujero en el que nos metió durante veinte largos años.