(ARGENTINA) Una democracia con líderes y sin partidos
Los partidos no están. Ni el Justicialista ni el radical, y ni siquiera Pro. Las últimas patrullas perdidas de los partidos políticos ya no saben qué quieren ni por qué luchan. Ni el peronismo ni el radicalismo se recuperaron nunca de la gran crisis de principios de siglo. El kirchnerismo fue solo un anestésico que disimuló la finitud del peronismo a cambio de una modificación sustancial de sus ideas históricas. El radicalismo había escondido su agonía en 1999 con la conformación de la Alianza, que duró solo ocho meses. El traumático final de Fernando de la Rúa lo condenó a la inexistencia. Pro solo pudo gobernar la Capital, pero debió conformar una coalición cuando se propuso conquistar el gobierno nacional.
Acaba de abrirse a la aventura, inexplorada hasta ahora, de acuerdos con sectores importantes del peronismo para conservar el poder. Ese paisaje, distinto incluso del de 2015, se perfiló anoche cuando venció el último plazo para hacer propuestas políticas con miras a las elecciones presidenciales de este año.
Según las últimas encuestas, la Argentina tiene dos líderes significativos y contradictorios entre sí: Mauricio Macri y Cristina Kirchner . Ambos expresan también dos sistemas políticos muy distintos. No es necesario describirlos: Macri y Cristina se desempeñaron como presidentes (Macri lo sigue haciendo) y gobernaron con criterios políticos, económicos e institucionales marcadamente diferentes. Macri mejoró de manera considerable en las últimas encuestas (el dato fue registrado por Poliarquía y por Isonomía). Isonomía, que es la que constató un crecimiento más importante, señaló que Macri y Cristina están virtualmente empatados en intención de votos. Macri aumentó su caudal seguramente por la estabilidad de los números básicos de la economía, y fundamentalmente del dólar. Si bien se lee en el informe del Indec sobre el aumento de la desocupación, hubo muy poca destrucción de puestos de trabajo (solo el 0,1%) para el fenomenal ajuste de las cuentas públicas que está haciendo el gobierno de Macri. Pero no hubo creación de empleo para los jóvenes que se incorporan al mercado del trabajo. Esta insuficiencia explica que la desocupación haya escalado más del 1%. Sin embargo, ningún macrista imaginó nunca que la alianza con Miguel Pichetto sería tan provechosa desde el punto de vista de los mercados y, por lo tanto, para la estabilidad de la economía. Pichetto atrae votos para Macri por una vía indirecta, porque establece cierta garantía de gobernabilidad. La novedad fue que el macrismo tuvo que cambiar el disco rígido de su identidad, porque siempre creyó que su misión consistía precisamente en ser la refutación del peronismo. Prejuicios. Pichetto tuvo que dar una clase de políticas de Estado en Wall Street para que se convencieran de que hay peronistas para todos los gustos. Pichetto maneja los tiempos y las palabras con la habilidad de un cacique de la política, un baqueano del Estado, experiencia de la que los puristas de Pro carecen.
De todos modos, también es cierto que la paciencia política de Macri es incomparable con la de cualquier otro presidente de la democracia argentina. Elisa Carrió suele desafiarlo públicamente. Macri calla y espera. Por mucho menos, la dinámica diputada se tuvo que ir del radicalismo de Raúl Alfonsín. «Lilita es esencial como aliada en una campaña electoral», suele repetir el Presidente. Martín Lousteau lo decepcionó por aquí y por allá, pero decidió que es preferible que esté dentro de su carpa antes que fuera de ella o, lo que sería peor, en la vereda de enfrente. Lousteau será candidato a senador nacional por la Capital por la coalición gobernante. Tuvo que aceptarle hasta las condiciones que puso para la designación de la segunda candidata a senadora nacional. Es extraño, pero Pichetto fue el único con el que Macri no tuvo que echar mano de su paciencia. Pichetto no le pidió nada. El presidente del radicalismo, Alfredo Cornejo, lo criticó desde Mendoza varias veces y le reclamó apertura (apertura hacia el radicalismo, obvio, aunque nunca precisó para quién era su pedido). Macri abrió su gobierno, pero al peronismo. ¿No era apertura lo que pedía Cornejo? ¿Puede Cornejo quejarse de que la puerta se abrió para otros? No. Macri nunca le contestó a Cornejo. Paciencia. Y pragmatismo. Pichetto es producto de un presidente que entrevió que lo que tenía no le servía para ganar. Golpeó la puerta de Pichetto sin dudas ni complejos.
Cristina Kirchner hizo el aporte más notorio al pragmatismo cuando renunció a su candidatura presidencial para no renunciar al poder. Fue la aceptación lisa y llana de que con ella sola no bastaba. La candidatura presidencial de Alberto Fernández fue el detonante de muchos cambios en la política electoral, aunque no modifica la jefatura política del cristinismo. El poder está -y estará- donde esté Cristina, como quedó constatado en la confección de las listas para diputados y senadores nacionales. Alberto Fernández debió cambiar también buena parte de su repertorio discursivo para estar donde está. Su insistencia en adelantar lo que harán los jueces es una injerencia prematura en otro poder del Estado. Si fuera presidente, él será el titular del Poder Ejecutivo, que es unipersonal por definición (aunque lo de unipersonal está por verse compartiendo la fórmula con Cristina). De cualquier forma, ¿por qué el eventual jefe del Ejecutivo puede asegurar que Cristina nunca será condenada por hechos de corrupción? Su condición de profesor en la Facultad de Derecho debería servirle no para anticipar lo que deben hacer los jueces, como él lo explica, sino para saber que la división de poderes es una condición imprescindible del sistema republicano. Es difícil conocer el pensamiento de Alberto Fernández, porque él mismo se definió como «liberal progresista peronista». Urge que la definición vaya acompañada de un instructivo para descifrar esa categoría política.
Donde antes estaban los partidos ahora quedan solo los liderazgos personales. Macri, Cristina, Carrió. El caso más llamativo es el de Roberto Lavagna, porque su candidatura surgió de una simple encuesta de Sergio Berensztein. A fines del año pasado, el encuestador y analista político difundió una medición que colocaba al exministro de Economía como una de las personas públicas con más aceptación y menos rechazo. A partir de ese dato, se fue creando un movimiento multipartidario y multisectorial en torno de Lavagna que terminó colocándolo en la candidatura presidencial. La estrategia de Lavagna consiste en romper la polarización antes de las primarias de agosto o antes de la primera vuelta, en octubre. Está seguro (varias encuestas lo confirman) de que les ganaría en segunda vuelta tanto a Cristina como a Macri. Su problema consiste en llegar a la segunda vuelta, una meta que, por ahora, no aparece en el horizonte. Tampoco lo ayuda la estrategia de Macri y de Cristina, porque los dos persiguen la polarización extrema entre ellos. Solo entre ellos.
Hablar de que se están conformando dos bloques ideológicos, uno de centroderecha y otro de centroizquierda, es anticiparse a los futuros trazos de la historia. Por ahora, cada uno está donde puede o donde quiere estar. Sergio Massa estará en la misma lista, a mínima distancia, de Máximo Kirchner. ¿Qué le habrá dicho cuando sucedió el adiós a su vieja aliada Margarita Stolbizer, quien acusó al hijo mayor de los Kirchner de lavado de dinero en Hotesur y Los Sauces? ¿Hubo realmente un adiós entre ellos? Al revés que Pichetto, Massa era un líder electoral que confundió a sus electores durante seis años diciéndoles que se arrepentía de haber sido kirchnerista. ¿Le creerán ahora cuando les asegura que se arrepiente de haber sido antikirchnerista? Paciencia también de Cristina con Massa. Hay peronistas con Macri, con Cristina y con Lavagna. Lo mismo sucede con los radicales. Están en todas partes. El Partido Justicialista es un socio menor de Unidad Ciudadana (ese «otro partido», como Pichetto lo ninguneó siempre). El radicalismo es un aliado más de la coalición gobernante. Pro no conserva la centralidad del viejo Cambiemos, que tampoco existe ahora. Solo los líderes, algunos líderes, quedan en pie. Como dice Julio Sanguinetti, el futuro ya no es lo que era.
Crédito: La Nación
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