Agenda 2030 y el déficit democrático

Los Objetivos del Desarrollo Sostenible, aprobados en 2015 por las Naciones Unidas, son una agenda altamente ambiciosa que intenta corregir el desigual desempeño económico, social y ambiental en el globo. Sus 17 objetivos y 169 metas son asimismo un recordatorio de que pese a los impresionantes avances tecnológicos alcanzados por la humanidad, las injusticias, el sufrimiento y la miseria siguen marcando la vida de millones de personas. Aunque la agenda 2030 sea un reflejo del interés general por cambiar estas circunstancias es de hacer notar que el cumplimiento efectivo de estos objetivos depende, de forma determinante, de la difusión de los estándares democráticos en los estados miembros de la ONU.

Debemos hacer mano del Índice de Democracia publicado por «The Economist» en el cual, basado en cierto criterios como proceso electoral y pluralismo, libertades civiles , funcionamiento del gobierno, participación política y cultura política, nos muestra que para 2018 solo existen 20 países con democracias plenas y 55 democracias imperfectas frente una absoluta mayoría de 92 países con regímenes híbridos y autoritarios entre los 167 estudiados. Es decir, en estricto sentido, estamos esperando que 92 dictaduras autocráticas (de toda clase: teocracias, monarquías absolutas, juntas militares y tiranías) muestren resultados apreciables y confiables frente a la pobreza, la paridad de género, la inclusión educativa y la universalidad de los servicios sanitarios. Este quizá sea el ejercicio de ingenuidad más tragicómico practicado por la institucionalidad multilateral.

Solo los regímenes democráticos son capaces de proporcionar, gracias a la separación de poderes, la pluralidad política, la competencia electoral y la libre prensa, los niveles de transparencia y fidelidad de las estadísticas públicas que evidencie el cumplimiento de las metas y objetivos de la Agenda 2030. Estas democracias, hasta el momento, son experimentadas por algo menos de la mitad de la población mundial y se concentran principalmente en Europa y América. África, el Medio Oriente y el Extremo Oriente se encuentran sumidos en la proliferación de formas de gobierno unipersonal, hereditario u oligárquico sin libre expresión de la voluntad popular y, muchas veces, con un componente brutal de persecución a la disidencia y salvaje represión. Al la fecha, no contamos con buenos augurios dado que las esperanzas despertadas con la «Primavera Árabe» terminaron frustrándose entre regresiones militaristas y crueles conflictos bélicos.

Más que avances democráticos, hemos tenido retrocesos. En Latinoamérica, encontramos en Honduras, Nicaragua y Venezuela demostraciones claras en la que democracias débiles fueron arrasadas por brotes populistas con vocación autocrática. Hay una interrogante que surge al ver estos datos: ¿La democracia es un régimen político al cual solo pueden acceder sociedades avanzadas y está restringido para naciones primitivas? Sobre este punto, Vladimir Putin expresó «es imposible imponer los estándares franceses y suizos actuales viables a los residentes del Norte de África que nunca han vivido en las condiciones de las instituciones democráticas francesas y suizas» esa posición revela un etnocentrismo vulgar incompatible con los principios fundacionales de las Naciones Unidas, al contrario, la Declaración Universal de los Derechos Humanos deben ser igualmente vigente para las mujeres de Bolivia, USA, China y Arabia Saudita sin importar las supuestas barreras culturales que preocupan a Jefe de Estado ruso.

Los principios de no intervención en asuntos internos y la soberanía nacional se encuentran en revisión a la luz de los desafíos globales que exigen una actuación comprometida, real, medible y auditable de todos los Estados para lograr los Objetivos del Desarrollo Sostenible. Mientras la democracia no se implante efectivamente en todo el mundo y buena parte de los seres humanos sean, antes que ciudadanos, súbditos o esclavos, los avances en materia de lucha contra la desigualdad, el hambre, el cambio climático y la violencia serán escasos y dudosos. El déficit democrático global es un lastre del cual es necesario prescindir aunque aún no sea claro quiénes y cómo se pueda ejercer un liderazgo competente en esta importante materia.

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