Los días que vivimos en peligro
El presidente que está es un político que no debería atemorizar a nadie. El presidente que podría sucederlo, Alberto Fernández, es un político que respeta las reglas básicas de la economía. Sin embargo, la Argentina vive momentos de temor colectivo propios de países que ya pasaron por todos los infiernos. En esas condiciones, Macri debió optar el miércoles entre una reestructuración impuesta de la deuda pública o reinstalar el cepo a la venta de dólares. Prefirió la reestructuración. Haber levantado el cepo es la última bandera que le queda. La reestructuración no es catastrófica para el volumen de la deuda total. Son solo unos 10.000 millones de dólares cuyos pagos se postergaron para más adelante, sin quita de capital ni de intereses. Pero no fue voluntario de parte de los acreedores. El resto de la deuda, la que vence el año que viene, puede tener también una postergación de pagos, pero debe ser aprobada por el Congreso.
Tampoco fue una decisión imprevista y sorpresiva para el Gobierno. Poco después de las elecciones primarias, altos funcionarios de la administración aceptaban que seguramente el país debería reprogramar los pagos de su deuda de corto plazo. Es decir, de la deuda que vence en el actual mandato de Macri. «La del mediano plazo será una decisión del próximo gobierno», aclaraban. Macri decidió enviar la de mediano plazo al Congreso con el propósito de que surja de ahí una ley con esas postergaciones aprobadas por el oficialismo y la oposición.
La decisión de la oposición se demora porque aspira a reestructurar los plazos de la deuda, también sin quita de capital ni intereses, según un proyecto propio cuando sea oficialismo, si es que lo es. Alberto Fernández prefirió el silencio hasta ver el proyecto que enviará el Gobierno al Congreso. Un buen mensaje consistiría en un proyecto elaborado conjuntamente por oficialistas y opositores. Lo cierto es que la decisión de la administración de Macri, reformulada varias veces luego, provocó una salida de dólares de cajas de ahorro hacia cajas de seguridad, y una crisis importante en los fondos de inversión por falta de liquidez. Los fondos de inversión son una industria con muchos empleados, que nadie tuvo en cuenta cuando se tomaron esas medidas. Después del anuncio de la reprogramación de los pagos, perdieron una parte de sus activos. Cuando ya un daño significativo estaba hecho, la administración modificó algunos aspectos de su decisión para no seguir perjudicándolos.
Una virtud del nuevo ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, es que describe la realidad tal como es. Eso lo diferencia de su antecesor, Nicolás Dujovne, que nunca dejó de hacer promesas optimistas que no se cumplieron. Lacunza, en cambio, es valorado hasta por los opositores. «Es un buen técnico y una buena persona. Eso nos hace difícil el trabajo a los opositores», explicó un albertista. Visto a la distancia, el gradualismo fue el error original del Presidente, que termina en estos días con la explosión de una bomba tardía. Es probable que la receta de Carlos Melconian (hacer al comienzo el ajuste necesario de todos los déficits que dejó Cristina Kirchner) haya sido dura para los primeros días de un presidente. Pero la receta opuesta es más dura aún para tiempos en que el Presidente debe revalidar su cargo en complicadísimas elecciones para él. Con palabras más directas: para hacer el desordenado ajuste que hizo en el último año y medio con Dujovne, era preferible haberlo hecho en su momento con Melconian, que tiene ideas más ordenadas. Sea como fuere, el Presidente está como está: esperando un «milagro» electoral en medio de una crisis cambiaria y con una economía nuevamente paralizada. La teoría de los asesores electorales (Jaime Durán Barba, el primero) de que la gente votaría por razones políticas y no económicas se estrelló en la primera curva de la carrera. Ese error es lo que lo convirtió a Alberto Fernández, para sorpresa hasta de él mismo, en el más probable próximo presidente argentino.
Crédito: La Nación
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