La falacia del Concorde y las ideologías
La Falacia del Concorde (o también llamada Falacia del costo irrecuperable), proviene, evidentemente, del famoso avión a reacción anglo-francés que estaba llamado a revolucionar los vuelos interoceánicos. Aunque todo el mundo sabía que era un negocio ruinoso, se mantuvo el gasto por lo mucho que había costado ponerlo en marcha y por las ilusiones que se habían depositado en él. Finalmente, la empresa fue abandonada y se dio por perdido el dinero. Es decir, esta falacia se produce cuando alguien realiza una inversión que no parece rentable y razona de la siguiente manera: «No puedo parar ahora, de lo contrario lo que he invertido hasta el momento se perderá«.
Aunque el concepto se encuentra más asociado a las ciencias económicas, la falacia del Concorde ocurre en diversas situaciones. Por ejemplo, a muchos nos ha pasado que vamos a ver una película en el cine que nos resulta terriblemente mala, pero seguimos viéndola por el sólo hecho de que ya gastamos nuestro dinero en las entradas y en las golosinas. Sin embargo, el haber gastado dinero no justifica continuar viendo algo que no es de nuestro agrado.
Dicha situación se repite en muchas circunstancias, por ejemplo, permanecer en un trabajo, en una relación de pareja o hasta continuar leyendo un libro sólo por el hecho del tiempo y la dedicación que le has invertido, aun cuando no te provea de algo positivo. Pero quizás donde los efectos de esta falacia son más terribles es en el ámbito de las ideologías, es decir, en la política, la economía, la cultura y la religión.
En el caso político y económico, podemos ver el desafortunado ejemplo de la política y economía venezolana. Por un lado, desde su inicio las políticas económicas del Gobierno de Maduro se han mostrado, una y otra vez, ineficientes a la hora de disminuir la crisis económica (la inflación convertida en hiperinflación), siendo que dichas políticas han estado amarradas a un marco ideológico socialista que no permitía otras posibles variantes. La idea de perder la economía socialista (con un Estado que se involucra activamente en la economía) que se había logrado, mermaba la posibilidad de intentar otras soluciones económicas, lo que conllevó a que el gobierno tomara acciones muy tardíamente, cuando ya no quedaba mucho que hacer. En el caso de la política, la falacia toma un lugar preponderante en el aspecto electoral, puesto que el argumento del chavismo suele ser «si perdemos, también se perderá todas obras sociales que se han logrado» (una apelación directa a la falacia).
Pero la oposición venezolana también tiene algunos ejemplos de la falacia, por ejemplo, en el famoso mantra: «cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres«, el cual por sí mismo se convirtió en una traba a la hora de una negociación con el gobierno venezolano: «si se te ocurre una salida negociada sin cese de la usurpación, entonces eres un traidor«, porque sería considerado como una pérdida de todo lo que ha venido logrando la oposición hasta la fecha. Así, se limita la posibilidad de intentar otras vías que consigan el mayor objetivo: la estabilidad política y económica del país, el cual es el gran interés de todos los venezolanos, tanto chavistas como opositores. (Mantener o cambiar el gobierno son objetivos de unos grupos políticos, no son los objetivos del colectivo que vive la crisis en Venezuela).
Pero Venezuela no es el único país que vive esa falacia. Por ejemplo, EEUU ha librado, cuando menos, dos guerras famosas, largas e igual de inútiles, como lo son las de Vietnam y Afganistán. En ambos casos la lucha armada es inútil, no se logró el cambio ni se logrará por más bombas que se lancen o por más vidas que sacrifiquen, pero la lógica de que «nuestros jóvenes no habrán muerto en vano» hizo que las mismas se mantuvieran en el tiempo, prolongando no sólo los costos económicos de la guerra, sino también el de las vidas humanas. Precisamente este año se cumplen 18 años de la Guerra en Afganistán, prácticamente todo lo que va de este siglo.
En términos culturales y religiosos, podemos ver que muchas creencias o costumbres que sean han demostrado falsas o incluso dañinas, aún se mantienen sólo porque «así me enseñaron desde chico«. Y como en los casos anteriores, el hecho de que hayas invertido toda tu vida, por ejemplo, en una determinada religión, no implica que esa religión sea verdadera ni tampoco implica que determinados hechos culturales te harán feliz (Ej: matrimonios, bautizos, etc.)
En todos los casos, las personas, a pesar de que una empresa o actividad les sea frustrante o negativa, mantienen su comportamiento porque consideran que perder todo lo invertido es una peor solución que abandonarla y emprender otro proyecto. Y es ahí donde radica la falacia: mantener una actitud que consume nuestros recursos y que aumenta nuestro descontento con un objetivo que quizás se retrase demasiado o no se alcance nunca.
La principal razón que explica este comportamiento tan poco útil es que el ser humano no es tan racional como pensamos. En nuestras decisiones intervienen otras muchas variables relacionadas con las emociones. El miedo al fracaso (o más específicamente, a ser visto como un fracasado) o equivocarse, es algo que influye mucho en nuestras propias decisiones. Pero desde el punto de vista racional, es mejor admitir haberse equivocado que continuar viviendo en el error.
Si estás leyendo un libro que te aburre (aunque todos digan que es genial) o estás en una fila del supermercado que corre más lento que la de al lado, que no te de miedo a tomar riesgos: abandona ese libro, deja la fila del supermercado y vete a la otra, quizás la mejor opción esté en otro lado. Son precisamente quienes arriesgan los que terminan haciendo historia.
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