El Estado Mínimo

El dogma más extendido y profundamente arraigado en los distintos liberalismos (es difícil hablar de un Liberalismo así como es difícil hacerlo de un Socialismo, hay muchas versiones y tendencias incluso antagónicas entre sí) es el culto al “Estado Mínimo”. Básicamente, quienes suscriben esta idea expresan que la existencia del libre mercado, la libre empresa y la libre iniciativa obligatoriamente exige un gobierno circunscrito a ínfimas competencias. Algunos incluso llegan a decir que el Estado solo debería cobrar impuestos (bajos por demás) y ofrecer seguridad personal y territorial. 

Muchos de quienes promueven esas ideas han encontrado espacio de difusión en la oposición política al régimen militar (debe decirse que minoritariamente, la oposición mayoritaria es una alianza entre centro humanistas y socialdemócratas) sin embargo, “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”. Ahora, el mismo régimen militar dolariza de facto, aplica el “arancel cero”, desmantela controles de precio, privatiza empresas públicas y somete a concesiones otras, restringe el financiamiento público a la educación y a la salud (al punto en que solo puede contarse con esos servicios de forma privada) y sobre el diálogo tripartito no hay ni asomo, en todo caso, si está abierto a dialogar con una parte: “los empresarios patriotas” (los empresarios panas). Los ideólogos gubernamentales hablan de aplicar el modelo Chino, es decir, mantener la dictadura en lo político y liberalizar en lo económico.

En esa medida uno comienza a ver trabajar a toda marcha la máquina del cinismo. Los cultores, hasta ayer, de la “marcha sin retorno”, de las “salidas de fuerza”, de “cambiar al sistema y no solo al gobierno” y, pues, todo el “radicalismo”, empieza ahora su pistoneo diciendo: “es positivo que se de la privatización”, “si no hay cambio político, me conformo con cambio económico” y “ya hay indicios de mejoría económica”, todo eso sin parpadear.

La crisis humanitaria compleja, que lógicamente exigiría para su contención, tal como expone el Plan País, un rol protagónico del Estado en ofrecer alimentos, asignaciones económicas directas a las familias más vulnerables y reconstruir la infraestructura educativa y sanitaria pública en beneficio de quienes la ignorancia y la enfermedad termina por condenar a la pobreza o al exilio; encuentra entre los cultores del Estado Mínimo, tanto los que estaban hasta ayer en la oposición y los personeros de la dictadura, una insistencia enfermiza en atacar tales soluciones. Los que sufren hambre y miseria se les debe responder con dogmas según ese pérfido consenso entre liberales y militares.

Pareciera que esos liberales respaldaban la agenda democrática sólo por intereses crematísticos y, viendo imposible que sus objetivos fuesen cumplidos bajo controles democráticos, se dan la mano con una dictadura que a cambio de respaldo se apresta a satisfacer esas demandas. En ese sentido queda desnuda la pretensión de esos “liberales” que son capaces de aceptar un libre mercado, la libre iniciativa privada y la libre empresa a costa de la democracia, los partidos, la libre opinión sin censura y el Estado de Bienestar al que los ciudadanos tienen derecho. 

¿La democracia puede ser cambiada por un envase de Nuttela comprada en un Bodegón? Para los socialdemócratas no, para los centro humanistas tampoco, para la gente decente en su totalidad esa interrogante es una afrenta. Esto no es una lucha contra el comunismo o contra el libre mercado, es una lucha por la democracia, por el Estado de Derecho, por un Estado capaz de luchar contra la pobreza sin varitas mágicas, sin dogmas, por una educación pública, por una salud pública, por programas sociales eficientes sin chantajes para sacar de la miseria a millones, sin criptoprivatizar, sin draculear, para luchar por la libertad y por la igualdad. ¿De qué serviría cambiar los barrotes de la celda dictatorial de hierro a oro si seguimos encerrados, secuestrados, por unos inclementes carceleros? Un grupos opinadores liberales desconocen temas de evidente preocupación que este 2020 se manifestarán: mayores brechas entre ricos y pobres, la desigualdad social, la tensión creciente entre la opulencia y la miseria. Simplemente pasan de largo ante esos fenómenos porque sienten que tienen un espacio reservado en las castas altas en una sociedad de castas. Pero hay una buena noticia: los socialdemócratas y los centro humanistas reelegiremos a Juan Guaidó al frente de la AN y la lucha por la democracia continuará sin el peso muerto de los vendidos y vendibles.

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