Cualquier cambio tecnológico puede producir tanto impactos beneficiosos como negativos en la sociedad. El crecimiento de la economía de plataformas en Latinoamérica no es una excepción.
Uber, Rappi y las demás
La economía de plataformas se está tomando las ciudades latinoamericanas. Pero no es una toma tranquila: el encuentro con las prácticas existentes produce roces que en algunos casos se convierten en choques, como la reciente decisión de las autoridades colombianas de vetar la presencia Uber en su territorio.
Cualquier cambio tecnológico, incluido un puñado de apps que llegan a facilitarnos la vida, tiene al mismo tiempo el potencial de agregar o de sustraer bienestar a la sociedad. Algo particularmente cierto en Latinoamérica, una región que combina grandes ineficiencias en sus mercados (potencial de beneficio) con una desigualdad persistente (posible coste).
Normalmente, vivir en una de las capitales de la región consume una cantidad considerable de tiempo. Son estructuras complicadas, muchas veces mal equipadas para moverse en ella (la falta de metro en Bogotá adquiere tintes de mito odioso entre sus habitantes). Cualquier novedad que aporte agilidad a la vida ciudadana es por ello bienvenida. Quizás por eso la expansión de las plataformas en la región ha sido tan rápida, y quizás también se habla sobre todo de aquellas que se ocupan de los desplazamientos. Al parecer, hay mucha gente dispuesta usarlas siempre que les ahorre tiempo, complejidad, y también dinero.
Pero aquí es donde empiezan los roces. Primero, con aquellos que ya ofertaban el mismo servicio, y que aspiran a seguir haciéndolo (muchas veces manteniendo una oferta artificialmente baja gracias precisamente a la vieja regulación). Pero también con la mano de obra fundamental para que las plataformas funcionen, cuyo presente laboral se vuelve incierto ante la ausencia de ley adecuada. Las nuevas normas que se han ido creando en la región, eso sí, están sirviendo más para proteger al primer grupo que al segundo.
Al fin y al cabo, si pensamos en esta nueva regulación como un cuadrado que debe construirse entre los clientes, la vieja oferta (taxistas, empresas de reparto, etcétera), la nueva (plataformas) y la mano de obra, parece probable que esta última esquina cuente con menor peso específico: históricamente, los intereses de los trabajadores de baja o media cualificación que no están organizados han recibido considerablemente menos atención.
Surge aquí de nuevo el doble filo de las plataformas. Porque, por el lado positivo, es fácil imaginar que la mera existencia de apps con oportunidades de trabajo facilita la búsqueda de quien lo necesite. ¿Y quiénes son estas personas? En Uber (la referencia mundial en plataformas) y Rappi (la referencia latinoamericana), al menos, tenemos algunos datos para responder. La propia app de transporte puso sus registros a disposición de un equipo del Banco Interamericano de Desarrollo para producir el informe más completo sobre trabajadores de plataformas en la región hasta la fecha. Para Rappi, fue el Observatorio Laboral de la bogotana Universidad del Rosario la que realizó el trabajo por su cuenta.
Lo primero que se aprecia es la fuerte masculinización de ambas plataformas, poniendo en cuestión la simetría de oportunidades por sexo. Pero a partir de ahí comienzan las diferencias. Mientras la edad mediana de los conductores de Uber se encuentran en la mitad de la treintena, una mayoría de los repartidores de Rappi son menores de 35. Quizás por eso predominan los solteros. Pero el dato más llamativo de esta tabla es la abrumadora presencia de migrantes venezolanos entre ellos: más de la mitad. Cabe reseñar que el campo de la encuesta original es limitado (Bogotá y Medellín). Pero el dato corresponde con la impresión sobre el terreno. Y con ello se abre el interrogante de si Rappi, como algunas voces defienden, presenta oportunidades a los colectivos que más los necesitan. O si, por el contrario, este tipo de plataformas les condenan a la precariedad.
Los datos que tenemos para Latinoamérica no nos permiten responder a esta cuestión con seguridad, pero sí nos dan algunas pistas interesantes. Por ejemplo: tanto en Rappi como en Uber predominan los segmentos económicamente vulnerables.
Rappi, por el contrario, sí es (al menos en Bogotá y Medellín) una opción de trabajo a tiempo completo para la inmensa mayoría de quienes la usan. Incluso de posible sobre-ocupación para algunos, pues las franjas de tiempo más frecuentes están por encima de las ocho horas diarias y de los cinco días semanales.
Pero debería haber un tercer camino, en el que la claridad regulatoria equilibre razonablemente intereses, pero sobre todo proteja a los más vulnerables proporcionándoles cobertura, estabilidad y capacidad organizativa para que sus intereses sean tenidos en cuenta en igualdad de condiciones. No es una ruta inexplorada: algunos, como las agrupaciones de prestadores de servicios o la legislación de California, ya han empezado a transitar por ella.